«Camaradas, la nación está en bancarrota. No nos queda más que abandonar el comunismo (…). Siempre supimos que esta patraña no podría sostenerse». Estas eran las palabras de Fidel Castro en el episodio de los Simpson del billete de 1 trillón de dólares. Castro se queda con el billete y salva a Cuba.

Podríamos pensar en un escenario similar en la Unión Soviética en los años 80, cuando M. Gorbachev comenzó a introducir cambios en el sistema, que buscaban garantizar una apertura democrática y económica. En los años 70, China, también bajo el comando de un Partido Comunista, introdujo de la mano de Deng Xiaoping cambios económicos al abrir su economía y acercarse a los Estados Unidos. Sin embargo, nada hizo China respecto al respeto de los Derechos Humanos o de apertura democrática inclusive hasta el día de hoy. Gorbachev, en cambio, intento hacer pequeños cambios en ambos frentes, en lo que se conoció como la Perestroika.

Gracias a estos cambios fue posible que en 1989 cayera el muro de Berlín. Poco antes, el Gobierno de la República Democrática Alemana (RDA) había perdido todo el apoyo de la Unión Soviética cuando Gorbachev optó por darle autonomía a cada Estado de la Europa del Este a cambio de que estos dejaran de depender económicamente de Moscú. En ese momento, cuenta el libro Revolution 1989: the Fall of the Soviet Empire, escrito por Víctor Sebestyen, en Berlín se dieron cuenta de que literalmente no tenían dinero. Habían estado viviendo a costa de préstamos y no tenían una economía realmente funcional.

 

En la película La Vida de los Otros (trailer arriba), que cuenta la historia de un escritor que era vigilado por la Stasi, el cuerpo de seguridad estatal de la RDA, podemos ver cómo cada detalle de la vida de las personas era documentado con el fin de ser usado en algún momento en un juicio por delitos como ser enemigo del Estado. La película nos permite ver que el cuerpo de seguridad del Estado funcionaba a la perfección. Al final del día, no había muchos disidentes, pues había una cultura del miedo que no lo permitía.

La realidad es que para que eso fuera posible, era insostenible en el largo plazo mantener funcionando la infraestructura de un servicio de inteligencia tan complejo en un país que no generaba riqueza. Pasaba algo similar en la Unión Soviética, donde además había unos gastos armamentísticos para poder mantener a flote el status de potencia mundial durante la guerra fría.

El fin de un sistema insostenible

A pesar de las buenas intenciones de Gorbachev, no todo es color de rosa como cuando vemos las imágenes de gente yendo libremente de un lado al otro del muro de Berlín. Más bien, Alemania salió fortalecida cuando se unificó, pero lo que pasó específicamente en Rusia de ahí en adelante no es muy claro para todos.

La caída de la Unión Soviética es para muchos la muestra de que el comunismo no funciona. Bueno, pues, de alguna forma China lo hizo funcionar. Creo entonces que la discusión debe ir por otro lado, pues algo a lo que le deberíamos prestar atención es al hecho de que los servicios de inteligencia con los que contaba la URSS durante la guerra fría nunca se dejaron de usar. Todo esto se transformó y sigue siendo utilizado aún al día de hoy. 

Si quieren saber más sobre el Papel de Rusia en el mundo actual, este vídeo de Platzi publicado en 2018 es un muy buen resumen.

 

Lo mismo pasó con el Partido Comunista Soviético. La alta clase política que ya existía luchó por su supervivencia dentro del sistema. Boris Yeltsin (primer presidente de Rusia tras la caída de la Unión Soviética) y Vladimir Putin (presidente actual y ex agente de la KGB) ya hacían parte de ese aparato estatal, que lo que hizo fue transferir la poca riqueza del Estado Soviético a manos de privados, lo que empeoró la calidad de vida de la población. De ahí que los magnates rusos sean una clase tan reconocida. Sobre este tema hay todo un libro llamado: Russia’s Dead End: An Insider’s Testimony from Gorbachev to Putin, escrito por Andrei A. Kovalev, que explica cómo Rusia sobrevivió a la transición, usando métodos que ya eran usados hacía décadas por Stalin, y muestra cómo este período hizo que el ruso común le echara la culpa de todos sus problemas a la comunidad internacional, lo que genera el clima de desconfianza y revanchismo que se vive hoy.

Estos son detalles no menos importantes, pues dejan sin piso las discusiones de que capitalismo funciona y comunismo no. Podríamos tener discusiones más relevantes en vez de perder tiempo en esa falsa dicotomía. Lo que realmente nos debería preocupar a estas alturas es qué tan democrático y desigual es un país. Si lo pensamos bien, en Latinoamérica tenemos mucha desigualdad, pero intentamos replicar el modelo de consumo norteamericano. O, por otro lado, Rusia hoy no está bajo control de un Partido Comunista, pero aún así no hay garantías democráticas.

