
En marzo de 2017 desinstalé la aplicación de Facebook de mi celular. Eso son casi 5 meses en los que he dedicado mi tiempo libre y atención de una mejor manera a como lo había hecho desde que compré mi primer smartphone en 2011. Cuando desinstalé Facebook, no fue un adiós, pues mi cuenta sigue existiendo, acceso eventualmente desde el computador y sigo usando Messenger. Me parece que a estas alturas, en que algunos tenemos casi 10 años usando Facebook, uno no puede cortar una dependencia de forma tan radical. Además, no creo que todo lo que vemos en Facebook sea malo. En mi caso, al vivir en otro país, Facebook es la única forma en que puedo estar en contacto con muchas personas que me importan, y queriendo o no, mi día a día en el trabajo depende de Facebook (trabajo con eso). Para mí es una herramienta de trabajo, y el conocerla desde el otro lado fue lo que me hizo cuestionar la forma como la estaba usando.
Facebook es una de las compañías más poderosas del planeta. Recientemente la compañía anunció la marca de 2 billones de usuarios activos usando su producto. Eso es más que la población de Estados Unidos, China y Brasil juntas, y esto sin contar otros productos como Instagram, WhatsApp, Messenger y Oculus.
Contrario a lo que muchos piensan, Facebook no se financia vendiendo tus datos. Nadie llega y toca la puerta de Facebook, preguntando por los datos personales de una persona en particular. Así no funciona. Si bien Facebook sabe quiénes son tus amigos, familiares, intereses, marca de tu celular, sitios que visitas, fotos que te han gustado y miles de cosas más que ni siquiera tú sabes, puedes estar tranquilo de que esa información está almacenada de forma segura en algún servidor de la compañía.
Por el contrario, lo que hace Facebook es tomar toda esa información a gran escala y permitir que anunciantes la utilicen en su favor: ¿Pepsi quiere llegar a personas de 18 a 25 años que viven en el norte de Bogotá y que les guste el fútbol? Como anunciante lo pueden hacer, y pueden hacer que todas esas personas vean un vídeo, den click en un enlace, instalen una aplicación o compren un producto. Es infinito todo lo que se puede hacer en Facebook, y esto ha sido posible porque cada vez que interactuamos con algo en Facebook, Messenger o Instagram le estamos dando información sobre nuestro perfil como consumidores.
Contrario a lo que muchos piensan, Facebook no se financia vendiendo tus datos. Nadie llega y toca la puerta de Facebook, preguntando por los datos personales de una persona en particular. Así no funciona. Si bien Facebook sabe quiénes son tus amigos, familiares, intereses, marca de tu celular, sitios que visitas, fotos que te han gustado y miles de cosas más que ni siquiera tú sabes, puedes estar tranquilo de que esa información está almacenada de forma segura en algún servidor de la compañía.
Por el contrario, lo que hace Facebook es tomar toda esa información a gran escala y permitir que anunciantes la utilicen en su favor: ¿Pepsi quiere llegar a personas de 18 a 25 años que viven en el norte de Bogotá y que les guste el fútbol? Como anunciante lo pueden hacer, y pueden hacer que todas esas personas vean un vídeo, den click en un enlace, instalen una aplicación o compren un producto. Es infinito todo lo que se puede hacer en Facebook, y esto ha sido posible porque cada vez que interactuamos con algo en Facebook, Messenger o Instagram le estamos dando información sobre nuestro perfil como consumidores.
Ser consciente de este proceso fue lo que me hizo cuestionar mi presencia en Facebook. Sabía que la más mínima modificación hecha a alguno de sus servicios estaba dirigida a que pasáramos más tiempo allí y no en otras aplicaciones.
— Cuestionando a Facebook
A finales de 2015 fue lanzado Instant Articles, una funcionalidad dirigida a medios de comunicación, para que los links de contenido que fueran compartidos por una página no estuvieran alojados en un sitio externo, sino dentro de Facebook. Esto haría con que los tiempos de carga de un link pasaran de unos 6-10 segundos para unas milésimas de segundo, lo cual haría que los usuarios no abandonaran el sitio mientras cargaba, lo que se conoce como rebote. Con esto, Facebook lograba que sus usuarios no abandonaran su servicio, y adicionalmente aprovechaban para capturar datos de mejor calidad al saber qué tipos de contenido leen sus usuarios.
Al final del día, lo único que puede acabar con Facebook es que las personas pasen más tiempo en otras aplicaciones o páginas. Esto significa, menos personas viendo anuncios, y con menos anuncios es menos dinero siendo facturado. Y al final esto es lo que está detrás hasta de la más mínima acción tomada por Facebook en su interfaz, que nosotros como usuarios pasemos más tiempo en uno de sus servicios. Y cuando se sienten amenazados, compran o copian a la competencia.
El lanzamiento de Instagram Stories en 2016 iba por esa misma línea. En vez de esperar a que los usuarios de Instagram descubrieran que existía Snapchat, una de la aplicaciones móbiles más populares en los últimos 5 años, era mejor ofrecerles una experiencia similar de la que allí encontrarían, y de esta forma matarían la curiosidad de una vez por todas. Snapchat paró de crecer a la velocidad que lo venía haciendo, y lo que lo tiene vivo hoy son los usuarios que siempre estuvieron ahí y no migraron a Instagram Stories, incluyéndome.
