Una televisión antigua en exhibición

Todos los días abro mi correo y me encuentro con una bandeja de entrada llena de Spam. Promociones de bancos para usar más la tarjeta de crédito, ofertas de tiendas en las que alguna vez compré y Newsletters de empresas que ni siquiera sabía que tenían mi correo. En las redes sociales, el panorama parece no ser muy diferente. Todos nos quieren vender productos que ni siquiera sabíamos que necesitábamos. Todos quieren nuestro dinero.

Ni siquiera por fuera de Internet estamos a salvo. Encendemos la televisión, y spot tras spot tratarán de convencernos de cómo gastar nuestro dinero. Abrimos las revistas, el periódico o encendemos la radio, y estamos de forma permanente siendo perseguidos. Los únicos lugares seguros parecen ser Netflix y los libros (aunque por ambos tenemos que pagar).

No importa si no tienes dinero. Tu banco te prestará. El celular desde el cual te comunicas también lo compraste. En algún momento te convencieron, y no te diste cuenta de que comprar ese celular o ese computador portátil te iba a hacer «más feliz» (sí, entre comillas). Lo justificaste en el fondo con el argumento de que el anterior ya estaba muy viejo para conservarlo. Caíste en la obsolescencia programada: productos que fallan para que tengas que comprar nuevos. Y el ciclo comienza nuevamente.

Así es como funciona el mundo


Pero, hey, así es como funciona el mundo. Las personas trabajan en lugares que ofrecen bienes, productos y servicios a cambio de un salario, y con ese salario viven en sociedad, pagan una vivienda, compran un auto, acceden a un celular, se conectan a Internet, usan ropa para vestirse, viajan, etc. Nadie obliga a nadie. Sería eso o un distópico mundo socialista al mejor estilo de la extinta Unión Soviética, donde los precios son controlados, no hay libertad de expresión y hay escasez de alimentos.

Mejor lo aclaramos de una vez: no hay que escoger entre alguno de estos dos extremos. Hay puntos medios en el espectro, matices de gris, puntos de un lado y del otro de los que podremos concordar o discordar, sobre todo en una era en la que acceder a la información es tan fácil.  

Hoy sabemos que el mismo libre mercado que defendemos es responsable a cada cierto tiempo de varios tipos de crisis. No es suficiente mencionar las recientes crisis hipotecarias de 2008 en Estados Unidos y España, o la crisis permanente a la que están sumidos países como Grecia o Argentina, que nunca van a poder pagar su deuda externa y a cada cierto tiempo tienen que ser rescatados (o recibir préstamos). 

Podemos hablar también del hecho de comercializar recursos tan básicos como el agua, la salud, la alimentación o la educación. Hoy sabemos que las deudas por educación universitaria en Estados Unidos son impagables, similar a las deudas por tarjetas de crédito. Aún así, la industria publicitaria nos continúa mostrando la educación superior como el mejor camino para ser personas exitosas. No importa que no consigamos un trabajo después de acabar nuestros estudios o que los trabajos sean más precarios que antes, podemos seguir estudiando. Lo importante es que digamos que somos profesionales formados en tal u otra universidad. Al final, pagamos por ello. Somos especiales y nos lo merecemos.

Empresas que cuestan billones y que no venden un lápiz; así no es como debería funcionar el mundo


Sabemos que hay algo que no cuadra en este modelo. Estamos ad portas de entrar en una nueva crisis, cuando nos demos cuenta de que varios de los llamados unicornios en Silicon Valley están perdiendo más dinero del que generan, como es el caso de Uber, que recientemente reconoció que quizás nunca llegue a ser una empresa rentable. Los accionistas de Lyft tomaron acciones legales contra la empresa porque dicen que su valor estaba inflado cuando esta salió a la bolsa. Esta el caso de Theranos, uno de los mayores fraudes de Silicon Valley. HBO se basó en esta historia para producir el documental The Inventor: Out for Blood in Silicon Valley (trailer, a continuación).


Otras empresas como Snapchat, Hubspot, Tesla o Netshoes queman más dinero del que generan, algunas otras quebraron. Como lo mencionábamos en otro post, en un mundo paralelo color de rosa esperan algún día revertir ese escenario y hacer tanto dinero como el que hacen Google o Amazon. Pero no sabemos si lleguemos hasta allá. Quizás la burbuja explote antes.

Hay, sin embargo, mucha gente haciéndose rica aquí. Un día puedes ser accionista de una empresa perdiendo dinero, y al día siguiente esa empresa es adquirida y monetizada, como ya pasó con Instagram, WhatsApp y Oculus, todas adquiridas por Facebook. Final feliz, ¿y todas las demás?

Nadie sabía en su momento por qué Facebook adquirió WhatsApp. Y una vez lo adquirió, no es que WhatsApp generara tanto dinero, como para avaluarla en $ 19 billones de dólares. Solo la compraron porque representaba una amenaza real respecto a uso. WhatsApp cobraba una anualidad equivalente a $ 1 dólar, pero eso no cubría el costo de ingenieros e infraestructura que requiere llegar a más de 600 millones de usuarios en su momento, hoy muchos más. Durante mucho tiempo WhatsApp siguió no generando mucho dinero, más aún cuando en el año 2016 pararon de cobrar la cuota anual a nuevos usuarios. Aunque existe WhatsApp for Business, no hay un solo anuncio en la plataforma y Facebook no acaba de recuperar lo que pagó en su momento. Y aún así mucha gente se hizo rica con esta transacción, entre ellos, sus fundadores Brian Acton, Jan Koum y otros accionistas.

