
La historia de Elizabeth Holmes, de la cual fueron publicados un libro y un documental (trailer abajo) es quizás el ejemplo más extremo que podamos imaginar de la frase motivacional Fake it until you make it, o en español finge hasta que lo consigas. Elizabeth Holmes llegó a tener una empresa de biotecnología avaluada en $9 billones de dólares.
Su idea prometía que, con una sola gota de sangre, era posible hacer más de 100 tipos de examen que tradicionalmente los laboratorios hacen uno a uno. La prensa especializada la mostraba como la sucesora de Steve Jobs, pero todo resultó ser tan frágil como un castillo de naipes.
El perfil de Holmes era el viejo conocido en el mundo de las startups norteamericanas: ir a una universidad de renombre como Stanford y a los pocos semestres retirarse para construir una empresa que iba a cambiar el mundo: Mark Zuckerberg, ¿a dónde habíamos visto esto antes?
Las historias de Silicon Valley parecen copiadas la una de la otra y puede que funcione en casos en que se esté desarrollando Software o una aplicación móvil, pero Theranos, que era el nombre de la empresa de Elizabeth Holmes, iba a tener impacto en algo tan sensible como la salud de las personas. No es lo mismo abrir una aplicación de redes sociales y que esta se rompa mientras uno la usa, a que un examen de sangre venga con los resultados incorrectos. Esto podría llevar a alguien sano a tomar medicamentos que no necesita, o a alguien enfermo de diabetes a dejar de tomar medicamentos que en efecto necesita.
Holmes fue tan osada, que solo hizo 2 semestres en la universidad, no tenía experiencia en la industria farmacéutica/médica, y aún así optó por prometer una solución que técnicamente no se podía llevar a la práctica. Investigadores y universidades llevaban décadas intentándolo. Esto es porque para diferentes tipos de examen hay que llevar la muestra de sangre a interactuar con diferentes componentes que no caben todos juntos dentro de una misma caja, como el dispositivo que Theranos decía tener.
Theranos: de promesa a fraude
Holmes duró casi 10 años levantando dinero, es decir engañando a sus socios inversionistas de que invirtieran más y más, para que un día The Wall Street Journal sacara una investigación de todo lo malo que había detrás de Theranos: cultura del miedo, mentiras y un producto que no funcionaba. A la luz de quienes no estaban dentro de la compañía, todo era un mundo color de rosa, según las declaraciones públicas de Holmes.
Pero tras la publicación de la investigación, Holmes pasó de ser una gran promesa a ser demandada por inversionistas, socios estratégicos y pacientes que habían sido engañados durante años. En 2018 la empresa se quedó sin dinero y tuvo que cerrar sus puertas, aun cuando el escándalo había sido expuesto 2 años atrás. Desde entonces, el juicio en contra de Holmes sigue abierto, le retiraron el pasaporte y podría pasar hasta 20 años en la cárcel.
Siendo sinceros, Holmes era una excelente vendedora. Quizás le hubiera ido muy bien como vicepresidente comercial de alguna empresa de tecnología. Su fuerte estaba en que conocía, así fuera de forma superficial, el problema que estaba intentando resolver, las soluciones que existían para ese momento y quizás contaba con algo de conocimiento técnico sobre cómo funcionaría su producto.
Todo esto articulado con una excelente comunicación y un rostro bonito fueron suficientes para vender participación en su empresa a figuras de renombre como Rupert Murdoch y Henry Kissinger, entre otros que carecían de experiencia en la industria en la que Theranos se estaba metiendo. Y ya cuando el escándalo había estallado, para esa misma semana dio una entrevista (abajo) en la que decía sentirse atacada porque estaba intentando cambiar el mundo.
Sumado a lo anterior, Holmes tenía el 99% del control sobre la junta directiva. De esta forma, ninguno de los miembros podía siquiera cuestionar. Ni cuando el escándalo les estalló a todos en la cara pudieron iniciar una investigación, que es lo que se hace normalmente cuando una empresa lleva malos manejos. Holmes logró así engañar a la prensa especializada, a la cadena Wallgreens, con la que iban a distribuir el producto a todo el país, y hasta el Ejército de los Estados Unidos, con quienes llegó a haber conversaciones muy avanzadas para probar su tecnología en soldados en Afganistán.