Hoy para sus 2 billones de usuarios, Facebook se ha convertido casi en una Internet paralela, lo que es algo peligrosísimo, pues mucha de la información que consumimos hoy está siendo filtrada por un algoritmo que decide lo que a su parecer es relevante para nosotros. Si antes cuando comprábamos una revista nos tomábamos la molestia de verla a de comienzo a fin para ir viendo lo que nos parecía interesante, hoy con Facebook podemos seguir al Washington Post y nunca ver una sola de sus publicaciones porque Facebook cree que para nosotros es más importante un meme.
— Internet ya no es lo que era
Y a lo arriba mencionado sumémosle el hecho de que Facebook ha estado matando el alcance orgánico desde hace unos años. Si tienes una página y publicas algo, seguramente no llegues ni al 1% de las personas que sigue tu página. Y ese 1% no necesariamente va a dar click, apenas verá tu publiación. ¿Quieres un alcance que esté más cerca del 100%? OK. Tienes que pagar.
— Internet ya no es lo que era
Y a lo arriba mencionado sumémosle el hecho de que Facebook ha estado matando el alcance orgánico desde hace unos años. Si tienes una página y publicas algo, seguramente no llegues ni al 1% de las personas que sigue tu página. Y ese 1% no necesariamente va a dar click, apenas verá tu publiación. ¿Quieres un alcance que esté más cerca del 100%? OK. Tienes que pagar.
Y pagar para tener una mayor exposición tal vez esté bien para las empresas que venden un producto. Facebook puede fácilmente cuadriplicar las ventas un producto X, ¿pero que les queda a los usuarios comunes y corrientes cuya vida depende no depende de las redes sociales? Por fuera de Facebook pasan millones de cosas más, e irónicamente cada vez pasamos más tiempo en Facebook. Esto nos aleja a como solíamos usar Internet antes de que existiera Facebook. ¿cómo solíamos navegar en Internet antes de que existieran los smartphones? Había foros, blogs o descubríamos información en Google. Y toda esa curiosidad que hubo en Internet en los años 90 y 2000 está desapareciendo.
De eso me di cuenta cuando empecé a usar menos Facebook y más otras aplicaciones. Ahora paso más tiempo en Twitter, Instagram y YouTube. Sigo prefiriendo Snapchat y nunca he subido una historia a Instagram. He empezado a ser más receptivo a toda la información que me llega por esos canales, y he vuelto a buscar información de forma proactiva cuando quiero saber de cualquier cosa. Al no tener Facebook siempre, ahora soy menos vulnerable a ser interrumpido para ver notificaciones de que a alguien le gustó una foto mía.
Estos días leí un post escrito por Owen William (que recomiendo) en el que se analizaba el tema de la concentración para trabajar y el hecho de cómo usar aplicaciones de mensajería instantánea como Slack o incluso Messenger mataba la productividad. Aparentemente, la mensajería instantánea nos debería ayudar a trabajar en equipo, pero al final se acaba convirtiendo en un factor permanente de distracción. No podemos acabar una tarea, porque estamos siendo interrumpidos de forma permanente por una notificación, y lo que pasó desde que adoptamos los teléfonos inteligentes fue que todo pasó a ser urgente y no puede esperar. Tenemos que responder como si de una emergencia se tratara, y nadie se detuvo a pensar que en el 99% de los casos no va a pasar nada si nos tardamos unas horas o días en responder.
Adicional a desinstalar Facebook, algo que hice recientemente fue desactivar las burbujas de chat en Messenger de Android, que también hacían parecer que todo era urgente. Después me puse a pensar que esa era una función de Messenger que hacía justamente lo que acabo de describir: que paremos lo que estemos haciendo fuera de Facebook y vayamos a un producto de Facebook a tomar alguna acción (y por consiguiente alimentar más nuestro perfil con datos nuevos). Con esto que hice, las notificaciones de Messenger pasaron a tener la misma relevancia que una notificación como cualquier otra.
En ese camino de entender cómo funciona Facebook y el impacto que tenía en mi concentración, debo confesar que fue un poco difícil acostumbrarme. Llegué incluso a sentir ansiedad. Al comienzo podía acceder desde el navegador del celular, aunque el tener que abrir una nueva pestaña nueva y tener una interfaz menos amigable hizo con que me diera más pereza ir a Facebook ahora. Pero hasta en ese tipo de interfaz Facebook cumple con su cometido y unas semanas después lo estaba usando de nuevo como si nada hubiera pasado. Al final corté el problema de raíz cuando desinstalé Opera e instalé Brave. En este nuevo navegador me dio pereza iniciar sesión y así quedó desde el primer día.
Ahora prácticamente uso Facebook solo en el computador o en Messenger, y el poco tiempo que paso, solo unos minutos al día, es suficiente. He descubierto nuevos canales en YouTube, organizado las listas en Twitter o leo más libros. En un escenario ideal, yo debería tener el tiempo suficiente para entretenerme, estar en contacto con mi familia/amigos y hacer lo que sea que tenga que hacer, sin dejar que Facebook o alguna otra aplicación se pongan en mi camino.
Con todo, me parece que hemos llegado a una etapa en la adopción de tecnología en la que el celular es como una parte de nuestro cuerpo. El computador, con el que ya convivimos hace mucho más tiempo, era fijo, y nos teníamos que sentar para poderlo usar. En cambio el celular está siempre con nosotros. El problema de todo esto es que estamos abusando, y ahora tenemos que aprender a controlarnos y no que la tecnología nos controle, consumiendo el poco tiempo que tenemos libre, sin que eso intervenga en nuestro día a día. Esa es la gran lección que aprendí en los últimos meses estando afuera de Facebook.