La escena de un teatro en llamas lleno de nazis con Hitler dentro y sin que nadie pudiera salir es como muchos desearían que la segunda guerra mundial hubiera terminado. Así acaba la vida de Hitler en la película de Quentin Tarantino Bastardos sin Gloria, que cuenta la historia de un grupo de judíos que se dedicaba a cazar nazis. En un artículo publicado en 2014 por Joel Stice en Uproxx se explica que, si bien estos cazadores de nazis existieron en la vida real como parte de la inteligencia inglesa y estaban entrenados para matar, su prioridad era buscar información valiosa antes que buscar venganza. Se trataba de exiliados judíos de Alemania y Europa del Este que buscaban venganza. Al final, gracias a la información valiosa que consiguieron, fueron parte importante para que los aliados ganaran la segunda guerra mundial.

Solo un detalle importante: un personaje llamado el Oso Judío, que golpeaba nazis en la cabeza con un bate de béisbol, nunca llegó a existir por fuera del universo creado por Tarantino. Para entender este comentario, vean la escena de abajo de la película.


Tras el fin de la segunda guerra mundial, muchos pensaron que las ideas de fascismo y nazismo quedarían enterradas para siempre. Al final, fueron millones de personas las que pagaron con sus vidas con su existencia. ¿Por qué diablos alguien iba a declarar públicamente su atracción por estas ideas cuando los recuerdos de campos de concentración y millones de judíos muertos estaban tan frescos?

Lo cierto es que, si bien toda la cúpula de la Alemania Nazi murió o fue juzgada y Mussolini fue fusilado antes de que acabara la guerra, debajo de ellos había mucha gente común y corriente que en el fondo seguía simpatizando con las ideas fascistas. Solo no lo podían gritar a los cuatro vientos. Por el contrario, les tocaba convivir con ello en silencio. Los propios partidos nazi y fascista en Alemania e Italia, respectivamente, fueron prohibidos hasta el día de hoy, lo que no impidió que siguieran existiendo partidos conservadores, cristianos o de una derecha moderada que absorvieron a muchos de los antiguos militantes nazis y fascistas.

Durante varias décadas, el escenario fue ese. Un partido nazi o fascista como tal no estaba en los planes de nadie. A pesar de las dictaduras militares que hubo durante la guerra fría, siempre se trató de militares no filiados a ningún partido, por tanto sin una ideología clara más que contener la amenaza comunista y defender el modelo de democracia propuesto por Estados Unidos. Pero tras la caída del muro de Berlín, y el reestablecimiento de la democracia en el mundo occidental, la agenda de los partidos políticos cambió. Ya no se trataba de culpar a los comunistas. Había que buscar nuevos culpables para los problemas de siempre.

Racismo y anti semitismo


Las ideas anti semitas y de supremacía blanca adoptadas por Hitler para llegar al poder, así como las de culpar de todos los problemas de Italia a los sindicatos y a la clase trabajadora, no eran nuevas en los años 20. En realidad había gente que ya pensaba así y ellos solo las instrumentalizaron políticamente para llegar al poder por la vía democrática, aunque con la ayuda de una élite económica reaccionaria. Observemos que, a pesar del uso de la violencia ya en el poder, fue la propia democracia la que permitió que Hitler y Mussolini llegaran allí no por la vía de las armas con un golpe de Estado, sino que fueron los ciudadanos los que depositaron su voto de forma voluntaria en momentos de convulsión política tras el fin de la primera guerra mundial.

Por fuera de Alemania e Italia, estas ideas también eran abrazadas. Por ejemplo el racismo, la xenofobia, la islamofobia, la homofobia y el machismo siempre existieron. En Estados Unidos y en Brasil, por ejemplo, el racismo estructural es muy latente aun hoy. Los negros tienen menos acceso a oportunidades en el mercado de trabajo y a educación de calidad, o tienen una mayor probabilidad de vivir marginados en sus propios barrios en la periferia/favela. Y todo esto solo es posible porque hace varios siglos una parte de la élite se lucró con la compra y venta de esclavos como si de mercancías se tratara. Cuando se acaba la esclavitud, la raza negra entra a competir en el mercado de trabajo en desigualdad de condiciones frente a quienes siempre habían sido libres.

