
La máquina del odio, libro escrito por la periodista brasilera Patricia Campos Mello, cuenta la historia detrás del sistema de distribución de noticias falsas y de destrucción de reputaciones usado por el Bolsonarismo para hacerse con las elecciones de 2018 en Brasil. El mismo sistema sería usado por líderes de extrema derecha como Donald Trump (EEUU), Víctor Orban (Hungría), Erdogan (Turquía) y Narendra Mondi (India) en años recientes con el mismo propósito de ganar elecciones y darle de qué hablar a su base más incendiaria de seguidores.
La propia Campos Mello fue víctima en primera persona de la máquina del odio, cuando trabajando para el diario Folha de São Paulo, empezó a investigar y sacó el tema a la luz pública poco antes de la elección de 2018 . Tiempo después, una de sus fuentes cambió su testimonio cuando el Congreso Brasilero empezó a investigar las redes de #FakeNews y llamó a esta fuente a testificar.
Preguntado por su relación con la periodista, la fuente dijo que esta se le había insinuado sexualmente a cambio de que dijera lo que ella le pedía para su reportaje. No importaban sus más de 20 años de experiencia o que todo estuviera documentado, el daño estaba hecho: en Twitter no la bajaban de puta y cualquier cosa dicha en su defensa no iba a restablecer su reputación frente a quienes oían su nombre por primera vez. El propio Bolsonaro afirmaba que «buscó información a cambio de sexo». Era una afronta contra la libertad de prensa venida desde el Presidente.
Esto ya lo habían hecho con otras figuras de la oposición como el ex diputado Jean Wyllys, la ex candidata a vice presidente Manuela Dávila o el youtuber Felipe Neto, quienes además de ser ridiculizados con noticias falsas solían recibir amenazas de muerte. En el caso de Marielle Franco, concejal de Río de Janeiro, la amenaza resultó siendo una sentencia de muerte proveniente de círculos cercanos a la familia Bolsonaro.
La máquina del odio es un fiel retrato de cómo funciona la retórica de la extrema derecha (o derecha alternativa, de la que ya hablamos en otro post), que no es capaz de ganar una sola discusión por la vía de los argumentos, sino destruyendo la reputación de sus oponentes o silencioándolos. La idea es que la otra parte vea tan dañada su imagen y reputación, que cualquier palabra salida de su boca pierda cualquier valor. No gana el mejor argumento, sino quien se muestre más fuerte, el que logró quedar en pie, como si de un combate a muerte se tratara.
Para lograrlo se valen de memes, #FakeNews e información falsa que circula en grupos de WhatsApp, Facebook y Twitter. La idea es sobresimplificar problemas complejos y ofrecer soluciones fáciles, como culpar al que es diferente: al mexicano de la inmigración en Estados Unidos, al negro por la alta criminalidad y a la comunidad LGBT por la desintegración de la familia. Lo hicieron con los judíos en la segunda guerra mundial y sabemos en qué terminó.
Una de las voces especializadas en estos asuntos es el autodenominado astrólogo Olavo de Carvalho, uno de los «intelectuales» del bolsonarismo, que cree que la tierra es plana, que la Pepsi contiente células de fetos abortados o que los Beatles son producto del teórico marxista Theodor Adorno. Nunca presentó una sola prueba sobre sus afirmaciones, pero es la gasolina para que sus seguidores crean en teorías de la conspiración, y que los que no piensan como ellos están contra ellos, con la única intención de destruir los valores tradicionales. Según ellos, el coronavirus es un virus chino y todo lo que provenga de ese país debe ser boycoteado, incluso una posible vacuna, lo que a la vez alimenta las fantasías de los anti vacunas.
Hoy Olavo de Carvalho le debe cerca de $ 500.000 dólares al artista Caetano Veloso por decisión de la justicia, por asociarlo con delitos de pedofilia, una vez más, sin presentar una sola prueba. Para saber más sobre el olavismo, pueden ver el vídeo de arriba (en portugués) del escritor y filósofo Henry Bugalho.
Todo esto es lo que les da de qué hablar a quienes creen en estas ideas. Son personas que ven el mundo no como es, sino como les gustaría que fuera, un mundo en el que los medios de comunicación faltan a la verdad y los que estén contra ellos son todos unos «comunistas de izquierda», sin siquiera dejar claro lo que significa el comunismo para ellos. Al parecer se refieren a todo lo que se encuentre a la izquierda del fascismo. En Colombia esto es evidente cuando, para buscar culpables de algún problema, se habla del castrochavismo o de las nuevas Farc.
