Fotos: Images Money – 401 (K) 2012
Sí, amigo. No es un gran hallazgo, pero ya habrá a quien hasta el título que le puse a este post le incomode. Hay gente (no precisamente de clase media o baja) a la que le parece un absurdo tener que pagar impuestos. Sienten que el Estado los está robando o les está quitando algo que es suyo.
Partamos de una cosa: en todos los países del mundo hay que pagar impuestos. Quiero saber del primer país legalmente constituido y reconocido por la comunidad internacional en que esto no pase. Sea donde sea que vayamos, al entrar a un supermercado a comprar una gaseosa hay una alta probabilidad de que un porcentaje de lo que pagamos sea destinado a pagar impuestos.
Partiendo de ahí, no entiendo el origen del problema. Creo, más bien, que hay que preguntarnos otra cosa y por la que sí sería más que justo cuestionarnos: ¿qué pasa con todo ese dinero que pagamos en impuestos todos los días?, De hecho, ¿a dónde va a parar?
Esa es la cuestión y la que nos debería estar incomodando. En un mundo ideal, el dinero recaudado en impuestos debe ser para que el Estado funcione: hay que administrar justicia, pagarles a quienes escriben las leyes, a quienes nos representan, hay que financiar las obras públicas, la educación y la salud de los que no tienen como acceder a estos servicios y un largo etcétera. De alguna manera, los impuestos ayudan a redistribuir la riqueza con los más pobres. Hay quienes abogan por un Estado libre de impuestos en los que el Estado no se meta en las decisiones del mercado (ver Escuela de Chicago y Milton Friedman). Ahí yo me pregunto: ¿y los más pobres?, ¿que se jodan?
Muchos ven el problema equivocado en pagar impuestos. El problema realmente, como ya dije, es qué pasa con todo ese dinero. De nuevo, en un mundo ideal, los impuestos deberían ser tan altos, que todo el mundo debería tener acceso a salud y educación de calidad públicos, entre otras cosas. El problema que quiero apuntar es que por cada 100 pesos en impuestos pagados, 80 se pierden en el camino: políticos pagando favores, promesas electorales irresponsables, decisiones técnicas erradas, contratos innecesarios firmados por el Estado y un aparato burocrático que no se modernizó en 100 años.
Si bien al comienzo de este post dije que todos pagábamos impuestos, no en todo el mundo la clase política desperdicia el dinero de los contribuyentes como pasa en nuestros países en Latinoamérica.
Un amigo que trabajó para una entidad del Estado Colombiano me decía que para pagar favores sus jefes ponían que un lápiz de $1 peso costaba $25. Podían robar $1, $2, $3, $5 pesos por cada peso de nuestros impuestos, pero no contentos con eso robaban 25 veces más.
En mayor o menor medida, eso es algo que va a estar presente en absolutamente todos los gastos que haga el Estado. Les es imposible invertir un centavo sin quedarse con un pedazo para ellos. Pasa hasta en todos los países del mundo. La diferencia es que en un país muy desarrollado los índices de corrupción son mucho menores y solo se presentan en los niveles más altos del Estado.
¿Por qué esto que estoy diciendo nos debería importar? Porque somos nosotros quienes escogemos democráticamente a quienes toman estas decisiones y quienes malgastan el dinero público. Está en nuestras manos que esto deje de pasar. Depende de nosotros escoger personas que antes que pensar en propuestas electorales piensen en la salud de las finanzas públicas. El dinero de los impuestos es sagrado porque a nosotros mismos nos costó trabajo ganarlo. Podríamos evadir impuestos y utilizar ese dinero para gastarlo en bienes de lujo innecesarios, pero en vez preferimos ser responsables y como buenos ciudadanos pagamos impuestos.
Así como el Estado espera de nosotros eso que acabo de mencionar como mínimo, ¿por qué nosotros no exigimos que quienes componen ese Estado hagan bien su trabajo? Cada 4 años estamos ad portas de unas nuevas elecciones, y nuestra memoria del largo plazo deja de funcionar. Se nos olvida que la misma clase política nos ha traído problemas tan delicados como la deuda externa impagable o empleos peores pagados por decisiones políticas irresponsables. ¿Por qué la clase política que siempre ha hecho las cosas mal lo iría a hacer bien ahora?
Partamos de una cosa: en todos los países del mundo hay que pagar impuestos. Quiero saber del primer país legalmente constituido y reconocido por la comunidad internacional en que esto no pase. Sea donde sea que vayamos, al entrar a un supermercado a comprar una gaseosa hay una alta probabilidad de que un porcentaje de lo que pagamos sea destinado a pagar impuestos.
Partiendo de ahí, no entiendo el origen del problema. Creo, más bien, que hay que preguntarnos otra cosa y por la que sí sería más que justo cuestionarnos: ¿qué pasa con todo ese dinero que pagamos en impuestos todos los días?, De hecho, ¿a dónde va a parar?