Y quienes siempre fueron adeptos a estas ideas son los que empiezan a adherir a esos partidos conservadores, cristianos y de derecha que ya existían antes de los 90, o que tras la caída del muro de Berlín empiezan a crear los suyos propios. Son estos partidos los que conforman la nueva alt-right (derecha alternativa), de la cual se valen políticos para llegar al poder con ideas de extrema derecha. Según Shane Burley, la alt-right se define por el nacionalismo racial, la desigualdad de razas, la defensa de los papeles tradicionales de género, una jerarquía anti democrática y anti semitismo. Es una concepción mucho más amplia de lo que era el fascismo de Mussolini: un movimiento anti liberal, anti democrático, anti socialista y anti operario. Ahora los enemigos son más.


En Grecia, entre los años 90 y 2000 creció mucho el Movimiento Amanecer, un partido fascista cuya bandera es una esvástica negra adaptada sobre un fondo rojo. Ganaron varios lugares en el parlamento griego, pasando del 0,1% de los votos en 1996 al 7% en 2015, año en el que se hicieron con 18 de los 300 lugares en el Parlamento. Poco después, miembros del movimiento se vieron involucrados con el asesinato del cantante antifascista Pavlos Fyssas, a lo que cerca de 38 miembros, 15 diputados y el líder del partido fueron arrestados, acusados de delitos como formación de organización criminal, asesinato, ataques con explosivos, agresiones y delitos financieros.

Con esto, Amanecer Dorado perdió credibilidad entre el electorado, que en las elecciones de 2019 no les dieron el 3% de los votos mínimos que necesitaban para ingresar al Parlamento. De esta forma, sus miembros perdieron inmunidad parlamentaria, salarios y financiamiento estatal. Ahora enfrentan un juicio con muchos menos recursos.

Volviendo a las raíces, y como mencioné en el post de vivir en el Brasil de Bolsonaro, el fascismo italiano de Mussolini a comienzos del siglo XX, según Leandro Konder, apelaba al mito de la patria, es decir al imaginario de lo grande que podría llegar a ser el país si no existieran enemigos. ¿Y quienes son esos enemigos? Hoy podríamos hablar de los judíos, negros, inmigrantes, musulmanes, comunidad LGBT y el movimiento feminista. Entre todos, afirman las nuevas plataformas de extrema derecha, representan un riesgo para los valores tradicionales o incluso para la raza. En un relato mencionado por Mark Bray en el Manual Antifascista, se cuenta que en agosto de 2002, en un evento organizado por una organización neonazi llamada ‘Alianza Nacional’ en Baltimore (Estados Unidos), nazistas marchaban con banderas en las que se leía: «diversidad es genocidio de la raza blanca».

Apelando a este discurso de odio fue que líderes como Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil y Víctor Orban en Hungría se hicieron elegir. Le Penn en Francia perdió la elección de 2017, pero la amenaza de que una extrema derecha apoyada por fascistas y neonazis siga ganando elecciones y espacio en los parlamentos alrededor del mundo, así como diseminando miedo/odio sigue latente.

En el vídeo de abajo (en portugués) podemos ver el crecimiento que han tenido los movimientos nazis en Brasil en la última década, donde no olvidemos que hubo mucha inmigración alemana e italiana en el siglo XX.


¿A qué punto llegamos? — Podríamos en este momento estar hablando de mejorar la salud o la educación entre partidos moderados, pero en vez de eso estamos discutiendo sobre cómo identificar una ideología que dábamos por muerta tras el fin de la segunda guerra mundial, y que sigue ganando adeptos y elecciones. De ahí que el antifascismo o movimiento antifa sea más importante que nunca.
«El fascismo no es para ser discutido, es para ser destruido»: Buenaventura Durruti
Antes de escribir este post, leí 2 libros sobre fascismo: introducción al fascismo de Leandro Konder y el Manual Antifascista de Mark Bray. El primero se enfoca más en el concepto original que da origen a los movimientos de Mussolini y Hitler en el período entre guerras (años 20 y 30 del siglo pasado). Y si bien, debemos tener claro que fascismo y nazismo son conceptos diferentes, ambos tienen una dinámica muy similar, según la cual la patria está por encima de todos y de todo, lo que da vía libre para matar judíos, negros, enfermos, comunistas, etc., que es lo que efectivamente pasó, y debemos evitar una vez más.

