Medio millón de muertos, los números del negacionismo, los números del bolsonarismo. Este es el legado que le deja a Brasil el Presidente Jair Bolsonaro, a cuyo gobierno se unieron un sector de militares, evangélicos y neoliberales que lo apoyan hasta hoy. Los números seguirán aumentando, pues aunque Brasil esté vacunando contra el COVID-19 a una velocidad de 1 millón de personas por día al momento de escribir esto, hasta que no se llegue a un porcentaje muy alto de inmunidad, el virus se seguirá propagando y seguirá muriendo gente.


Entre los delitos mencionados están cometer actos de hostilidad contra una nación extranjera, intentar disolver el congreso, obstruir investigaciones y violar el derecho a la vida de los ciudadanos durante la pandemia, como explica Henry Bugalho en el vídeo de abajo (en portugués).

La estrategia de Bolsonaro para lidiar con la mayor pandemia que ha enfrentado la humanidad en un siglo fue la de sembrar el caos y ponerse del lado del virus. Si el caos no fue peor, fue porque los gobernadores tuvieron que hacer lo que podían sin ningún tipo de coordinación central y porque Brasil cuenta con un sistema único de salud, que es el que ha liderado el proceso de vacunación desde que inició a comienzos de 2021. Es decir, si Bolsonaro se hubiera puesto del lado correcto de la historia, decir que 50.000 o 100.000 vidas menos se hubieran perdido sería mucho decir. Este Gobierno en su momento se negó a dejar que un médico asumiera el Ministerio de Salud cuando la pandemia recién comenzaba y puso a un General del Ejército a cuidar de la salud de más de 200 millones de personas.

El papel de los militares en el Gobierno Bolsonaro

Ya desde que Bolsonaro se lanzó a la presidencia, algunos miembros del Ejército prestaron su nombre para esta aventura. Su vicepresidente, Hamilton Mourão, es un militar de la reserva que en su momento amenazó con una intervención militar al Gobierno de Dilma Rousseff en un país con un histórico de golpes militares. Entre otras cosas, el hoy Jefe del Gabinete de Seguridad Institucional, el General de la reserva Augusto Heleno, era parte del Ejército durante la época en que los militares estuvieron al mando del país tras el golpe de 1964 (vídeo de abajo en portugués). Eduardo Pazuello, que estuvo al frente del Ministerio de Salud durante el peor momento de la pandemia, cuando murió más gente, era un General activo, a diferencia de los anteriores. Y de ahí para abajo la lista de militares en otros cargos pasa por tener 15 de los 17 generales del Alto Comando ejerciendo algún cargo de primer orden, ya sea en Ministerios, Empresas Estatales, Órganos de Fiscalización, etc.

Entre las motivaciones de este sector para llegar al poder estaría la insatisfacción que dejó la Comisión de la Verdad, que investigó las violaciones de Derechos Humanos durante la dictadura, y el hecho de que Dilma Rousseff, una ex guerrillera torturada por ellos mismos, haya llegado a la Presidencia.

Gabriella Prioli, una abogada especializada en derecho penal, presentadora de CNN Brasil y YouTuber, hizo en 2020 un análisis sobre la presencia de los militares en el Gobierno Bolsonaro en ese momento (vídeo en portugués abajo). Según ella, una estrategia usada por Bolsonaro para generar cohesión con ese sector fue entregarles cargos en temas sensibles por los que este Gobierno ha sido criticado por la comunidad internacional como la pandemia y los incendios en el Amazonas, asuntos que fueron entregados en algún momento a Pazuello (Salud) y a Mourão (Consejo del Amazonas). De esta forma, los militares quedan amarrados y les queda más difícil pasar a la oposición. Según un análisis de Francisco Silva para Folha de São Paulo, la presencia de algunos generales en el Gobierno de Jair Bolsonaro era bienvenida dado el caracter ideológico de la nueva gestión.

Mientras tanto, el Ejército, las Fuerzas Armadas y la Marina quedan en una posición incómoda porque su papel constitucional de defender la soberanía del territorio queda en una zona gris que Bolsonaro intenta capitalizar a su favor. En marzo pasado, Bolsonaro generó una crisis con este sector de los militares porque los altos comandantes se negaban a hacerle el juego a sus declaraciones golpistas, viéndose obligado a cambiar a sus 3 más altos comandantes, que hasta ese momento se negaban a involucrarse en las aventuras retóricas del presidente. Desde un punto de vista oficial, las Fuerzas Armadas han declarado en varias oportunidades que van a cumplir su papel constitucional, que no es necesariamente seguirle el juego a Bolsonaro.

