
Si tomamos como referencia los 2000 años que han pasado desde que usamos la expresión «antes» o «después de Cristo», y lo extrapolamos a los millones de años que tiene el universo, no es nada el tiempo que llevamos sobre la tierra. Digamos que en esta vida vamos a vivir 80 años, mientras que el universo tiene más de 13 MILLONES de años, y nuestro conocimiento se limita, quizás, a lo que pasó en los últimos 5000 años. En mi caso, tengo una idea MUY superficial de lo que pasó en los últimos 500 años, cuando los europeos llegaron a las Américas, pasando por la revolución francesa, la revolución industrial, dos guerras mundiales, la guerra fría y lo que pasó hasta que la pandemia empezó hace 3 años.
Si bien mucho de lo que pasó desde que el ser humano pisó la tierra hace cerca de 200.000 años está documentado, hay mucho que se perdió. Los primeros humanos no tenían un sistema de escritura tan eficiente como el nuestro para registrar en detalle todo lo que pasaba a su alrededor. Sin embargo, algo de lo que sí podemos estar seguros es que, como explica Yuval Noah Harari, en su libro Sapiens, desde los primeros humanos hemos sido una especie en constante movimiento. Después de que el ser humano apareció por primera vez en África Oriental y Asia Occidental, los primeros humanos estaban siempre moviéndose, de un lugar a otro, buscando comida, cazando y recolectando frutos.
Fue explorando territorios, literalmente caminando, que el hombre llegó a América del Norte por Alaska y después bajó hasta Sudamérica y fue conquistando así todo el planeta . No éramos una especie que se estableciera en un mismo lugar para siempre. Eso vino a pasar mucho después cuando nos dimos cuenta de que podíamos cultivar alimentos y aprovechar las estaciones del clima en nuestro favor. Antes de eso, el ser humano se organizaba en pequeños grupos que cooperaban entre sí, no como las millones de personas que intentan organizarse hoy en una metrópolis.
Y si la naturaleza del ser humano siempre fue la de ir de un lugar a otro, no debería de sorprendernos que 2000 años después de Cristo sigamos fascinados con la idea de conocer nuevos territorios.
Migraciones en el siglo XXI
Escuché recientemente, en el Podcast de Maria Jimena Duzán, en Spotify, la cifra de que en 2022 hubo alrededor de 547.000 colombianos que dejaron el país, siendo el año con la cifra más alta desde que se lleva el registro. Y aunque muchos piensen en culpar al gobierno actual o al anterior, la realidad es que es un fenómeno global en este momento: las personas migran. No fuimos hechos para establecernos y vivir en un mismo lugar para siempre. Hay quienes lo pueden hacer con una mayor facilidad que otros, y eso está bien, pero está marcado en nuestro ADN esa idea de salir a explorar. Y si las cosas en general no están bien tras una pandemia global, una guerra en Ucrania, el cambio climático y una recesión global, es normal irse a otro lugar donde las cosas podrían estar mejor. Es lo que hemos hecho desde que existimos como especie.
No hay un único culpable de estas grandes migraciones. Lo que sí es claro es que el sistema está roto por completo, y esto acelera aún más el proceso. El sistema nos obliga a consumir combustibles fósiles para que el planeta se siga moviendo a toda velocidad, lo que a la vez pone en riesgo todos los ecosistemas y especies del planeta tierra, de la misma forma en que el ser humano ya extinguió a otras especies. Harari en su libro dice que es muy probable que hayamos acabado con otras razas de seres humanos que en su momento existieron (genocidio) y que nosotros somos los que sobrevivimos. Y no lo dudo: tras intentar exterminar a los judíos; a los no serbios en la guerra de los balcanes; o a los pueblos que existían en el continente americano tras la llegada de los Europeos, no debería sorprendernos si en algún momento nos exterminamos entre nosotros.
Somos la especie del reino animal más peligrosa de todas, pero eso no es todo: es el hombre – y no la mujer – el que tiene ese poder de destrucción sobre todo lo que se le ponga al frente. De ahí la canción de la Bersuit que puse arriba, en referencia a nuestra relación con el planeta tierra:
Avergonzado por ser parte de la especie, que hoy te viola en un patético festín y aún, no te libraste de nosotros
Bersuit – Madre hay una sola
Machismo y la no existencia del otro
Y de aquí se desprenden algunos temas muy sensibles hoy en día como el machismo, lo que en el día a día se traduce en violencia de género y violencia sexual. El machismo es una idea tóxica e infelizmente naturalizada en nuestra sociedad, según la cual el hombre tiene algún tipo de superioridad sobre la mujer, y esto no es así. Cuando una mujer levanta la mano para pedir ayuda, hay quienes no son capaces de ponerse en su lugar, llamándolas de «exageradas» o «muy emocionales», como si no hubieran tenido una mamá, una abuela o una amiga en toda su vida, y como si la mujer tuviera que ser sumisa al hombre por una cuestión de fuerza física.
