Una cámara mostrando un fondo desenfocado
Deberías Hablar con Alguien, escrito por Lori Gottlieb, es el título de un libro en el que una psicóloga cuenta la historia de varios de sus pacientes, su relación con ellos y la relación de ella con su propio psicólogo. Sí, los psicólogos también tienen un psicólogo. Es como un ciclo infinito.

En algún momento del libro, la autora hace una reflexión sobre las contradicciones entre las historias que los pacientes venían a contar, gente con problemas de depresión, ansiedad, estrés, alcoholismo, etc., y como esas mismas personas se retrataban a sí mismas en las redes sociales, donde todo el mundo lleva una vida perfecta.

Hace muchos años yo me volví muy crítico de la figura de los influencers por varios motivos. Llegué a hablar sobre el tema aquí en el blog. Entre otras cosas, porque muchas veces muestran estilos de vida por fuera de la realidad para el resto del mundo, lo cual, queriendo o no, los convierte en figuras relevantes para mucha gente y para los medios de comunicación. ¿Por qué?

Evaluando mis críticas de aquella época, creo que me refería sobre todo a aquellos aspirantes a influencers, pero que ni siquiera habían hecho absolutamente nada con sus propias vidas. Se querían hacer pasar por interesantes, y no eran más que personas comunes y corrientes, queriendo imitar a alguien más exitoso y ni siquiera eran una versión auténtica de ellos mismos.

Esto pasó porque en su momento las propias redes sociales dieron a entender que cualquiera se podría volver famoso. Sólo bastaba crear buen contenido, hacerlo con frecuencia, ser relevantes dentro de cada plataforma, etc. Simple sentido común, si no fuera porque se pasó de producir contenido a cuentagotas, como en la época de los blogs, a ser creada una cantidad infinita de piezas de contenido en tiempo real para un sinnúmero de plataformas en formatos cada vez más complejos.

Ya no bastaba con tener una presencia en Twitter e Instagram, sino que el propio Instagram pasó a ofrecer tres diferentes formatos: imágenes/videos en el Feed, Historias y Reels. Estaban también TikTok, YouTube, LinkedIn, etc. En cada plataforma, cada uno quería mostrar al mundo la mejor versión de sí mismo y esconder debajo del tapete todas las posibles imperfecciones.

Esto hizo que esos mismos influencers aceptaran que no podían tener presencia en todas estas plataformas al mismo tiempo. Este es un lujo que se puede dar una marca, que puede contratar equipos completos para gestionar varias redes sociales al mismo tiempo, pero no un individuo que en el fondo no es más que una persona común y corriente.

El surgimiento de varias plataformas fue un gran filtro, pues a pesar de que son muchos generadores de contenido compitiendo entre sí, con el tiempo van quedando solo los mejores y estos se enfocan apenas en aquellas plataformas de redes sociales que mejor les funcionan. Eso sí, tienen que seguir mostrando unas vidas irreales y perfectas para mantener el engagement alto. O, en contados casos, ser realmente auténticos y esperar que eso sea suficiente para ser populares en medio de algoritmos que privilegian la superficialidad.

Sí lo que tienes que decir dura más de 3 segundos, te vas al fondo del Feed adonde nadie te va a ver. Mejor imita la vida exitosa de alguien más.

Viejas plataformas y la permanente adapatación

Hace poco más de una década que estamos viendo una explosión de crecimiento que no termina por parte de las redes sociales. Como usuarios, esto nos llevó de una posición en que las usábamos de forma pasiva en automático a ser un poco más críticos sobre hacia dónde nos estaban llevando.

Surgió el Hashtag #DeleteFacebook; plataformas de mensajería como WhatsApp y Telegram se volvieron nidos de bots y destrucción de reputaciones, llegando a afectar procesos electorales en todo el mundo; y llegamos a cuestionar cómo Instagram estaba afectando el autoestima de las personas (vídeo arriba), inclusive niñas menores de 15 años. Con todos los cuestionamientos, Instagram planeaba lanzar una versión de su aplicación para niños (!).

Pero a pesar de los duros golpes desatados por la opinión pública, ¿saben quién salió inmune? La figura del influencer. Este simplemente seguía nadando en popularidad, mientras la plataforma a la cual subía contenido era atacada por todos los flancos.

En el peor de los casos, si la plataforma para la cual estuviera generando contenido caía en desuso, como ocurrió con muchos blogs o con Snapchat, siempre existía el Plan B de saltar a otra plataforma y construir una nueva audiencia desde ceros.