Los evangélicos, el intercambio de favores

Pero Bolsonaro y los militares no están solos. A su lado están los evangélicos. Y así como los militares tendrían el equivalente a su propio partido dentro del Gobierno, las iglesias evangélicas en Brasil se confunden y uno no sabe si estas tienen su propio partido o si los partidos tienen sus propias iglesias. Una de las figuras más relevantes de estos sectores dentro del Gobierno es la Ministra Damares Alves, Jefe del Ministerio de la Mujer, la Familia y los Derechos Humanos. A pesar de representar a las mujeres dentro del Gobierno, la Ministra Damares es una figura que se podría confundir fácilmente con un personajes del Gobierno de Gillead en Handmaid’s Tale, una distopía en que las mujeres son esclavizadas porque así Dios manda. La Ministra Damares fue pastora de varias iglesias evangélicas, es anti feminista, es contra el aborto y es contra todo lo que ellos llaman de ideología de género.

Y no nos podemos olvidar de los sectores evangélicos que dentro del Congreso apoyan el proyecto de Bolsonaro. Estos son conocidos como la bancada evangélica, que de 1994 a 2020 dieron un salto de 21 a 105 diputados, lo que representa alrededor del 20% del total de la Cámara Baja del Congreso. Ya los senadores representan una proporción similar con 15 de los 81 escaños en esa corporación. Este apoyo, que el Gobierno Bolsonaro necesita no solo para no sufrir un proceso de impeachment, sino también para pasar leyes, tiene un costo, que Gregório Duvivier explica en su programa de HBO Greg News (vídeo abajo en portugués). Ese costo ha sido, por un lado, condonar deudas millonarias que iglesias evangélicas tenían en impuestos que dejaron de pagar y para oponerse de forma rotunda a cualquier medida de lock-down que pudiera haber evitado que las personas visitaran las iglesias. Al final, con las iglesias cerradas no es posible cobrar el diezmo.

Los neoliberales y las privatizaciones

El tercer componente del actual Gobierno Bolsonaro lo encabezan los neoliberales, representados por su Ministro de Economía, Paulo Guedes, un discípulo de la Escuela de Chicago, una corriente de pensamiento económico liderada hacia los años 70 por Milton Friedman, uno de los más feroces defensores del liberalismo y el libre mercado, lo que le valió a Naomi Klein para describir en su libro de La Doctrina del Shock las medidas económicas que son tomadas en un país que está sumido en el caos. Guedes, que estudió en el Departamento de Economía de la Universidad de Chicago, fue invitado por el Gobierno de Augusto Pinochet durante la dictadura para unirse a la Universidad de Chile y así promover de primera mano las reformas que se venían incentivando desde los Estados Unidos.

Si bien Klein se refería a las dictaduras como las del Cono Sur en el marco de la guerra fría, este concepto sirve para entender otros episodios como la entrada del neoliberalismo a Colombia en los años 90. En todos estos episodios, la sociedad estaba sumida en el caos, mientras sus gobernantes pasaban leyes que daban vía libre a privatizaciones de empresas estatales. Según Friedman, una crisis generaba un cambio real.

Aunque la agenda de Bolsonaro ya tenía claro desde sus propuestas como candidato que el Estado Brasilero era demasiado grande y que el funcionalismo público le costaba demasiado dinero a los cofres públicos, la crisis que desató la pandemia fue la oportunidad perfecta para pasar proyectos mientras todo el mundo estaba pensando en cómo no morir por un virus mortal. El ex ministro del medio ambiente Ricardo Salles lo describió como que era el momento perfecto de pasar «a las patadas» (traducción libre**) todos esos proyectos ambientales que daban vía libre para destruir el amazonas, mientras la opinión pública discutía de otras cosas. Tiempo después, Salles renunciaría a su cargo cuando se enteró de que podría ir preso por orden de la Suprema Corte por ayudar a encubrir crímenes de tala ilegal en el Amazonas.