De ahí la idea de que el fascismo no es para ser discutido, sino para ser destruido, y que para ser antifascista, hace falta entender el fascismo. Solo entendiendo el fascismo nos vamos a dar cuenta de que los lemas de campaña de Trump (Make America Great Again) y Bolsonaro (Brasil por encima de todo) coquetean con el fascismo tanto en el lenguaje como en los hechos.

Por otro lado, no nos olvidemos que la segunda guerra mundial la ganaron los aliados: Estados Unidos, Reino Unido, Francia y la Unión Soviética. Esa guerra enfrentó al mundo civilizado contra el fascismo/nazismo. Y si algo tenemos que rescatar de esa guerra es que estaba clara la amenaza que estas ideas representaban para el mundo libre. No puede ser posible que, medio siglo después, renazcan de las cenizas estas ideas que ya dábamos por superadas y no sean solo unos pocos inadaptados quienes las defienden, sino que se trate de presidentes y miembros de parlamentos elegidos democráticamente para justificar sus acciones frente a diferentes minorías.

Un error que costaría millones de vidas hacia los años 20, cuenta Bray en el segundo libro, es que cuando eran Mussolini y otros 100 que no hacían ni cosquillas fue que la izquierda, o sea socialistas, comunistas y anarquistas no se ponían de acuerdo sobre una agenda política unificada. Pasaron más tiempo peleando entre ellos, que dejaron crecer sin control una amenaza a su alrededor, que en cuestión de años los exterminaría a ellos y pondría en riesgo la vida de millones de judíos. Lo cierto es que para entonces no teníamos toda la información que hoy tenemos sobre fascismo/nazismo.

Otro aspecto en el que la alt-right es muy fuerte es en el uso de la tecnología. Las comunidades de 4chan y Reedit, así como el uso de memes, fueron espacio de discusión para que sus seguidores se comenzaran a organizar desde el momento en que Barack Obama ganó las elecciones de 2008. Desde entonces, se propusieron crear una plataforma para recuperar el poder 8 años más tarde. En el libro Inside Facebook de Steven Levy se cuenta cómo además los republicanos fueron mucho más ligeros que los demócratas para aprovechar las herramientas de Facebook (anuncios y Cambridge Analytica) para usarlas en su favor, ya fuera para divulgar propuestas, noticias falsas o memes. Los democrátas, por el contrario, tenían una comunicación más pasiva que les costó caro.

¿Y ya que entendemos los alcances del fascismo, qué hacemos ahora?


Lo primero es no cometer los errores que cometieron los primeros movimientos de izquierda que pudieron contener al fascismo de llegar divididos a la pelea. Hoy por suerte no se trata solo de una izquierda compuesta por comunistas, socialistas y anarquistas. No hace falta ser seguidor de alguna de estas ideologías para ser antifascista. Hay feministas, antirracistas, inmigrantes, judíos, musulmanes y comunidad LGBT, que se pueden unir en un único frente. En Brasil existen inclusive los entregadores antifascistas, que es el movimiento que reúne a los entregadores de Rappi, iFood y UberEats que exigen más derechos a las plataformas.

Y ni siquiera hay que ser militante de alguno de estos movimientos para estar del lado de los buenos. Hace falta solo sentido común y buen corazón para saber quiénes han sido los buenos y quiénes han sido los malos a lo largo del último siglo.

Este es un buen momento para recordar el poema del pastor luterano alemán Martin Niemöller:

Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista.

Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío.

Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista.

Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante.

Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada.

Siguiendo este raciocinio, no quiero proponer una solución a lo Quentin Tarantino, como mencioné al inicio del post, para acabar con el problema. Afortunadamente no estamos aún en una guerra mundial para llegar a ese punto, pero sí debemos tener claro que, como afirma Bray, si el arma principal de los fascistas es el miedo, la de los antifascistas debe ser la solidaridad.

Estamos en un momento de la historia en el que más allá de ser liberales o conservadores, de derecha o de izquierda, lo que nos debe diferenciar en el fondo es si estamos del lado de quienes usan el miedo o quienes usan la solidaridad para construir el mundo del mañana. No hay un punto medio. Ser indiferente es ponerse del lado de quienes usan el miedo. ¿Somos victimarios o somos antifascistas?

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Imagen: redhope