Google tiene muchos rivales. Al tener tantos productos, debe competir por todos los frentes. Google Search compite con Baidu en China o Yandex en Rusia. La gigante red de anuncios de Google compite contra Facebook. Google Play Music compite contra Spotify, Deezer y Pandora. Los celulares marca Nexus compiten contra el iPhone, y esto mismo pasa con prácticamente cualquier producto que lleve el sello de Google.
«If you can’t beat Android, be Android». Alguien debió advertirle esto a BlackBerry, a Microsoft y a Nokia en 2011 cuando la batalla por los sistemas operativos móviles estaba apenas comenzando. Otros como Samsung con Tizen y Firefox con Firefox OS se arriesgaron y lanzaron sin pena ni gloria sus propios sistemas operativos móviles. La intención de todos estos en su momento era convertirse en una tercera opción. Así, mientras entre todos se canibalizaban un tercer puesto, había otro quizás en el último lugar de todos que hizo una jugada más inteligente: CyanogenMod se convirtió en Android desde 2009 y quizo de hecho quitarle Android a Google (lo que sea que eso signifique).
CyanogenMod era en su momento un Android mejorado por los propios seguidores de la marca CM que sabían programar. Según la comunidad, Android podía ser mucho mejor que lo que hacían Samsung, Sony o HTC, entre otros. Android siempre fue un producto que cualquier fabricante podía tomar y adaptarlo a su antojo, pero casi todas estas marcas acababan arruinando la experiencia del usuario, incluyendo aplicaciones innecesarias que nadie usaba y capas de personalización que le daban más prioridad a la imagen corporativa del fabricante, que a la propia experiencia del usuario.
Algunas de estas marcas cometieron un error: se preocuparon más por vender celulares en grandes proporciones y alcanzar metas altísimas en ventas y olvidaron por completo la experiencia del usuario, mas no precisamente la experiencia del usuario como la interacción entre la interfaz y usuario, sino a la experiencia en el largo plazo de su relación con la marca: ¿cómo se siente usted con la marca de su celular a un año de haberlo comprado?, ¿qué piensa usted hoy de la marca de un celular que una vez dejó de funcionar?
La segunda mitad del siglo XX y la posguerra dieron inicio a un período de crecimiento económico impulsado, entre otras cosas, por la industria de la publicidad. Si bien el papel de la publicidad a finales del siglo XIX y comienzos del XX era mostrar los atributos y las funciones de un producto, medio siglo después había comenzado una batalla por las marcas. Cada quien iba vender más en la medida en que invirtiera más en publicidad y cuya marca se destacara sobre la competencia. De ahí la rivalidad entre Adidas y Nike; Pepsi y Coca Cola; Play Station y X-Box; McDonalds y Burger King, etc.
Lo que pasó con la industria de la telefonía móvil 50 años después fue más de lo mismo. Las marcas se preocuparon por destacar los atributos de sus productos en millonarias campañas de publicidad que llegaran a un público masivo, pero nunca le prestaron atención realmente a la relación a largo plazo con sus clientes. Solo les interesaba vender, alimentando la obsolescencia programada. Su lógica estaba basada en que el cliente, una vez se le dañe el producto que compró, va a regresar a comprar la misma marca que se le acabó de dañar. Nunca se les pasó por la cabeza fabricar productos que no fuera necesario llegar a reemplazar en algún momento. Según ellos, si esto pasaba, nadie más iba a tener que comprar en el futuro y la economía se iba a estancar.
Si bien los grandes fabricantes tuvieron un pensamiento casi estático por más de 50 años, los consumidores evolucionaron. Hoy todavía son una minoría, pero en el caso de la industria de la telefonía móvil y de la tecnología en general ya hay quienes entienden que no tiene sentido cambiar de celular cada año o cada vez que se dañe. Y si se daña uno no se va a volver a comprar la misma marca que se le acaba de dañar (suena ridículo). En ese sentido, la obsolescencia programada en el largo plazo es insostenible y solo les hace daño a las propias marcas y fabricantes que la adoptan. Para evitarlo tendrían que invertir aún más en publicidad para mostrar lo contrario y sería volver al punto de inicio.