Una empresa avaluada en $9 billones de dólares tenía el poder para comprar a todo el mundo. Empleados eran recordados de que, si llegaban a decir una sola palabra por fuera de la empresa, serían demandados y seguro dejarían en ruinas a toda su descendencia con los costos legales de abogados. Si alguien tenía el coraje de investigar desde afuera, seguramente tendría el mismo destino. Hubo ex empleados que aún estando por fuera de la empresa se habían reenviado a sus correos personales comunicaciones comprometedoras. Por presión de los abogados de Theranos, todos acabarían siendo obligados a borrar todo lo que tuvieran bajo su control.
El castillo de naipes de Theranos se desplomó justamente gracias a ex empleados, familiares y periodistas que fueron firmes y no se dejaron intimidar. Estaban dispuestos a ir a la justicia, tenían pruebas. El punto era cómo demostrar públicamente que la tecnología de Theranos no funcionaba. Siempre que un cliente decía que los resultados no eran correctos, lo trataban como un caso aislado. Las demostraciones del producto en vivo tenían un guión para que quien estuviera viendo fuera engañado. Simplemente dejaban la máquina calculando los resultados (digamos 30 minutos), se iban de la sala y al rato regresaban con los resultados listos. En el medio tiempo, las pruebas se hacían en otras máquinas con intervención humana. La máquina de Holmes no funcionaba.
La cruda realidad
En 2018 publiqué un post titulado El mundo color de rosa de las Startups, en el que discutía cómo la película The Social Network llevó a mucha gente a pensar de forma equivocada que trabajar en una Startup era divertido. ¿Será que alguien se divirtió trabajando en Theranos? Cuando The Social Network fue lanzada, había aún muy poca información sobre ese mundo, y la poca que había llevó a muchos a asumir estas narrativas fantásticas como si de un dogma se tratara. Son los medios de comunicación con películas, series, libros y reportajes que llevan a pensar a toda una generación de esta forma. Son también los líderes de estas empresas, muchas veces millonarios, que actuando como influenciadores exponen sus estilos de vida en Twitter, Instagram y YouTube. Son la envidia de todo el mundo.
Seamos francos, trabajar en una Startup es solo un trabajo, muchas veces mal remunerado. La mayoría de estas empresas no tiene modelos de negocio sostenibles o va a tardar años en serlo, pudiendo quebrar en medio del camino. Muy pocas tienen un plan de negocios serio desde el día 1. Muchas van a depender de inversionistas para seguir existiendo. Y sus líderes no van a saber ni siquiera lo que están haciendo. Quisiera ser muy claro en que esto pasa con muchas, mas no todas las empresas. Existen startups que salieron adelante y hoy son empresas de tecnología serias, pero llegar a una de estas compañías en sus primeros días es como lanzar al aire un dado de 20 lados y esperar que el resultado sea 20 al primer intento: es posible, pero las posibilidades son minúsculas.
Ya está bien de espectacularizar el emprendimiento y las startups. Es claro que grandes empresas generan empleo y mueven la economía, pero no estamos romantizando a quienes realmente se lo merecen, que son los trabajadores de todas esas empresas que hacen que la rueda nunca pare de girar. Los Mark Zuckerberg, Steve Jobs y Bill Gates no llegaron tan alto por su cuenta. Siempre hubo gente a su alrededor y debajo de ellos haciendo que las cosas funcionaran, y ellos nunca fueron protagonistas de las historias que nos cuentan. En el mejor de los casos, sabemos de nombres como Jonathan Ive (antiguo diseñador de Apple), Andy Rubin (el creador de Android) o Sheryl Sandberg (mano de derecha de Mark Zuckerberg). Aún así, estamos dejando por fuera el 99% de las personas que trabajan por debajo de todos ellos.
El caso de Adam Newmann de WeWork (trailer del documental abajo) resultó ser tan penoso como el de Theranos, pero no llegó a acabar con la empresa de la noche a la mañana. Esta solo se desvalorizó mientras Newmann era tratado por los medios especializados como una estrella de Hollywood y operaba una compañía a pérdidas.
El caso de Theranos o las grandes historias de Silicon Valley no son más que un ejemplo de cómo la espectacularización del emprendimiento lleva la atención a unos pocos millonarios y da poco o ningún reconocimiento a las personas más comunes y corrientes que hacen que ese mundo paralelo exista. De ahí que las discusiones sobre los empleados que trabajan en los centros de distribución de Amazon, los conductores de Uber, entregadores de Rappi o los analistas de contenido de Facebook tengan tan poca relevancia en un mundo en que la atención se la lleva quien se muestra como una persona exitosa. Su narrativa hará desaparecer todos los defectos que hay al margen de la imagen.
Imagen: Kevin Krejci