**La expresión en portugués usada por Salles era ‘passar a boiada’.

Ademas de Guedes, los neoliberales que apoyan a Bolsonaro no tienen figuras tan evidentes como los militares o los evangélicos porque hay muchos empresarios que se declararon en oposición y no existe un «partido» como tal. Pero entre los que nunca abandonaron el barco están los empresarios Luciano Hang (dueño de la cadena Havan), Junior Durski (dueño de la cadena de restaurantes Madero) o Carlos Wizard (asociado a varias franquicias en Brasil como KFC, Pizza Hut y Taco Bell). Está también un sector de lo que se conoce como Faria Limmers, que sería un gentilicio inventado por la Revista Veja para referirse a todos aquellos aspirantes a nuevos ricos que trabajan con bancos de inversión en el barrio Faria Lima de São Paulo, uno de los barrios más caros del país.

Fue dentro del grupo de los neoliberales que al comienzo de la pandemia dijeron que Brasil no podía parar por 5 o 7 mil muertos. Quién diría que el número llegaría a ser 100 veces más alto.

Las intenciones de este grupo pasan por las privatizaciones de las empresas públicas. Aunque esto estaba en las propuestas cuando el Gobierno fue elegido, esta agenda no se ha podido concretizar y Bolsonaro sigue en deuda con ellos. Lo que recién se empieza a mover es la privatización de los servicios de correo (Correios) y de Eletrobras, la empresa estatal de energía. Según la lógica de los neoliberales, privatizar siempre mejorará el servicio y le quita un gran peso de encima al Estado, pues las empresas acaban recibiendo la inversión que necesitan para prestar un mejor servicio.

El problema de las privatizaciones es que estas empresas pueden simplemente dejar de prestar sus servicios en regiones del país aisladas donde no sean rentables. ¿Qué interés va a tener el servicio de correos de llegar a pueblos con 1.000 personas, mientras podrían estar ganando mucho dinero en las grandes capitales? Fue lo que pasó en el Estado de Amapá al norte de Brasil, donde el servicio de luz ya es privado y hubo varios apagones en 14 de las 16 ciudades del Estado a comienzos de este año.

Y existe otro punto que no se puede ignorar. Cuando estas empresas son privatizadas, todas las ganancias comienzan a ir a manos de privados. El Estado no se beneficia más allá de los impuestos. Por ejemplo, hoy el Banco do Brasil es estatal. Es el segundo mayor banco de Brasil y de América Latina. Entregarle un banco al sector privado significa renunciar a todas las ganancias que puede dejar en el largo plazo un banco, que es el negocio que más da dinero en el mundo. De esta forma, lo que antes era prestado como un servicio público se convierte en un privilegio que quizás no todos puedan pagar y del que unos pocos se benefician. Esto fue lo que pasó en Rusia cuando cayó la Unión Soviética.

No obstante, para que las privatizaciones salgan adelante, tiene que haber estudios y puede que no se privatice en un 100%, sino una parte, como ya sucede con Petrobrás o el Banco do Brasil. Si de los neoliberales dependiera, regalarían toda la participación del Estado a cambio de nada. Al menos eso es lo que defienden públicamente.

Dando aquí mi punto de vista, hay cosas que realmente el estado podría sacarse de encima para ser más eficiente, pero el discurso neoliberal espera aplicar esa regla para absolutamente todo, y que queden solo la seguridad y la justicia en manos del Estado. Si quieren saber más sobre la teoría de Milton Friedman, pueden leer este post que escribí sobre una de sus obras aquí en el blog.

El precio de apoyar a Bolsonaro

En medio de todo, es claro que Bolsonaro no está solo a pesar de las 500.000 muertes. Están con él un sector de los militares que nunca aceptó dejar el poder que ganaron tras el golpe de 1964; están los evangélicos, que tienen su propia agenda anti progresista y sus propios negocios; y están los neoliberales, que desde el comienzo demostraron no tener ningún respeto por la vida, siempre y cuando esto les fuera a dejar alguna ganancia económica.

Aunque todos estos sectores tienen legitimidad para defender sus intereses dentro de una democracia, el problema es que en esta oportunidad se aliaron con el bolsonarismo raíz, ese que ha buscado sobrevivir negando la ciencia, destruyendo reputaciones y abrazando símbolos fascistas. El bolsonarismo ensucia todos los intereses legítimos de quienes lo rodean y hace más difícil una reconciliación entre todos los sectores moderados y los demás sectores que optaron por nunca hacer parte del proyecto negacionista de Jair Bolsonaro.