El papel del periodismo de clicks
En su afán por ser pluralistas y abrirle su micrófono a los dos lados, algunos medios de comunicación estań cayendo en su juego, al permitir que en una misma pieza periodística se les dé voz al tierraplanista y al científico, al anti vacunas y al médico, al machista misógino y a la líder de un movimiento feminista, como si ambos lados tuvieran el mismo peso argumentativo. Es lo que hace CNN Brasil en sus debates con entrevistados que llevan argumentos del extremo que hace más mal que bien. Entrevistaron por ejemplo a un grupo de antifascistas que defendía la violencia . No se les ocurrió buscar un antifascista que la condenara (!). O si no llevan panelistas pésimamente preparados a discutir con especialistas, como ocurrió con Gabriela Prioli, que en vivo dejó en ridículo a Caio Coppolla , un comentarista político que suele pasar por alto todos los errores del Gobierno Bolsonaro. En otros tiempos habría sido correcto poner frente a frente a un judío a debatir con un líder de la Gestapo. Hoy no estamos seguros si darle un micrófono a este tipo de individuos sea algo malo.
Para retratarlo, el canal de YouTube Porta dos Fundos hizo una parodia en la que un médico que defiende el aislamiento social es confrontado en un programa de entrevistas por un empresario que es contra (vídeo de arriba en portugués). Mientras el médico defiende que, para que la propia economía funcione, las personas tienen que estar con vida, el empresario saca una de «nadie aguanta más quedarse en la casa».
En Colombia la W Radio suele caer en este juego cuando, buscando posicionar un Hashtag, leen en vivo tweets del lado más incenciario, como si fuera algo que debería ser amplificado. Esta última semana escuché que leían en vivo mensajes de personas que criminalizaban a la minga indígena que se dirigía a Bogotá, como si nosotros como sociedad no tuviéramos una deuda histórica con ellos por haberlos expulsado de sus territorios y haber acabado con su cultura hace 500 años. Los trataban de perezosos o que eran cultivadores de coca.
En estos momentos el periodismo parece olvidar su papel como cuarto poder de informar a la opinión pública. Lo hacen mientras buscan inflar sus tazas de clicks a cambio de no perder anunciantes. Y ya sabemos que para acumular clicks basta solo escribir un título caza clicks, poner una foto que llame la atención y el contenido puede ser basura. Ya no hace falta invertir en periodismo investigativo ni incomodar a los poderosos. Eso no genera clicks ni trae dinero.
En medio de la desesperanza de ver morir al periodismo, que advertimos hace ya 5 años aquí en el blog, y tener que conformarnos con blogs, columnas de opinión y lo que sea que circule en redes sociales para explicar lo que pasa en el mundo, hace un tiempo cuestioné en una entrada sobre el futuro de la información por qué pagábamos por Netflix para ver películas/series o Spotify para escuchar música, pero no estábamos dispuestos a pagar a un medio de comunicación para apoyar el periodismo. Yo mismo me lo estoy planteando: pagar a un medio como Folha de São Paulo para apoyar el periodismo investigativo.
¿Cómo se informaba la gente antes de que hubiera redes sociales? Exacto: con periodismo. No era perfecto, pero tenía fuentes de financiamiento suficientes y de vez en cuando destapaban escándalos que ponían a temblar a los poderosos, fueran presidentes o millonarios. Hoy es más difícil en la medida en que el dinero de los anunciantes se ha ido yendo hacia la pauta digital, principalmente de Google y Facebook.
Pero por más que apoyemos el periodismo, aquí también tienen un papel muy importante las redes sociales, más exactamente funcionalidades como el botón de compartir en Facebook, el de Retweet en Twitter o los grupos de hasta 256 personas en WhatsApp (¿por qué existen grupos de 256 personas en WhatsApp?).
