
Estos carteles tenían miles de formas de meter drogas dentro de otro país, sin que las autoridades se dieran cuenta. Una de ellas eran las llamadas ‘mulas’: personas cargadas dentro de su cuerpo o su equipaje con un par de kilos de cocaína. Normalmente se trataba de personas sin trabajo en estado de desesperación, queriendo ganar unos pesos para alimentar a su familia, pero que al final acababan pagando un peor remedio que la enfermedad. Muchos eran capturados por las autoridades, queriendo salir del país o cuando llegaban a su destino final. Hay inclusive una serie de National Geogrpahic llamada Alerta Aeropuerto (vídeo abajo) en la que se muestra que esto es solo algo parte del día a día de las autoridades de inmigración.
En Colombia fuimos tristemente famosos durante muchos años y nuestros pasaportes muy mal vistos en aeropuertos de todo el mundo por compatriotas que en su momento intentaron ingresar drogas a algún país del primer mundo y acabaron siendo descubiertos. Existe una película que habla sobre este tema llamada María Llena Eres de Gracia, nominada a un premio Óscar en el año 2005. O más recientemente tal vez recuerden la historia de un colombiano capturado en 2014 intentando ingresar a China con coca y condenado a pena de muerte.
Como explicaba más arriba, se trata de personas en estado de desesperación. Nadie se levanta un día pensando en llevar drogas a otro país, sabiendo que las penas llevan a pérdida inmediata de la libertad y quizás años sin poder ver a sus seres queridos. Pero mientras tanto, hay otra parte de la historia que muy pocos conocen, y es lo que nos lleva a Nevando en Bali, libro escrito por la periodista australiana Katheryn Bonella.
De mulas a caballos
Durante los años 80 y 90 surgió una nueva clase de traficante de drogas que no llevaba toneladas, sino un par de kilos de droga hacia sudeste asiático. Comenzaba con jóvenes de clase media-alta llevando su propia droga para uso personal, y al ver que era tan fácil pasar por los puntos de control sin ser detectados, comenzaron a llevar cantidades un poco mayores para revender y financiar sus viajes. Estas cantidades rondaban de los 3 a los 5 kilos por envío.
Y el envío era financieramente rentable porque en Sudamérica se conseguía un kilo de Coca en $ 1.000 dólares y el valor del mercado en su destino final fácilmente llegaba a los $ 50.000 dólares.
Muchos de estos caballos fueron surfistas brasileros o mochileros europeos que camuflaban la droga en tablas de surf, y durante años pudieron hacer una fortuna porque las autoridades en Indonesia eran muy laxas y corruptas. En su momento si alguien era descubierto entrando al país con droga, el oficial era facilmente sobornable, y fue así como comenzó a nevar en Bali.
Y precisamente porque las autoridades eran muy susceptibles al soborno, se montó un sistema corrupto en el que las autoridades se hacían las de la vista gorda porque sabían que podían ganar algo de dinero extra con solo meterle un susto a alguien cargado de droga. Además, un soborno pagaba más que un salario de un policía promedio, y esto dio pie para que los traficantes siguieran con sus actividades durante mucho tiempo.
Pero pasó a ser tan obvio, y en Bali comenzó a circular tanto dinero, que las autoridades y la justicia no tenían cómo sostener la mentira durante más tiempo. Tener un solo gramo de marihuana o cocaína para uso personal, lo cual en algunos países está permitido, pasó a ser penalizado en algunos casos desde 8 años hasta la pena de muerte, y las cárceles se empezaron a llenar de extranjeros.
Pero había un detalle que no iba a desaparecer de la noche a la mañana y es que el sistema seguía siendo corrupto. Si te capturaban, pero tenías dinero porque eras traficante, el juez te iba a dar una pena menor, o conseguías un abogado capaz de sobornar a todo el mundo. Solo iban a la cárcel los que por muy mala suerte tenían un par de gramos para uso personal y no tenían como pagar un soborno. Para todos los demás, la justicia se podía comprar.
El caso de Archer y de colombianos capturados en el exterior intentando ingresar drogas muestra solo lo desproporcional que puede llegar a ser el sistema de justicia en medio de una guerra internacional contra las drogas. Mientras los peones reciben las penas más severas, no bajando de cadena perpetua o pena de muerte en algunas legislaciones, ha sido normal durante décadas que las agencias anti drogas o los sistemas judiciales de países occidentales negocien con las grandes cabezas a cambio de penas menores y delatar a todo el mundo. Es un sistema en el que los más poderosos del bajo mundo tienen cómo corromper el sistema, y los más vulnerables tienen que seguir la ley al pie de la letra.