Fotos: Thomas Hawk y Dean Hochman
Colombia es un país de ilusiones rotas. Queremos ser el país más educado de América Latina, pero nos quedó grande repatriar a unos cientos de doctores colombianos que trabajan haciendo investigación para universidades de todo el mundo. Queremos tener mejores empleos y mejor pagados, pero hoy el salario mínimo medido en dólares es menor que el de hace 1 año. Queremos que no haya más conflicto armado interno, pero las condiciones que dieron origen a este son exactamente las mismas de cuando comenzó.
Por el mismo camino nos vamos a quedar atascados en el ámbito tecnológico, creativo y de la innovación si vamos en contravía de la forma en que evoluciona el mundo.
Para contextualizar, piensen en que hace unos 20 años las empresas que iniciaban operaciones en la región andina abrían su primera oficina en Caracas, no en Bogotá. Hoy ese escenario ha cambiado totalmente por causa de la inestabilidad política de nuestro vecino país. Bogotá —y Medellín en menor medida— es hoy el atractivo de empresas que quieren iniciar operaciones en la región. Los bajos impuestos para empresas extranjeras, la facilidad para abrir una empresa, los bajos salarios, la baja inflación y la ubicación geográfica son, entre otros, los factores por los que Colombia es un país atractivo para hacer negocios.
Habría a esto que sumarle el tema de la seguridad y la percepción que internacionalmente hoy genera Colombia. Ya no somos asociados únicamente con guerra y narcotráfico, sino con otras cosas más positivas que generan confianza inversionista.
Mientras todo eso pasaba, la irrupción tecnológica, el mundo de las Startups y las empresas de tecnología salió de Sillicon Valley y Nueva York y se empezó a tomar el mundo como lo haría un pulpo, empezando por América Latina por ser lo más cercano geográfica y culturalmente (por eso de los hispanos).
Eso empezó a pasar en los últimos 15 años, pero es algo que se está empezando a sentir hoy. Si hace unos años empresas como Google, Facebook, Netflix, Spotify o Apple operaban desde Estados Unidos y delegaban todo lo que hacían en otros países o ni ofrecían sus servicios, hoy no solo han comenzado a abrir oficinas en otros continentes, sino que han llevado a otros territorios esa misma cultura del emprendimiento gracias a la cual surgieron. Hoy la idea de emprender está en cabeza de todo el mundo, y no hay forma de escapar de ello. No necesariamente porque todo el mundo vaya a abrir su propia empresa de tecnología, sino porque muchos de los empleos que se van a generar en los próximos años van a depender de esta área.
Hace unos años yo leía mucho que era necesario aprender a programar, que los mejores empleos se los iban a llevar las personas que supieran escribir código y desarrollar software y aplicaciones. En parte es verdad. No lo es totalmente porque alrededor de todos estos nuevos productos también va a haber gente que los tenga que vender, ofrecer soporte o llevar a otros idiomas para que los use más gente. Por supuesto, los mejores salarios se los llevan los desarrolladores, mas no hay que mirar desde el hombro a todos los demás engranajes que hacen que la máquina funcione.
Evidentemente todo esto está dando la posibilidad de que se desarrolle una nueva economía desde la que se generan millones de empleos. Si alguien quiere buscar un trabajo hoy, tiene que mirar en esta dirección y aprender a moverse desde adentro. No pasa nada no hacerlo, pero van a abrirse menos puertas si uno se queda por fuera.
No obstante, no todo es perfecto. En nuestro país hay trabas para que estos escenarios se desarrollen naturalmente. Uber es un caso en el que la burocracia y las interpretaciones jurídicas están impidiendo que existan mejores servicios para los usuarios. El desconocimiento de los bancos hacia lo que es el CrowdFunding o el cierre de las operaciones entre cuentas de PayPal de usuarios colombianos lo único que hace es que ese ecosistema que en otros países funciona bien, aquí se vea truncado.
Mientras Chile es el mejor país para emprender en América Latina (y de donde surgió la genial idea de Hastag 700) y Brasil, donde los servicios financieros están adelantados 10 años al frente de todos los demás, Colombia mira en la dirección contraria a pesar de todas las oportunidades y beneficios que no existen, por ejemplo, en mercados como el argentino o el venezolano, golpeados por la inflación, o la mayoría de países de Centroamérica y Caribe que tienen una población del tamaño de la de Bogotá.
Los casos que mencioné arriba de Uber, PayPal y el Crowdfunding se cuentan con los dedos de la mano, sí. Sin embargo, al tratarse de empresas muy grandes las involucradas, tienen el poder de espantar a quien quiera iniciar operaciones en Colombia. No estamos hablando de abrir una tienda en la esquina de un barrio popular, sino en muchos casos de inversiones de varios millones de dólares que fácilmente se podrían trasladar a Panamá, Ecuador o Perú, donde puede ser que haya menos burocracia.
Un par de preguntas para resumir lo que quiero decir: ¿por qué Platzi, la Startup más importante cofundada por un colombiano en los últimos años, fue legalmente fundada en Estados Unidos en vez de Colombia aun cuando operaba desde Colombia?, ¿por qué trasladaron su oficina principal a Estados Unidos en vez de haberla dejado en Bogotá? La respuesta es muy sencilla, y es que en Colombia existe un freno a la innovación.