De ahí que CyanogenMod —hoy Cyanogen— haya de alguna manera sobrevivido durante tantos años frente a marcas cuya única meta era generar más y más ventas. En 2009 CyanogenMod no tenía ninguna presión por vender o que las personas lo instalaran porque ni siquiera era una empresa que existiera legalmente. Era una comunidad que se reunía en un foro para desarrollar un producto que ellos mismos consideraban como propio. CyanogenMod en sus inicios era el espíritu opuesto a la obsolescencia programada, hasta el punto de que los fabricantes anulaban la garantía de sus equipos a quien se atreviera a flashear su equipo, nombre con el que se le conoce a reescribir el sistema operativo del celular. Con este proceso, un celular cuyo tiempo estimado de vida era inicialmente de 2 años pasaba para 4, y a esto le tenían miedo los grandes fabricantes. Nuevamente iban a cuestionar la lógica del mercado: «si esto pasaba, nadie más iba a tener que comprar en el futuro y la economía se iba a estancar».
En 2013 CyanogenMod le dio vida a Cyanogen, una empresa de Software con capital privado nacida de ese espíritu opuesto a la obsolescencia programada. Ahora tendrían que sobrevivir bajo las reglas de las que siempre habían escapado, teniendo que conseguir clientes, ventas y capital financiero como cualquier otra empresa. Su diferencial frente a las demás marcas es que serían Android, pero sin los servicios privativos de Google. Si bien solo han pasado 2 años —muy poco tiempo para saber si una empresa con raíces rebeldes logra sobrevivir en el competitivo mundo de las empresas de tecnología y las Startups—, llama la atención que se han involucrado con empresas de su mismo tipo: fabricantes independientes de celulares como OnePlus, WyleyFox y Micromax.
La importancia de estos nuevos fabricantes radica en que, al igual que CyanogenMod, son también lo opuesto a estas marcas que invertían sumas millonarias en publicidad para vender más. Estas marcas, por el contrario, son pequeñas e invierten poco dinero en publicidad. Son más conocidas por el voz a voz y por las menciones que los medios especializados hacen de ellas. Dedican todos sus esfuerzos a crear comunidad y en últimas esto es más sostenible y va más de acuerdo con el consumidor que hoy aguanta fácilmente 3 años con un celular y no 1 año.
Hasta ahora Cyanogen en realidad no tiene un producto que pueda vender. Tienen un sistema operativo de código abierto (gratuito) y si hoy existe es porque, además del apoyo inicial de la comunidad, han pasado por varias rondas de financiación, en las que entre Foxconn, Twitter, Qualcomm y Telefónica han invertido cerca de $80 millones de dólares. Estas empresas dentro de unos años querrán ver un retorno de inversión que todavía no es claro cómo vaya a llegar.
Cyanogen tiene un excelente producto (mejor que Android, me atrevo a decir), pero no es claro cómo vaya a ser monetizable en el largo plazo. Es sabido que venden temas, pero ni WhatsApp que cobra $1 dólar al año y es una de las aplicaciones más descargadas del mundo tiene el mejor modelo de negocio cobrando un precio tan bajo para todo lo que ofrece.
Lo que quiero decir es que una empresa no puede vivir solo de rondas de financiación y buenas intenciones. El que empresas terceras, fabricantes de celulares, tengan acceso a su producto no garantiza nada. Si bien parece que hay una base importante de 50 millones de usuarios (y creciendo) dispuesta a pagar por productos que sean lo opuesto a lo que estamos acostumbrados, productos que dejan de funcionar al cabo de 2 años, es bueno preguntarse si es suficiente. Todo esto se resume en la frase que explica la razón de ser de Cyanogen: «si no puedes contra Android, sé Android», mas tienes que hacer mucho más que eso para sobrevivir.