Plaza de Tiananmen censurada
Si creíamos que habían acabado los tiempos en los que altas figuras de poder llamaban por teléfono al director de un periódico a increparle por la investigación que un periodista suyo estaba haciendo, estábamos muy equivocados. En tiempos de periodismo tradicional, las altas esferas del poder utilizaban a su antojo los medios de comunicación. Esto era posible porque existían unas relaciones personales entre los dueños de un medio de comunicación y la más alta clase política/empresarial de un país, pero también porque el propio Gobierno se anunciaba en los espacios publicitarios de los mayores medios de comunicación de un país, y la forma de presionar para que temas oscuros no salieran a la luz pública era presionando comercialmente: «si esa publicación llega a salir al aire, retiramos toda nuestra pauta publicitaria». Y eso fácilmente podría quebrar a un periódico, dejando decenas de periodistas en la calle.
 
Esta forma de presionar pretendía asfixiar a los medios periodísticos que se opusieran a un Gobierno, o que incluso mostrando imparcialidad osaran traer a la opinión pública los temas oscuros por los que un gobierno podría caer. En Estados Unidos el presidente Nixon cayó por el escándalo de Watergate, y por cosas mucho peores en Colombia escándalos como el proceso 8.000 o la parapolítica no le hicieron ni cosquillas a los presidentes de turno. Al final entregaron el poder a sus sucesores como si nada hubiera pasado, y hoy son personajes incluso consultados por los medios de comunicación para dar opiniones de interés periodístico. Qué ironía.
 
Si en su momento esos temas hubieran pasado desapercibidos, hubiera sido el triunfo del poder político y económico sobre la opinión pública. Era esto justamente lo que buscaba Pablo Escobar cuando silenció al Periódico El Espectador con la muerte de Guillermo Cano, o Carlos Castaño, cuando Jaime Garzón fue asesinado. Esta vez el periodismo había ido demasiado lejos, y tendría que ser silenciado.
 
Pero el problema para los amos del poder con esto es que la información es dinámica y se mueve muy rápido. Si un periodista ve que su vida está en riesgo por una investigación, la información es fácilmente transferible a otro profesional o medio periodístico. Si el periodista muere, posiblemente la información siga existiendo. Ahí ya dependería de otro medio de comunicación el decidir si hacerla pública (o no).
 
Esta forma dinámica en la que viaja la información es una característica relativamente nueva. En la universidad (hace menos de 10 años), yo hacía entrevistas con una grabadora. No había smartphones. Al menos la grabadora ya no era de casette, sino digital.  Y mucho antes de eso era solo el periodista y su libreta de apuntes. El poner un testimonio en un medio era un trabajo de horas, hoy es cuestión de segundos. Twitter o WhatsApp son mayores en número de usuarios que cualquier medio de comunicación, y filtrar información hoy es más fácil que nunca antes.
 
Esto sin embargo abre las puertas para que la banalidad de la información también ande libremente por ahi. No es de extrañar que el titular de una noticia haga referencia a los mejores memes sobre un asunto polémico. Y así concluyen 4 años de carrera de comunicación social y periodismo, con un titular basura que genere clicks. Acá pueden leer una opinión sobre ese tema publicada hace un tiempo en este blog.

Noticias falsas y clickbait


El periodismo fue muy inocente al pensar que recurriendo a titulares sensacionalistas e inflando el número de clicks e impresiones los anunciantes iban a estar amarrados para siempre. Lo mismo pensaron los autores de noticias falsas.
 
El esquema funcionaba así: escribimos una noticia falsa que llame la atención, la divulgamos en redes sociales e inflamos los números para que los anunciantes nos paguen. Google Adsense, la red de anuncios de Google, incluso lo permitía. Uno nunca sabía el anuncio de uno dónde estaba apareciendo, hasta que un grupo de anunciantes en Reino Unido alzó su voz cuestionando todo esto. Y esto porque había contenidos de extremistas religiosos en YouTube apareciendo al lado de sus anunciantes. En su momento Havas Media UK llegó a retirar todo su dinero de pauta en Google y YouTube hasta que no se aclarara el asunto. Eso son varios millones de dólares por día.
 