Observen cómo la figura del influencer se ha adaptado una y otra vez. Este siempre va a encontrar un nuevo refugio dentro del cual seguir existiendo. Ya antes de las redes sociales y los blogs, eran artistas, portadas de revistas y estrellas de cine o televisión. En el peor de los casos, eran auténticos desconocidos que habían llegado a participar en un Reality Show.

Todo el mundo quería tener el mismo estilo de vida de las estrellas que veían al otro lado de la pantalla. De esto vivía la industria publicitaria. Después de todo, todos parecían ser felices y llevar una vida perfecta. Y este acaba siendo el gancho usado por marcas y agencias de publicidad para vendernos cuanto producto a sus clientes se les ocurra lanzar. Lo hacían en los años 50, cuando se popularizó el modelo de consumo norteamericano de acumular y lo hacen hoy, solo que desde otras plataformas con otros actores.

¿Y dónde queda la salud mental?

Hace poco ley el testimonio público que hizo Lady Gaga por sus problemas de depresión cuando alcanzó la fama (vídeo arriba). Stefani (que es su verdadero nombre) decía odiar a Lady Gaga, como si fuera un personaje ficticio diferente a ella, llegando a decir que consideró el suicidio. Ya hoy mucho mejor, en parte gracias a reconocer el problema y a buscar ayuda de profesionales, nos cuesta entender por qué no tenemos más figuras públicas haciendo este trabajo de dar reconocimiento a la salud mental, quizás más importante que el de vender estilos de vida irreales.

¿Quieres fingir que llevar una vida saludable y una buena alimentación es algo que toda tu base de miles de seguidores debería llevar a la práctica para tener un cuerpo perfecto? Hazlo, pero también tómate el trabajo de hablar de salud mental, de problemas como la depresión, la ansiedad, el estrés, el autoestima, el síndrome de burnout, etc. porque lo uno afecta a lo otro y viceversa. Estás llegando a mucha gente.

El sol no se tapa con un dedo, y en medio de una pandemia, con mucha gente necesitada emocionalmente, la mayoría ni siquiera entiende por lo que está pasando 2 años después. Estos temas son un tabú en algunas culturas más conservadoras y reconocerlos públicamente nos pone en una posición de vulnerabilidad que pocos están dispuestos a aceptar. Tememos ser tildados de locos, cuando la realidad es que solo estamos cuidando una parte menos obvia de nuestra salud.

Crecí en Colombia, donde nunca conocí a alguien que reconociera públicamente que iba al psicólogo. La primera vez que fui, lo hice casi a escondidas porque no sabía cómo hablarle del tema a otras personas (nunca nadie me habló del tema). Sentía que me iban a juzgar. Cuando vine a Brasil, me di cuenta de que mucha gente iba y lo reconocía públicamente, similar a Argentina, donde según esta nota de BBC «todo el mundo tiene que ir a terapia». Esto después me dio la tranquilidad no solo de ir y hablar del tema con otras personas, sino de darle el reconocimiento que se merece como algo importante que todo el mundo debería conocer y saber que ahí está para cuando sea necesario.

Llegué a pensar sobre este tema porque si bien yo no soy un influencer y mi base de seguidores es minúscula, sé que hay gente que lee este blog o me sigue en Twitter/Instagram y se debe imaginar cosas de mi vida que no son verdad. Estoy lejos de tener una vida perfecta, tengo problemas, trabajo como todo el mundo, no soy millonario, etc. Eso sí, vivo en otro país, lo cual puede llamar la atención, pero hasta eso puede ser un desgaste emocional con el que hay que saber lidiar.

¿Por qué estoy aclarando esto? Porque me informo antes de producir contenido de calidad para una audiencia, por más pequeña que sea. Respeto y honestidad es lo mínimo que le debo a quien se tome unos minutos para leer lo que sea que yo escriba, sin recurrir a falsas promesas.

Si subo una foto a Instagram, lo hago solo porque me gusta la fotografía, tengo un celular con una buena cámara y quise capturar el momento. Las notificaciones de que llegué a mis amigos/conocidos me dan un poco de dopamina. Pero lo que pasó antes y después de ese instante compartido seguramente estuvo lejos de ser todo bonito y perfecto.

Necesitamos de más anti influencers que muestren el lado menos bonito de la vida de las personas comunes y corrientes. Voy a hacer mi parte y confesar que a veces sufro de ansiedad y muchas veces no puedo lidiar ni con mis propios pensamientos. Por eso escribo. Ahora es su turno.