Podemos ser muy críticos con las redes sociales; estas pueden ir a testificar al Congreso de Estados Unidos; pueden entrar en casos anti monopolio; ser multadas por los daños ya hechos; o regular la moderación de los contenidos; pero si no vamos a la raíz de los problemas, estas funcionalidades específicas que permiten la divulgación de información falsa a gran escala, nos seguirán trayendo dolores de cabeza como sociedad, y el periodismo se continuará asfixiando, teniendo que competir con información de dudosa procedencia, mientras estas plataformas se benefician con las interacciones que genera la divulgación de información falsa.
A estas alturas, Google Adsense, que es la plataforma para monetizar sitios web de Google, no hace nada por advertir a los anunciantes sobre los dudosos portales de noticias falsas donde podrían aparecer sus tan preciosas marcas. Ese papel lo está haciendo Sleeping Giants, un tercero que ya logró que PayPal le cancelara la cuenta a Olavo de Carvalho, el intelectual bolsonarista del que hablábamos más arriba, que vendía cursos y recibía los pagos con esta plataforma.
Entre los pocos esfuerzos vistos hasta hoy, Twitter puso en los últimos días un límite al Retweet, poniendo un paso adicional para cuando queramos usar la función. Esto no resuelve el problema, pero minimiza el problema en una escala casi insignificante. O veamos a Instagram, que no tiene un botón equivalente para compartir públicamente el contenido de otros. Al menos nadie acusa a Instagram de divulgar #FakeNews (sí de promover la superficialidad, pero eso es otra discusión).
Pescando en río revuelto
Es en medio de tanto caos informativo que extrema derecha, tierraplanistas, antivacunas y todo tipo de creyentes en teorías de la conspiración aprovechan para movilizar su agenda informativa. Entre tanta gente sedienta por encontrar respuestas, muchos que no tienen malas intenciones acacaban cayendo. Una madre que solo quería saber más sobre vacunación para sus hijos acaba encontrando sin querer un portal falso, diciendo que en realidad las vacunas tienen la intención de controlarnos con chips microscópicos. Y si lo pensamos bien, un microchip ni siquiera cabe por una aguja de una vacuna. Ahora bien, ¿por qué Google permite la indexación de estos sitios?
Al otro lado, en una posición muy frágil tenemos a la ciencia, que procura divulgar el conocimiento basado en evidencia científica. La ciencia tiene las respuestas: las vacunas funcionan, la tierra es redonda y somos producto de la evolución. Son respuestas complejas a problemas complejos, y los seres humanos somos perezosos. No queremos pensar más allá de nuestro día a día. Ya estamos lo suficientemente ocupados como para leer papers y libros de divulgación científica.
Mientras un meme lo puedes consumir en milésimas de segundo, yo llevo más de 1 año leyendo el primero de cuatro libros de ‘El Capital’ de Marx. Pasé 2 años escribiendo mi tesis de maestría. Apoyar la ciencia requiere mucho esfuerzo físico y mental. Esa es nuestra debilidad, pero podemos dormir tranquilos de que no nos tenemos que inventar nada para convencer a nadie. Usamos la lógica y la evidencia científica. No hacerlo nos expone a sujetos peligrosos como el vídeo a continuación.
Aquí quiero aprovechar para traer una cita que se le atribuye al sociólogo Robert Merton, quien sostenía que:
Los ideales de cualquier comunidad científica deberían ser: el escepticismo organizado o la presunción de falsedad (toda idea es falsa hasta que se demuestre lo contrario), el universalismo (la pretensión de verdad de una idea se debe evaluarse conforme a criterios impersonales preestablecidos), el desinterés (la búsqueda de la verdad sobre otros fines sociales o de otro tipo) y el «comunismo» (las ideas no son propiedad exclusiva de sus formuladores pues inevitablemente se han apoyado sobre el trabajo previo de otros que hicieron igualmente públicas sus ideas).
El comunismo de los matemáticos por Ernesto Castro
Y esto es lo que está en juego: la reputación de quienes defendemos a la comunidad científica y la búsqueda de la verdad. Se buscará ridiculizarnos, destruir nuestras reputaciones o silencionarnos en el peor de los casos. Tienen las herramientas: memes y noticias falsas que harán mover por WhatsApp u otras plataformas sociales como Facebook y Twitter, que como empresas de tecnología poco o nada harán por miedo a perder la atención de su base de usuarios. De nuestro lado tenemos los argumentos y la razón, capaces de acabar con cualquier teoría de la conspiración o manifestación contra la ciencia.
Imagen: Mia Felicita Bertelli