A comienzos de este mes, Facebook/META lanzó Threads, una aplicación para supuestamente competirle a Twitter. Llega tarde, más de 15 años después, cuando en general las redes sociales están más en su ocaso que en su auge.

Le tengo más esperanzas a un Twitter funcionando mal desde que Elon Musk lo compró – con un cambio de nombre encima, con discursos neonazis circulando sin control y cuentas verificadas que se pueden comprar. A Facebook no le tengo fe desde que se metió a construir el metaverso. Hoy parece no saber lo que está haciendo.

Solo en el último año pasaron por 3 despidos masivos. Dejaron ir a sus mejores mentes y a los que quedaron les tocó quedarse para construir una copia de Twitter.

En el pasado, cuando Facebook vio que tanto Instagram como WhatsApp eran una amenaza, las compró a ambas. Cuando Snapchat era una potencial amenaza y no la pudo comprar, la copió en los Stories de Instagram. Y cuando a nadie se le pasaba por la cabeza crear un mundo de realidad virtual con avatares, Facebook creó el metaverso. Las gráficas del metaverso parecían las de un Nintendo Wii, y los avatares ni siquiera tenían piernas.

El metaverso, dicho sea de paso, no fue creado desde ceros, sino que compraron Oculus, una Startup que tenía la visión, pero no los recursos para construir el metaverso antes que todo el mundo. Como cuenta el libro The History of the Future, de Blake Harris, era algo que ya se había intentado por años, pero que tecnicamente era muy difícil de hacer. Después de la adquisición, despidieron a su fundador, similar a lo que sucedió con los fundadores de Instagram y WhatsApp, que salieron después de un tiempo de trabajar para Zuckerberg.

El metaverso ni siquiera era una idea original de M. Zuckerberg y aún así este tuvo la osadía no solo de cambiarle el nombre de Facebook Inc. a META, sino de deshacerse de su creador original.

Facebook de 2004, Facebook en 2023

La última idea original de Facebook parece haber sido el propio Facebook, una tecnología del año 2004, originalmente para ser usado desde un computador. Eso hace 2 décadas. Pero no vamos a ser injustos. Una de las grandes ideas en ese medio tiempo fue cuando el servicio migró de la interfaz web hacia los dispositivos móviles, en la misma época en la que Android y el iPhone no paraban de crecer. A diferencia de otros productos como el BlackBerry o la marca Nokia, que se vieron perdidos ante los rápidos cambios de la industria de ese momento, Facebook se hizo con un espacio en prácticamente todos los celulares del mundo, con excepción del mercado chino, donde sus servicios fueron prohibidos.

Esos dos momentos, la creación de Facebook y la popularización de su aplicación móvil, fueron como una ola que iba creciendo. Fue estando en su punto más alto que compraron Instagram, WhatsApp, Oculus, copiaron los Stories de Snapchat y lanzaron en su momento Internet.org, una asociación con la que buscaban llevar Internet gratis a los países menos desarrollados del mundo. Fue en esa época que las empresas de telefonía móvil empezaron a ofrecer planes con «Internet gratis», aunque limitado a Facebook y WhatsApp. Con todo lo que pasaba en esa época, llegaron a tener entre 2 y 3 billones de usuarios contando todos sus servicios juntos. Estaban en su auge. ¿Podrían sostenerlo?

En su momento, Facebook llegó a estar al lado de Apple, Amazon y Google como una de las empresas más innovadoras de la década pasada, como lo explica Scott Galloway en su libro The Four. Google y Facebook se llevaban la mayor porción de la publicidad digital, lo que les daba los recursos para seguir financiando el futuro de Internet. Pero fue una oportunidad perdida. Mientras YouTube y TikTok, un desconocido hasta entonces, experimentaban con el futuro del formato vídeo, Facebook lo intentaba con Facebook Watch, una sección que vivía dentro de la aplicación principal de Facebook y que nunca ganó tracción. Vine, una aplicación de Twitter que servía para compartir vídeos de hasta 6 segundos, estuvo más cerca de convertirse en TikTok, pero el mundo no estaba preparado para eso.

Mi experiencia personal

Desde que empecé a usar Facebook en el año 2007 hasta 2017 yo fui muy activo. Subía fotos, creaba grupos, comentaba, usaba los Reactions, usaba Messenger para hablar con otras personas o seguir en contacto con viejos amigos, pero hubo un momento de mi vida en el que me di cuenta de que le estaba entregando mucho de mi tiempo y atención a Facebook, en vez de estar usando esa misma cantidad de tiempo en otras cosas, como leer un libro o escribir. Todo ese tiempo se iba a convertir en datos eventualmente.

Fue en esa época, hace unos 6 años, que desinstalé la aplicación de Facebook del celular y la pasé a usar con menos frecuencia desde el computador de escritorio. Por coincidencia, fue la misma época en la que Facebook salió salpicado de varios escándalos tras las elecciones en Estados Unidos de 2016, así como en otros procesos electorales alrededor del mundo, por cuestiones de privacidad o con noticias falsas, lo que se vendría a acentuar durante la pandemia. Fue durante todo ese tiempo que yo dejé de creer en la marca Facebook.