Pero Google y Facebook se dieron cuenta de cómo funcionaba el esquema y cada uno tomó acciones. YouTube, propiedad de Google, solo les pagaría a productores de vídeo tras acumular un mínimo de 10.000 visualizaciones, y Facebook eliminaría la opción de editar títulos, descripciones de cuando una persona comparte un Link. Esta era una función de la que abusaban los creadores de Fake News, pues podían compartir un mismo link con mil y un títulos sensacionalistas, y esto generaba más clicks (y dinero por supuesto).
 
Pero desde que esto cayó bajo la lupa de estos gigantes de la tecnología se le cortó la fuente de ingresos a este polémico emprendimiento. No obstante, aquí no acabaría todo, e incluso los ojos vigilantes se volverían más severos. Estarían entrenando máquinas para que algo parecido no vuelva a suceder. Y así como Tesla usa inteligencia artificial para que un carro se conduzca solo, o Uber para encontrar la combinación perfecta entre trayecto y precio para un pasajero, Facebook y Google entrenarían sus algoritmos para saber si había algún tipo de hostilidad en un mensaje haciéndose pasar por real. Y aquí comenzaba un nuevo debate sobre libertad de expresión en Internet.

Los nuevos dueños de la información
 
Los dueños de la información ya no son los medios de comunicación tradicionales de los que hablábamos al comienzo: prensa, radio y televisión. Ahora son empresas de tecnología y hay varios actores involucrados de por medio. Hace unos días, un grupo de neonazis vio caer un sitio web suyo porque entre Google, GoDaddy y CloudFlare se pusieron de acuerdo para que el sitio saliera del aire, lo cual es peligrosísimo. Y lo digo independiente de si se trataba de un discurso nazista, comunista o neoliberal.
 
Sin entrar a debatir las ideas contenidas que salieron del aire, el problema es que hoy existan las herramientas para silenciar un discurso que podría ser legítimo. En el caso arriba mencionado, el sitio no podía existir sin un dominio, pues las personas tienen que ingresar a alguna URL. Y en eso fue en lo que GoDaddy y Google ayudaron para que el sitio quedara inaccesible. En cuanto a CloudFlare, que ofrece servicios de seguridad informática, dejó de prestarle sus servicios cuando el sitio estaba bajo ataque. El sitio cayó, y aunque se tratara de un discurso de odio, fue silenciado. Pueden leer la historia completa aquí.
 
Hoy tenemos que pensar que para leer un mensaje en un celular hay toda una estructura detrás que hace  que eso sea posible. Si uno de los componentes de esa estructura falla, todo se va para abajo, como cuando se cae una red de celular, y el hecho de que una empresa gigante como Google tenga parte del poder detrás de esa gran estructura que es Internet  no lo hace tan diferente a cuando un periódico dejaba de circular por órdenes de alguien muy poderoso. Es claro que no hemos llegado a ese punto, pero estamos creando las condiciones para que eso pase.

Automatizando las buenas conductas

 
En su lucha contra una Internet menos peor, Instagram se propuso hace poco trabajar con inteligencia artificial para que todos los comentarios de trolls fueran eliminados. Hay máquinas que hacen esto de forma automática y hay seres humanos que revisan que el trabajo de esas máquinas esté bien hecho. Al final lo que queda es una Internet con comentarios normales. ¿Alguien ha visto una discusión política entre usuarios en una sección de comentarios de un periódico? Es algo que puede llegar a dar asco, y quitarle las ganas de opinar a más de uno.
 
El punto positivo de todo esto que estamos viendo es que la mayoría de estas decisiones son tomadas por algoritmos, y no por humanos. Es decir, un político ya no puede solo levantar el teléfono y amenazar para que dejen de hablar de él. Será EL algoritmo el que decida si tal u otra información debe ir al aire (o no). 
 
El punto negativo sería cuando la máquina se equivoque y tumbe un discurso como lo hicieron Google, GoDaddy y CloudFlare. Tenemos que pensar en los gigantes de la tecnología como Google, Facebook, Twitter y compañía como entidades gigantescas con un enorme poder pero que en algún momento se podrían equivocar. No nos olvidemos que estas son solo empresas privadas que antes que cualquier otra cosa van a velar por los intereses de sus accionistas y sus empleados, antes que por el bien común. 
 
En un mundo tan conectado, el arriba descrito es un escenario peligroso para para la libertad de expresión y no muy diferente de como lo era hace unos años atrás. La libertad de expresión nunca estuvo a salvo.