Esa es la cuestión y la que nos debería estar incomodando. En un mundo ideal, el dinero recaudado en impuestos debe ser para que el Estado funcione: hay que administrar justicia, pagarles a quienes escriben las leyes, a quienes nos representan, hay que financiar las obras públicas, la educación y la salud de los que no tienen como acceder a estos servicios y un largo etcétera. De alguna manera, los impuestos ayudan a redistribuir la riqueza con los más pobres. Hay quienes abogan por un Estado libre de impuestos en los que el Estado no se meta en las decisiones del mercado (ver Escuela de Chicago y Milton Friedman). Ahí yo me pregunto: ¿y los más pobres?, ¿que se jodan?
Muchos ven el problema equivocado en pagar impuestos. El problema realmente, como ya dije, es qué pasa con todo ese dinero. De nuevo, en un mundo ideal, los impuestos deberían ser tan altos, que todo el mundo debería tener acceso a salud y educación de calidad públicos, entre otras cosas. El problema que quiero apuntar es que por cada 100 pesos en impuestos pagados, 80 se pierden en el camino: políticos pagando favores, promesas electorales irresponsables, decisiones técnicas erradas, contratos innecesarios firmados por el Estado y un aparato burocrático que no se modernizó en 100 años.
Si bien al comienzo de este post dije que todos pagábamos impuestos, no en todo el mundo la clase política desperdicia el dinero de los contribuyentes como pasa en nuestros países en Latinoamérica.
Un amigo que trabajó para una entidad del Estado Colombiano me decía que para pagar favores sus jefes ponían que un lápiz de $1 peso costaba $25. Podían robar $1, $2, $3, $5 pesos por cada peso de nuestros impuestos, pero no contentos con eso robaban 25 veces más.
En mayor o menor medida, eso es algo que va a estar presente en absolutamente todos los gastos que haga el Estado. Les es imposible invertir un centavo sin quedarse con un pedazo para ellos. Pasa hasta en todos los países del mundo. La diferencia es que en un país muy desarrollado los índices de corrupción son mucho menores y solo se presentan en los niveles más altos del Estado.
¿Por qué esto que estoy diciendo nos debería importar? Porque somos nosotros quienes escogemos democráticamente a quienes toman estas decisiones y quienes malgastan el dinero público. Está en nuestras manos que esto deje de pasar. Depende de nosotros escoger personas que antes que pensar en propuestas electorales piensen en la salud de las finanzas públicas. El dinero de los impuestos es sagrado porque a nosotros mismos nos costó trabajo ganarlo. Podríamos evadir impuestos y utilizar ese dinero para gastarlo en bienes de lujo innecesarios, pero en vez preferimos ser responsables y como buenos ciudadanos pagamos impuestos.
Así como el Estado espera de nosotros eso que acabo de mencionar como mínimo, ¿por qué nosotros no exigimos que quienes componen ese Estado hagan bien su trabajo? Cada 4 años estamos ad portas de unas nuevas elecciones, y nuestra memoria del largo plazo deja de funcionar. Se nos olvida que la misma clase política nos ha traído problemas tan delicados como la deuda externa impagable o empleos peores pagados por decisiones políticas irresponsables. ¿Por qué la clase política que siempre ha hecho las cosas mal lo iría a hacer bien ahora?
Pero a pesar de todo hay unos pocos (no voy a decir nombres pero se cuentan con los dedos de la mano) que no siendo de la clase política llegan a hacer parte de ella. Son actores de la sociedad civil que ni siquiera se venden a un partido político, sino de campos como el activismo o el mundo académico. Esta gente con nuevas ideas es la que merece una oportunidad. Al menos deberían ser escuchados. Tienen una mente que no se dejó contaminar nunca (o quizás durante mucho tiempo) por las maquinarias, los partidos políticos y los favores que se pagan con dineros públicos.
Si hay personas que no se dejaron (todavía) corromper por el sistema, hay una alta probabilidad de que sea gente que en algún momento recibió una educación de altísima calidad. Piensen en lo siguiente: si cediéramos ante las pretensiones de que el sistema le dé vía libre al mercado y se eliminaran aún más impuestos, ¿cómo podría ser financiada la educación de los que no tienen el dinero para ir a una escuela o universidad pública?, ¿vamos a dejarlos a merced de los bancos y los créditos educativos? Ahora quisiera ver si alguien se molesta por la idea de que los que tuvieron menos oportunidades en la vida tengan acceso a educación de calidad financiada con impuestos. Solo quedaría eliminar el problema del medio de que esos impuestos lleguen en un 100% a su destino final sin que se pierdan en el camino. Es la poderosa clase política tradicional vs. la todavía minúscula sociedad civil.
La escena final de Tropa de Élite me recuerda a todo esto. Lo difícil que lo tiene la gente honesta que trabaja para el mismo Estado cuando tratan de desmantelar el sistema y a desafiar a la clase política desde adentro. La conclusión: el sistema está jodido.