Esta semana que pasó, fueron expulsados por comportamientos machistas dos participantes del Reality Show Big Brother Brasil, uno de los programas más populares de la televisión brasilera. El reality, que muestra la vida dentro de la casa más vigilada de Brasil, con cámaras registrando 24 horas todo lo que está pasando, se posicionó ante dos participantes que intentaron acosar a una participante, Dania Méndez, invitada mexicana al programa. Y lo que muchas mujeres esperaban, como se vio en redes sociales tras el episodio, era un castigo ejemplar, que fue lo que en efecto sucedió tras la expulsión y hasta intervención de la Policía de Río de Janeiro, que fue donde se dio el episodio. El vídeo a continuación explica qué fue lo que pasó.
Otras formas de odio
Y si esto pasa en un lugar público vigilado por una gran audiencia, ¿qué podemos esperar de las voces invisibles dentro de un hogar disfuncional cuando algo semejante sucede o cuando una mujer sale a la calle? Lo peor es cuando le echan la culpa a la víctima, sin siquiera detenerse a pensar cómo esa persona se pudo haber sentido.
Y además de machismo hay también racismo, xenofobia, homofobia. Hay hasta gente que odia a los pobres o a las personas mayores. Y lo que tienen en común todos estos casos es la idea de que existe una clase de ser humano con derecho a imponerse sobre la otra, o en casos extremos a destruirla, como lo hizo el ser humano con otras especies y como lo está haciendo con el planeta tierra. La destrucción comienza desde el lenguaje, cuando se invisibiliza al otro para no darle derecho de hablar.
No nos debemos olvidar, como explica Foucault, que la sociedad está organizada alrededor de fuerzas de poder. Cualquier relación humana o con una institución está basada en el poder de una sobre la otra. Hay quienes van a usar ese poder para dañar al otro. O bien podrían usarlo para proteger a quien está en situación de vulnerabilidad, como vendría siendo la solidaridad, pero en los casos en cuestión de los que estamos hablando se trata del uso de la fuerza de poder para imponerse, minimizar o hasta destruir a quien no es igual a mí.
Quisiera hablar sobre mi caso particular, siendo inmigrante en Brasil. Yo tengo la suerte de que a mí nadie me ha llegado a agredir físicamente por haber nacido en otro país. Como ya lo dije en otro post, mientras yo no abra la boca, nadie se va a dar cuenta de que yo no soy de aquí. Sigo siendo un hombre blanco y reconozco mis privilegios.
Aunque en 9 años siempre fui tratado muy bien por los brasileros, el miércoles pasado pasé por algo que por lo menos me dejó pensando. Había ido a ver el partido de Atlético Mineiro contra Millonarios por la Copa Libertadores en Belo Horizonte, yo en la hinchada visitante. A la salida fui encarado 2 veces con insultos hacia mí por mi nacionalidad. Mi distintivo era una camiseta, y no es un secreto para nadie que, como mencioné en otro post, la xenofobia y el racismo son muy fuertes en la cultura del fútbol, en que una hinchada no tolera la existencia de la otra, como en una guerra. El tema no pasó a mayores. Yo ignoré y seguí caminando, pero no deja de ser incómodo. No me puedo imaginar quienes pasan por esto todos los días en sus más diversas formas: desde xenofobia hasta homofobia o machismo. Hay gente que muere de forma violenta por ser diferente.
Sé que en Colombia el tema es muy pesado contra los venezolanos. He escuchado personas MUY cercanas a mí haciendo comentarios despectivos contra personas de otra nacionalidad, sin parar por un segundo a pensar que eso mismo podría pasar contra colombianos en otras partes del mundo. Estamos alimentando el ciclo del odio, en vez de poner un alto.
En nombre del odio contra el otro han pasado cosas atroces: la esclavitud, el appartheid, el holocausto, las mujeres perdiendo sus derechos en sociedades conservadoras, etc. Y lo peor de todo es que esto se da en un mundo en constante movimiento, donde las personas van a seguir yendo y viniendo de un lugar a otro, y muchas no van a ser bienvenidas por ser diferentes. Las creencias van a chocar y tenemos dos opciones: o respetamos las diferencias y aprendemos a convivir con el otro, incluso protegerlo, o una de las dos partes intentará exterminar a la otra en algún momento.
Foto: José Luis Briz