
Colombia – Hace unos días la plataforma Denuncie al Taxista anunció que el servicio suspendería sus operaciones de manera indefinida. En el comunicado, compartido en Facebook y Twitter, afirmaban que el volumen de reportes requería de mucho tiempo de administración. Aseguraban también que filtrar reportes falsos, bloquear usuarios y en general toda la información que Denuncie al Taxista recibía (hasta 3000 reportes por semana) era un trabajo de únicamente 2 personas que se hizo siempre de manera manual.
Denuncie al Taxista era una aplicación que básicamente recibía quejas y comentarios de los usuarios de taxi en Bogotá, y los usuarios, al mismo tiempo, podían consultar por el número de la placa si el taxista que les iba a prestar un servicio había recibido quejas por parte de algún usuario. Para que sea más fácil de explicar, es como cuando al terminar un viaje en Uber uno califica al conductor. Si el conductor llega a tener una sola queja, Uber lo desconecta del servicio.
El problema de Denuncie al Taxista es que a pesar de las miles de quejas, nunca pasaba nada. Era lo opuesto contrario a Uber. En Semana, uno de sus fundadores incluso llegó a hablar de casos de taxistas con más de 150 quejas a los que nunca les pasó nada. Las propias empresas de taxi, aplicaciones como Tappsi e Easy Taxi y hasta la propia Secretaría de Movilidad tuvieron la oportunidad de concretar alguna alianza para usar toda esta información y poner un tatequieto a los miles de taxistas que son un peligro para la sociedad y, por tercera vez en un mismo párrafo, no pasó nada.
Es fácil de imaginar que, si el vocero de los taxistas siempre amenazó al Gobierno cuando había un debate sobre Uber, se podría esperar que lo mismo iba a pasar a quien se le ocurriera aceptar una alianza con Denuncie al Taxista. A final de cuentas, los taxistas consiguieron esta vez lo que querían: asfixiar a una plataforma que se les había convertido en un vidrio en el zapato si querían mantener el statu quo.
Es exactamente eso lo que los taxistas han estado intentando hacer con Uber, pero no han podido. Han presionado con votar NO al plebiscito del acuerdo de paz en Colombia (que no tiene nada que ver). Han amenazado con paralizar la ciudad. Incluso se han tomado la justicia con sus propias manos, pero no lo han logrado y Uber sigue existiendo. ¿Por qué? Porque Uber tiene el músculo financiero y tecnológico para destruir, literalmente, al que se le ponga al frente, una práctica muy cuestionable que ya utilizó Amazon para acabar con las pequeñas librerías y que hoy utiliza Airbnb para acabar con el sector hotelero, proceso que aparece muy bien descrito en el libro de Douglas Rushkoff Throwing Rocks at the Google Bus: How Growth Became the Enemy of Prosperity.
Si bien parto de que lo que hace Uber es trabajo esclavo en potencia cuestionable (lo cual expliqué con más detalles en este post), no puedo dejar de lado el hecho de que la llegada del servicio a Bogotá en 2013 fue un llamado de atención a los taxistas y a la ciudadanía de que las empresas de taxi estaban lejos de prestar un servicio decente, y ese es el origen de esta discusión.
Es simple: si los taxis siempre hubieran prestado un buen servicio, sin negarse a llevar pasajeros, sin adulterar taxímetros, sin armar peleas con pasajeros por pagar con billetes de alta denominación y un largo etcétera de quejas, Uber se hubiera asfixiado por sí solo cuando llegó al país porque no iba a tener cómo competir contra una competencia de muy alta calidad.
En Sao Paulo hay un escenario más o menos parecido a lo que estoy intentando decir. Después de varios meses de los taxistas desafiar a la autoridad y tomar justicia con su propia mano en 2015, la Alcaldía de Fernando Haddad le dio vía libre a Uber para operar, mientras le pagaran al municipio una contribución por cada kilómetro recorrido. A cambio, los taxistas tendrían una nueva categoría de vehículos de lujo (además de la tradicional), los taxis podrían circular en vías exclusivas de buses y los taxistas tendrían que, por un lado, ir de camisa y corbata, y por otro lado aceptar pagos en tarjeta. A final de cuentas todo benefició a los usuarios y profesionalizó el oficio de los conductores. O sea, dio vía libre para las condiciones de un mejor servicio, tanto para Uber como para el servicio de taxi.
Digamos que en Sao Paulo nunca existió un «Denuncie al Taxista» porque no fue necesario. Tan pronto el tema de Uber llegó a la agenda de los medios de comunicación, se tomaron acciones desde el Gobierno Municipal para solucionar problemas que siempre habían existido con el mal servicio de los taxis.
Así mismo, 99, que aplastó a Easy Taxi en Brasil, y que conecta a taxistas con pasajeros por medio de una aplicación móvil, se parece a Uber en el sentido de que ha utilizado la tecnología para hacer cosas que el sector tradicional de los taxis nunca iba a hacer por iniciativa propia. Por ejemplo, buscar alianzas. Recuerdo la campaña de Johnnie Walker: daban hasta 2 viajes por fin de semana para concienciar a las personas del peligro que representa conducir bajo efectos del alcohol. O actualmente están buscando empresas comunes y corrientes cuyos empleados usen taxi para ofrecer toda una solución de movilidad a un valor mejor a que si cada empleado lo hiciera por su cuenta. ¿Todo eso lo hubieran hecho los taxis por iniciativa propia? No, lo hizo una empresa de tecnología.
De hecho en Brasil yo uso más 99 que Uber. Uso ambos, la verdad. Y lo hago por el hecho de que el uno es tan bueno como el otro. Nunca recibí un mal trato de un taxista. Siempre me llevaron al lugar al que quería ir. Aceptan pago con tarjeta desde la propia aplicación y toda la flota de vehículos está en buenas condiciones. Y a veces hay promociones como las que mencioné más arriba. Si bien en Sao Paulo andar en taxi es un poco más caro que en un Uber, lo hago más por el hecho de apoyar a una empresa que está haciendo las cosas bien, y que tiene el poder de evitar que Uber monopolice el transporte público en Brasil.
Dicho esto, y tomando ejemplos no solo de Brasil sino de todo el mundo al respecto de políticas públicas que se han tomado alrededor de Uber, una vez más vale la pena decir que prohibir una plataforma tecnológica, como lo quieren los taxistas, no va a resolver el problema de raíz, al menos en Colombia, donde desde los 90 aceptamos las reglas del libre mercado y las volvimos a aceptar cuando firmamos un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos hace 10 años. Y no lo resolvería porque detrás de Uber vendría Cabify, y detrás incluso 99 e Easy Taxi, que hace poco anunciaron que ofrecerían viajes en carros particulares. ¿Qué harán cuando alguien se invente una plataforma de código abierto que no tenga nombre?, ¿cómo la van a prohibir?
Amigo taxista, bien pueda desgástese peleando contra toda tecnología que considere una amenaza, de la misma forma en que lo hace con Uber y en que lo hizo con Denuncie al Taxista. Mientras usted deje de llevar a sus pasajeros adonde ellos pidan, le está dando vía libre a los usuarios para que otro haga con tecnología el trabajo que ustedes no quieren hacer. Hay conductores ganando dinero, mientras usted quiere que el Gobierno intervenga donde no tiene por qué hacerlo.
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