A la final, algo que vamos a notar cuando comparamos sistemas económicos basados en el libre mercado o en el control estatal es que en uno la policía secreta no va a llegar a tu casa a arrestarte por decir algo malo del Gobierno, pero tampoco esperes que te den de comer, te eduquen o te curen cuando te enfermas. En el otro sistema es todo lo contrario: tienes alimentos, educación y salud mínimos, pero no puedes hablar mal del Partido. Para nosotros que vivimos en el mundo libre no está tan mal porque usamos palabras como meritocracia, emprendimiento o libertad de empresa. Y cuando creemos ciegamente en este sistema, cerramos los ojos a todo lo malo que ese sistema genera, como pasa con la desigualdad, que es de lo que hablaba en un post anterior sobre el COVID-19.

Pero si el capitalismo falla estrepitosamente a cada cierto tiempo, dejando gente en la calle, sin empleo, perdiendo sus hogares o muriendo sin ser atendido en un hospital, ¿por qué en su momento exigimos que el comunismo funcionara a la perfección? Por supuesto no quiero vivir en un lugar sin derechos básicos o de ser vigilado por el Estado, pero sí que podemos ver cómo vemos solo aquello que nos conviene y lo demás lo ignoramos.

El sentimiento ruso: la nostalgia por ser una potencia

Rusia era el ejemplo perfecto de esto. Un país que abandonó el comunismo para adherir el libre mercado y la democracia, pero que 30 años después no funciona de forma muy diferente a los años soviéticos. Líderes de la oposición presos, periodistas muertos, libertad religiosa limitada a los seguidores de la Iglesia Ortodoxa, persecución a la religión islámica, prohibición al matrimonio entre parejas del mismo sexo, medios de comunicación que no pueden hablar mal del Gobierno e injerencia en asuntos internos de otros países. ¿Cómo todo esto es diferente a la extinta Unión Soviética?

El documental de la Deutsche Welle a continuación nos permite ver el tenso panorama político de Rusia en los días de Putin.

Algo que ayuda a explicar la mentalidad del pueblo ruso tras la caída de la Unión Soviética es el hecho de que un imperio tan grande como lo fue Rusia haya caído de forma tan estrepitosa 2 veces en un solo siglo: primero con la revolución bolchevique en 1917 y la otra a comienzos de los 90 con la caída de la Unión Soviética. De estos temores se ha podido apropiar Putin para tener una mano dura desde la Presidencia.

Dejar que el país se descarrile con movimientos democráticos o una prensa libre son un riesgo inminente a la existencia de la Federación Rusa actual, como pasó en los años 90, que Chechenia quería seguir el camino de las otras repúblicas soviéticas que se separaron. O en 2008, cuando Osetia del Sur y Georgia tuvieron un conflicto en el que intervino Rusia. Al final, Osetia del Sur declaró su independencia de Georgia y Rusia la reconoció en contravía del resto de la comunidad internacional. Hoy Rusia tiene bases militares en Osetia del Sur, que para Georgia sigue siendo territorio propio.

De esta forma, si otras repúblicas dentro de Rusia o alrededores hubieran seguido ese camino, probablemente habría pasado algo similar a Yugoslavia en los años 90, que se desintegró en Serbia, Montenegro, Croacia, Kosovo y compañía.

Este tipo de conflictos de hecho es una de las formas que Rusia tiene para decir que tiene poder: interviene en un asunto/conflicto en un país tercero, da apoyo a uno de los dos bandos y la comunidad internacional se desgasta buscando soluciones para que todo vuelva a la normalidad. En los últimos años lo vimos en Georgia, Ucrania, Siria, Venezuela e inclusive en la elección presidencial de Trump en Estados Unidos.

Todo esto para decir: ¿cómo es posible que la mayor potencia socialista durante el siglo XX, que venció junto a los aliados la segunda guerra mundial, haya caído en un sistema que no es democrático justo cuando abandonó el socialismo?, ¿no debería Rusia tener un sistema democrático equivalente a los de Francia, Reino Unido o Alemania? No lo es, y es porque por encima de cualquier partido o ideología, desde los tiempos de Stalin hasta el día de hoy, siempre existió un aparato que se fue adaptando a las circunstancias del momento. Pero esto solo es posible porque el pueblo ruso tiene más de 100 años a sus espaldas de vivir desconfiando de la comunidad internacional. Si durante los tiempos de la Unión Soviética había un lavado de cerebro sobre cómo Estados Unidos los quería destruir, ese pensamiento no se iba a ir de la noche a la mañana solo porque cayó el Muro de Berlín.

Alemania Oriental se adaptó al aparato de la Alemania Federal y todos fueron felices. En Rusia el aparato sobrevivió a la transición que se dio entre la caída de la Unión Soviética y el renacer de la Federación Rusa. Ese aparato, en el caso de Rusia, no son más que los servicios de inteligencia y las élites que permanecieron en el poder, hoy representadas por el presidente Vladimir Putin.

Imagen: Daníel