
Estamos perdidos en medio de la selva, tenemos una sola bala y necesitamos comer. Hay dos opciones: o cazamos un animal y sobrevivimos o desperdiciamos la bala y nos morimos de hambre. Algo así nos está pasando como sociedad en este instante debido al COVID-19. Tenemos una oportunidad única para que el mundo siga funcionando dentro de unos meses o para que el planeta explote porque no hicimos nada.
En un post publicado por Byron Rizzo en Tecnovortex titulado La Tecnología en los tiempos del Coronavirus, se hace el paralelo con el niño que decía una y otra vez que venía el lobo, aunque no fuera verdad. Cuando un día el lobo realmente vino, nadie le creyó.
En la vida real no hay un lobo. Hay información, que puede ser real o falsa. Y si bien las #FakeNews son un concepto relativamente nuevo, que creció junto con las redes sociales y las plataformas de mensajería instantánea en la última década, no olvidemos que en la Alemania Nazi y en la Unión Soviética ya se mentía de forma descarada para lavarse las manos.
En conflictos posteriores a la guerra fría, la información siguió siendo un arma de guerra: Bosnia, Kosovo, Iraq y Colombia son solo algunos ejemplos. Pero hasta ahora siempre había un fin político detrás de cualquier esfuerzo por divulgar información falsa. Fue así como se ganaron las elecciones de Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil, el Brexit en el Reino Unido y el plebiscito por la paz en Colombia. Siempre había un enemigo al que podíamos apuntar con el dedo, adversarios políticos a los que pudiéramos culpar por cualquier problema, y votar en contra de ellos.
Trump culpaba a los inmigrantes; Bolsonaro, al Partido de los Trabajadores de Lula; el Brexit, a la Unión Europea; y el Plebiscito en Colombia, a las Farc. Era muy simple reducir cualquier problema a un único causante. Extirpar ese causante resolvería todos nuestros problemas, decían nuestros líderes. Y aquí estamos.
Primero vinieron los muertos
Mientras nos debatíamos en una guerra ideológica basada en mentiras, llegó desde China una advertencia real que todos ignoramos. En enero de 2020 ya se sabía de gente en China muriendo de forma inexplicable. Se sabía que era un virus, pero a las autoridades competentes de China y del resto del mundo no se les ocurrió en su momento tomar una sola medida al respecto. Todos creíamos estar muy lejos del problema. Nos creíamos inmunes. Días después, China se vio obligada a detener por completo su economía. Ciudades cerradas y ni un alma en las calles.
El vídeo de arriba es un documental del canal brasilero Spotniks, que en una hora expone cómo evolucionó el COVID-19 desde que apareció en China en diciembre de 2019 hasta la amenaza global que es hoy, así como todos los errores que se cometieron desde entonces por parte de gobiernos, en especial el de China. El vídeo tiene subtítulos en español.
Mientras todo eso pasaba, seguíamos acompañando por televisión lo que pasaba en China. Extranjeros estancados en Wuhan sin poder salir del país. Se trataba de algo que pasaba en paralelo a otros acontecimientos como campeonatos de fútbol, grandes eventos y carnavales, cosas de nuestro día a día. Fue después que empezamos a ver los primeros casos por fuera de China: Irán, Korea del Sur, Italia, España, pero desde Latinoamérica seguíamos acompañando las noticias como si esto nunca nos fuera a tocar.
Lo curioso es que esta vez los medios de comunicación hicieron un cubrimiento muy completo día tras día de lo que pasaba en China, desde los primeros casos. Pero los Gobiernos de todo el mundo, con algunas excepciones, como los de Korea del Sur o Nueva Zelandia, asumieron que el mundo tenía que seguir funcionando con normalidad. En Italia y en Brasil, cuando el virus ya era una amenaza inminente con muertos dentro del país, hubo voces afirmando que la economía no podía parar, como afirmaba una campaña publicitaria del Gobierno Brasilero, que fue retirada al cabo de pocas horas (vídeo a continuación).
Si antes teníamos ideologías que nos dividían como sociedad, ahora teníamos partidarios del virus, que esperaban que la economía no se detuviera independiente de que el número de muertos no parara de aumentar, contra partidarios de detener al virus, más allá del daño hecho a la economía.
Hubo gobiernos muy ligeros, que implementaron cuarentenas obligatorias en un par de días para evitar que la enfermedad se continuara propagando. Otros Gobiernos se fueron uniendo, mientras que otros, como es el caso de México, Brasil y Estados Unidos, se hacían los de la vista gorda. Ignoraban el alcance real de una pandemia, sin pensar que en sus manos estaba la vida de miles de personas. El propio presidente Jair Bolsonaro salía a la calle a saludar a sus simpatizantes, mientras sus propios ministros le pedían a la gente que se quedara en sus casas. A los pocos días despidió a su Ministro de Salud, una de las pocas voces coherentes dentro de su Gobierno.
En medio de una pandemia global que ya dejaba 100.000 muertos para mediados de abril, había líderes que se seguían comportando como si de una noticia falsa contra su Gobierno se tratara.
Luego vinieron los despidos
Ya llevábamos un buen tiempo pronosticando una crisis económica. Al respecto, en el primer semestre de 2019 escribí:
No estamos ni siquiera en condiciones de frenar en seco para corregir el rumbo, haríamos estallar otra burbuja y muchos saldrían heridos. Si dejáramos de consumir de forma exagerada, entraríamos en una recesión global, ¿y ahora?