En Instagram todos somos felices


Vivimos en un mundo de contradicciones. Tenemos que gastar dinero para ser más felices, pero al final del día nadie lo es. Lo somos solo cuando nos presentamos a nosotros mismos en nuestros perfiles de Instagram y subimos fotos perfectas. Allí nuestra vida también es perfecta. Nadie tiene por qué saber cuánto dinero tenemos en el banco, cuántas deudas tenemos. Lo que proyectamos es lo que cuenta, así sea todo artificial. Para la muestra, un botón, el documental de Fyre en Netflix, el festival de música que nunca se llegó a hacer, era un completo fraude.


Lo que les estoy contando en este post no es más que una simple observación sobre cómo funciona el mundo occidental. No estamos ni siquiera en condiciones de frenar en seco para corregir el rumbo, haríamos estallar otra burbuja y muchos saldrían heridos. Si dejáramos de consumir de forma exagerada, entraríamos en una recesión global, ¿y ahora?

Pero mientras esto pasa, somos cada vez más conscientes de que hay un problema allí afuera, hay bastante información, libros, blogs, investigaciones, documentales, historia, etc.  La información es la salida.

Que los bancos estén OK con que les debamos más dinero del que alguna vez les vamos a poder pagar es un problema. Que nos ofrezcan más productos de los que realmente necesitamos es un problema. Que todo lo que compramos pare de funcionar al cabo de un tiempo es un problema. La mezcla de crédito, publicidad y obsolescencia programada son un problema. Todo esto tiene impacto inclusive en el cambio climático y el aire que respiramos. No habrá planeta para vivir dentro de 100 años. No importa: SpaceX y Elon Musk nos pueden poner en marte.


El problema nace cuando un accionista de una de las empresas que mencionábamos más arriba pone un dinero que debería rendir X% al cabo de 3 meses, 6 meses, 1 año…10 años. Esa empresa tiene que vender más que el año anterior para que se recupere la inversión, de forma infinita, para siempre. Pero se nos olvida un detalle importante: existe un techo. No es posible crecer de forma infinita.

Espera, ¿cómo hacen entonces esas empresas como Apple y Google que sí ganan dinero de verdad?

Pongámoslo con un ejemplo. Hace 15 años nadie tenía un smartphone. No existían. Había teléfonos de BlackBerry y de Nokia, muy avanzados para la época, pero en algún momento llega el iPhone y acaba con ellos. Le abre además un espacio a Android (Google) para que entre los dos consoliden el mercado de teléfonos inteligentes, hasta lo que tenemos hoy. Todo el mundo tiene uno.

En casi una década, Google y Apple llevaron a todo el mundo a tener un Smartphone. ¿Y entonces?

¿A quién más le vamos a vender?


Las personas no cambian de celular tan rápido. Así que vamos a vender menos. ¿Pero y si mejor les vendemos otros productos que no necesitan? Vamos a venderles accesorios, aplicaciones, suscripciones. Podemos usar publicidad. Sería lo que Apple y Google llamarían de MacBook Pro, Google Home Assistant, Google Play, iTunes, productos no indispensables para vivir. Nadie murió de inanición porque no pudo comprar un Google Pixel.

Al final, podríamos vivir con versiones anteriores de cualquier producto que tengamos si tuvieran un mayor tiempo de duración.

Hay miles de cosas que podemos hacer nosotros mismos, sin dejar de comprar aquellas cosas que siempre hemos comprado. Lo más seguro es que algún día me tenga que comprar un computador nuevo, que el actual pare de funcionar. No hay problema. Lo que importa es que la próxima vez que compremos algo, seamos conscientes de todo lo que hubo detrás y el momento por el que el mundo está pasando para que ese producto llegara a nuestras manos. ¿Lo necesitábamos realmente?

Hace poco a mi OnePlus One le paró de funcionar su batería. Se apagaba solo. El celular lo tengo desde mediados de 2016 (estamos en 2019). Eso son casi 3 años, y cuando lo compré ya era usado. Hay quienes cambian de celular a cada 2 años o menos. Yo tenía la opción de comprar uno nuevo, o intentar arreglarlo. Al menos le daría unos meses más de vida y no tendría que comprar uno nuevo durante un tiempo si lo arreglaba. Finalmente lo arreglé y creo que puede llegar a durar 1 año más.

Cuando pienso en las contradicciones sobre cómo funciona el mundo, me veo al frente de una vitrina en un centro comercial, queriendo comprar algo, y dejándolo pasar. Si realmente necesito lo que me están ofreciendo, puedo volver y comprarlo otro día. 

La resistencia a un modelo que claramente no funciona está en una generación que hoy está mejor informada sobre cómo funciona el mundo y el tipo de consumo que decida adoptar.

Imagen: evsen yesert