Una de las discusiones más candentes en Brasil por estos días no tiene que ver con política. Se trata de la meritocracia. Hay quienes están a favor. Hay quienes están en contra. ¿De qué se trata y a qué viene esta discusión?
 
Partamos de que Brasil es un país racista, a pesar de que gran parte de la población es de color negro (menos del 50% de la población es blanca). Muchas veces no se trata de un racismo en el que se agreda física o verbalmente al otro, sino de invisibilizar al otro, como si no existiera.
 
En el día de los padres del año 2018, O Boticário, una marca de cosmética y perfumes, lanzó un comercial haciendo alusión a la familia tradicional brasilera. Un padre, una madre y tres hijos (vídeo abajo). En su momento, hubo quienes no se sintieron representados. Toda la familia era de personas negras, cuando para las personas comunes y corrientes (no racistas) solo eran personas, independiente de su color de piel.
 
Por algún motivo, de las 10 millones de vistas que acumulaba el vídeo cuando este post fue escrito, 18.000 usuarios dieron un no me gusta. Inclusive, había quienes por escrito manifestaban su inconformidad porque no se mostraba una persona de color blanco en el comercial. Según ellos, había falta de representatividad en la pieza publicitaria, explicaba la revista Exame. A pesar de que todo el resto de la industria audiovisual suele mostrar personas blancas en un mundo perfecto (parecido a Instagram).

 
El comercial de O Boticario es solo la punta del iceberg sobre cómo están invisibilizados los negros en Brasil. Esto es algo que no va a suceder solo en los medios de comunicación, sino en la propia estructura social, donde en la base de la pirámide hay más negros pobres, y en la parte más alta, más blancos.
 
Y es que las personas negras desde hace varios siglos fueron llevadas como esclavos de África para el resto del mundo para hacer los trabajos más pesados. A América del Sur llegaban a trabajar en minas y plantaciones. El libro El Sueño del Celta, escrito por Mario Vargas Llosa, cuenta cómo los esclavos llegaban a Manaos, al norte de Brasil en el corazón de la selva amazónica, antes de ser enviados al Putumayo en Colombia para extraer caucho. Las condiciones de trabajo eran las peores. Daño físico, cortes e incluso muerte a quienes no cumplieran las agresivas cuotas, cuenta la canción de Plantación Adentro de Rubén Blades.

Muy lejos de América y en otros tiempos es ambientada Spartacus, una serie que cuenta la historia de esclavos gladiadores que se levantaron y pusieron a temblar al Imperio Romano. En esta historia, los esclavos solo servían para divertir a la clase más alta de la sociedad en juegos de muerte y sangre. Los gladiadores se enfrentaban entre sí, y solo sobrevivían los más fuertes, llamados de campeones. Hasta que un día se levantan, matan a sus dueños y empiezan a esparcir su ira por toda Roma, liberando esclavos. El trailer de Spartacus lo pueden ver abajo.
 
En ambas historias podemos ver, por un lado, al dueño de los esclavos en situación de poder, y por otro lado, a los esclavos en situación permanente de vulnerabilidad.
 
Durante siglos, los imperios se hicieron ricos porque había esclavos suficientes. Mano de obra gratis, cuyo único costo era la comida y el lugar que ocupaban para dormir. No requerían un pago, y bajo la lógica de la época, cuanto peor fuera el trato, más producían.

 
Siglos después se abolió la esclavitud, Brasil siendo el último en las Américas. Unas personas ya no eran dueñas de otras, pero tras varios siglos en que los derechos de libertad no existían, la sociedad continuó teniendo una estructura que no favorecía a algunos. Estaban así las familias que acumularon riqueza durante siglos y quienes comenzaban de ceros en un mundo libre.
 
Estas diferencias muy marcadas no iban a desaparecer de la noche a la mañana, y aún hoy están presentes entre nosotros, como lo mostraba la reacción hacia el comercial de O Boticario. No obstante, hay quienes desde las políticas públicas lo reconocen y crean leyes para favorecer a quienes siempre estuvieron marginalizados. Aquí entra el tema de becas y subsidios para los menos favorecidos. Son dineros públicos que el Estado usa para redistribuir la riqueza.
 
En un mundo ideal, como lo propone Thomas Piketty en el Capital del Siglo XXI, las personas con más dinero de la sociedad pagan impuestos altísimos y estos sirven para que los más pobres que se encuentran debajo de la línea de pobreza escalen socialmente, se conviertan en clase media y le den una mejor vida a quienes vengan detrás de ellos. La clase media también pagará impuestos y ayudará a otros a salir de la pobreza.
 
Pero hay quienes no les gusta este modo en que funciona la sociedad. Ven la inversión social como dinero mal gastado o cualquier oportunidad abierta para alguien en situación de vulnerabilidad es vista con malos ojos. En Brasil, por ejemplo, parte de los cupos para ingresar a la universidad pública están destinados a personas negras (a esto se le conoce como cotas raciais). La historia ya nos mostró que estas personas parten en desventaja respecto al resto. Lo explicaré con un ejemplo.
 
La universidad pública suele ser la mejor en cualquier país. Es financiada por el Estado y no hay que pagar, por lo que los cupos son muy disputados. Si hay 100 cupos para el curso de medicina, el ingreso se define con un examen muy exigente. El problema es que quienes vienen de una familia rica tienen los recursos para estudiar en una mejor escuela privada y para pagar la preparación para el examen, mientras que los más pobres tienden a estudiar en escuelas públicas y no cuentan con los recursos para prepararse para el examen.
 
Bajo este panorama, supongamos que al estudiante más sobresaliente de color negro no le alcanza para llegar a uno de los 100 cupos, a pesar de haber sido el mejor de su clase en la escuela pública. El no haberse podido preparar para este examen en específico les genera una peso que no puede cargar, a menos que haya una proporción de cupos dedicada a los menos favorecidos. Supongamos que de 100 personas que pueden aprobar el examen, 5 que se hayan destacado de alguna minoría podrán ingresar al programa. Sería justo, pues históricamente fue una minoría que peleó en desigualdad de condiciones.
 
Cuando digo que la meritocracia es una de ls discusiones más candentes en Brasil, me refiero a que hay quienes se oponen a que los menos favorecidos partan con alguna ventaja, y el vídeo de abajo lo explica muy bien:
  
 
Como podemos ver, si la vida fuera una carrera, hay quienes parten con mayor ventaja. Esto es lo que llamamos de privilegios, y lo que hacemos al no reconocer que hay esta desigualdad de oportunidades a lo largo de la vida de muchas personas es aprofundar el problema, fingir que no existe cuando es obvio a los ojos de todos.
 
La lógica de quienes no lo ven de esta manera se resume en la frase motivacional de «el que quiere lo logra. Solo hace falta desear las cosas para conseguirlas». Como si todo el mundo se levantara con una frase de libro autoayuda en la cabeza y eso fuera suficiente. Lo cierto es que muchos se levantan con el peso de tener que andar por horas para llegar a su lugar de trabajo.
 
En Sao Paulo hay personas que pasan hasta 5 horas al día metidas en un bus para poder trabajar. Hay otros que viven a una cuadra del trabajo. ¿Qué se podría hacer con esas 5 horas de diferencia por día? Estudiar, montar una empresa, leer un libro, no hacer nada. Son 25 horas por semana, 100 al mes, 1200 al año que marcan de forma cada vez más profunda la distancia que hay entre quienes tienen un privilegio y quienes tienen un obstáculo.