Desde entonces, nunca más volví a usar Facebook desde un celular, aunque sí que seguía usando Instagram. Sarah Frier, autora del libro No Filter, que cuenta la historia por detrás de Instagram, de hecho cuenta que en medio de todos los escándalos en los que estuvo involucrado Facebook desde el año 2016, cuando Donald Trump fue elegido, la percepción de Instagram parecía no haber sido afectada.

Dicho esto, mi problema era más personal con Facebook. Aunque yo fuera una sola persona en un universo de 3 billones de usuarios, quería darle a Facebook por donde más le dolía: los datos y su métrica de usuarios activos al día, que es lo que ellos les venden a sus anunciantes.

Si bien nunca paré de usar Facebook, poco a poco fui disminuyendo su uso, hasta hace unos 2 años para acá, hacia el final de la pandemia, en que me di cuenta de que casi nunca entraba. Lo único que me tenía amarrado era un par de grupos de los que yo era administrador, pero que hace solo unos días preferí archivar porque no estaba dispuesto a moderar los comentarios y tampoco quería entregarle los grupos al Spam.

Por estos días, entré a limpiar mi lista de amigos, páginas, grupos, borré también mucha de mi información personal. Y aunque estoy convencido de que con la información que todavía tienen sobre mí me van a poder seguir mostrando anuncios personalizados, hice todo lo que estaba en mis manos para dejarles la menor cantidad de información posible. El único motivo por el que no desactivé mi cuenta hasta ahora fue porque hay fotos subidas por otras personas en las que yo aparezco, o todo el contenido que yo mismo llegué a generar. Es más la nostalgia lo que hace que una cuenta de Facebook con mi nombre siga existiendo, que realmente una utilidad real porque no está en mis planes volverla a usar.

Afuera del metaverso

Cuando paré de usar Facebook, seguía usando otras plataformas. Confieso que soy muy activo en Twitter y en Instagram. No uso TikTok. Hoy, justamente por conocer la dinámica de las redes sociales, es que tengo mucho más cuidado de que mi tiempo y atención no acaben siendo absorbidos para convertirse en una simple métrica que va a ser vendida al mejor postor: una marca dispuesta a pagar mucho para que yo vea o dé click en un anuncio. Hay otras cuestiones de salud mental que todo el ecosistema de las redes sociales explota con el envío de notificaciones y una necesidad falsa y permanente de querer saber todo el tiempo lo que está pasando, el famoso FOMO (Fear of Missing Out).

Un experimento que inicié esta semana consiste en dejar activo de forma permanente el modo No Interrumpir de Android. Así no me van a llegar notificaciones al celular y yo solo entro a ver lo que está pasando cuando yo quiera, no cuando me lo pida una notificación. Mi meta es entrar de 3 a 5 veces al día a Instagram como máximo, que es donde más siento que desperdicio mi tiempo, y no a cada 30 segundos toda vez que me veo sin nada que hacer. Quiero convertir este experimento en algo permanente como lo fue en su momento desinstalar Facebook.

Ya intenté desinstalar Instagram también, pero siempre acabo volviendo para publicar algo o porque alguien me escribió un mensaje. Los Directs de Instagram son un gancho del que es muy difícil escapar, pero el componente de compartir momentos en forma de fotografías es algo simbólico de lo que es más difícil renunciar, y que sería el motivo por el que empecé a usar la aplicación por allá en 2012.

Si bien los resultados financieros de Facebook siguen siendo muy positivos, para nadie es un secreto que la aplicación de Facebook, al igual como pasó conmigo, se usa cada vez menos. El número de usuarios únicos al día, que es quizás una de las métricas más importantes para ese tipo de empresa, se estancó hace años. Lo veo en mi círculo más cercano o en la propia decadencia de Messenger, qué no veo a nadie usando.

Las personas además se cuestionan cada vez más sobre como usan su tiempo y su atención. Cuestiones de salud mental y privacidad de los datos, de las cuales no se hablaban hace una década, les preocupan cada vez más a las personas, y el declinio ya empezó por ahí. Las personas no van a cerrar sus cuentas de la noche a la mañana, pero van a disminuir su uso o a pasar más tiempo en otras aplicaciones. Seguramente, al igual que a mí me pasó, muchos lo vayan dejando a un lado poco a poco, sin renunciar por completo.

Y por ahí va a venir el ocaso de Facebook, que vemos a lo lejos cuando intentan copiar, una vez más, una aplicación exitosa que alguien más creó.

Facebook copió los Reels y los metió a Instagram. Facebook copió los Stories de Snapchat y los metió a Instagram. Facebook no pudo crear de ceros a Instagram o a WhatsApp, así que los compró. Facebook no iba a crear un metaverso, pero compró Oculus. Facebook nunca entendió Twitter. Ahora fingen que lo entienden y crean Threads. Si la jugada les sale bien, pueden aprovechar que Elon Musk parece no saber lo que está haciendo.

Podemos decir que vivimos para ver la muerte de Facebook (hoy META) y de Twitter (ahora X).