Eso es justo lo que está pasando. Era evidente que una crisis ocurriría, pero no sabíamos cómo ni cuándo. El COVID-19 fue el catalizador que aceleró el proceso. Desde entonces sabíamos por empresas de tecnología que valían miles de millones de dólares y no vendían un lápiz. Veníamos en 2019 de ver a WeWork quemar dinero por lo alto antes de su IPO; servicios populares como Rappi, Uber y Snapchat generando más pérdidas que ganancias; Yellow cerrando sus operaciones en varias ciudades de Brasil, junto a todas las demás startups que salieron del mercado en ese año. En un ecosistema tan competitivo, en el que la atención de los usuarios es tan efímera, adquirir y mantener un usuario es algo cada vez más costoso.
Unicorn, una startup que ofrecía patinetas eléctricas, tuvo que cerrar porque gastó todo su dinero en Facebook y Google Ads. La Startup de Software para equipos de ventas People.ai tuvo que despedir al 18% de sus empleados a pesar de sus buenos resultados. Gympass, que conecta a cerca de 30.000 gimnasios en todo Brasil, tuvo que terminar su contrato con alrededor del 30% de sus empleados. Y esto no va a parar aquí. Semana tras semana seguiremos viendo personas perdiendo sus empleos, inclusive a nuestros amigos y familiares. El vídeo de Platzi a continuación entra en detalles sobre esta delicada situación.
Como bien ya se especulaba, sabíamos que era cuestión de tiempo para que una burbuja de tal magnitud estallara. No era posible que hubiera tantas empresas perdiendo dinero, mientras las condiciones laborales tendían a empeorar. Salarios más bajos, menos derechos laborales, recorte en el gasto público y aumento de la desigualdad. Esto ya lo advertía Thomas Piketty desde 2013 en su libro de El Capital en el siglo XXI. Lo que pasó en seguida en Grecia (2015) y Argentina (2018) era solo una muestra de todo lo malo que estaba por venir. En su momento escribí 2 entradas sobre lo que pasó en Grecia en aquel entonces: parte I – Parte II.
Una nueva esperanza
Después de que el Imperio Galáctico acaba con casi todos los Jedi con la orden 66 fue que llegó una Nueva Esperanza con la Alianza Rebelde y destrulló la Estrella de la Muerte. Estos son los acontecimientos que se dan entre los episodios III y IV de Star Wars, y como toda historia épica, ahora mismo nosotros tenemos a lo lejos una nueva esperanza de renacer después de un virus que puso en riesgo la salud y la economía mundial, como si de una guerra mundial se tratara.
A pesar de todo el caos que estmaos viviendo, con personas muriendo, empresas cerrando y miles quedándose sin empleo, no olvidemos que esta no es la primera crisis que la humanidad enfrenta. Hay personas por debajo de la línea de pobreza viviendo bajo las actuales circunstancias hace años y han sobrevivido. Ahora la tienen más difícil, pero esto es solo una prueba de que el problema ya existía. Solo lo estábamos ignorando.
El actual COVID-19 hace más latente los problemas de desigualdad, entre los que tienen la suerte de trabajar desde casa y los que sobreviven en el día a día. Hay quienes no se pueden dar el lujo de tener una cuarentena. Todo esto ya lo sabíamos. Había académicos, intelectuales y movimientos sociales advirtiéndolo desde la última crisis en 2008. Occupy Wall Street, sindicatos, movimientos estudiantiles y la propia sociedad civil llevan años cuestionando a sus Gobiernos por qué los más ricos tienen beneficios tributarios, mientras que de la clase media para abajo tienen que pagar más impuestos.
Quizás la actual sea una crisis de mayores proporciones, pero las otras veces aprendimos que después de la tempestad viene la calma.
Sin embargo, no nos hagamos a la idea de que todo va a volver a la normalidad. Nada va a volver a ser como era antes. El mundo cambió en 2020, y puede que pasemos hasta 18 meses hasta las cosas se empiecen a «normalizar». Pues, bien, ya llevamos al menos 3 meses al momento de escribir este post. Hasta entonces, quienes tienen un trabajo y lo pueden hacer desde su casa son los más privilegiados. Pero los que tienen negocios físicos y venden productos no esenciales, o los que tienen un trabajo informal y solo pueden sobrevivir en el día a día la van a tener más difícil.
Si hemos madurado lo suficiente como humanidad, vamos a tomarnos más en serio los pedidos de auxilio de parte de la sociedad civil a sus Gobiernos. En medio de tanta riqueza se puede vivir mejor. Y para dimensionarlo, pongámoslo en contexto.
- Un billonario podría solo ser millonario y ya estaría muy bien.
- Un millonario podría solo ser rico y ya estaría muy bien.
- Un rico podría solo ser privilegiado y ya estaría muy bien.
- ¿Cuánta gente podría tener más privilegios con la acumulación que un solo billonario tiene?
Estas son las preguntas que nos tenemos que hacer. Bien respondidas y habiendo tomando correctivos en el camino, habremos aprendido algo cuando todo esto termine. Tendremos sistemas de salud mejor preparados, cuerpos médicos con salarios justos, colaboración entre Gobiernos por un bien común, nuestra clase política habrá de estar mejor preparada ante el manejo de problemas reales y habremos saciado nuestra sed de consumo exagerado. Todo esto, bien aprovechado, nos puede llevar a tener una democracia y un capitalismo que realmente funcionen para todos.
Como lo describía una reseña escrita por Ryan Cooper sobre el nuevo libro de Piketty, la ideología dominante se está despedazando. Lo que salga tras todo esto no puede ser peor que lo que ya tenemos.
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Excelente texto Daniel, gracias por tus claros conceptos. Esperemos que efectivamente, este quiebre en la forma de distribuir la riqueza que creemos se está marcando ahora, se vea plasmado en un futuro no muy lejano. Abrazo!