En octubre del año pasado, un compañero ecuatoriano con el que trabajé en Estados Unidos me comentó de unos cursos en línea y gratuitos sobre emprendimiento en tecnología que estaba ofreciendo la Universidad de Stanford. Me llamó la atención del tema que participaría gente de todo el planeta y habría que trabajar en equipo si uno quería a los pocos meses tener, de la mano de Silicon Valley, un certificado de una de las universidades más prestigiosas del mundo, la misma donde Steve Jobs dio su famoso discurso

El curso, que era tan exigente como lo que acá conocemos como un Diplomado en cuanto a su intensidad horaria y temática, era similar a lo que el MIT había puesto en práctica a comienzos de ese mismo año con unas clases en línea de alta calidad, mejor conocidas como MITx, y dirigidas a quienes quisieran profundizar en ciertas áreas de la electrónica. Su intención era, señalaba la institución, «romper con las barreras de la educación», a lo cual poco a poco se sumarían Princeton, Harvard y la Universidad de Londres más adelante con el mismo tipo de iniciativas: estudiar gratis y en algunas de las mejores universidades del mundo es algo de lo que hoy se benefician hasta 500.000 alumnos, con lo cuál, a mi parecer, estaríamos frente a unos nuevos paradigmas en la educación del siglo XXI.


A mediados de diciembre terminé mi último Assignment, nombre con el que se les conocía a los trabajos de cada semana. Esta última actividad consistía en describir cuáles eran nuestros planes hacia el futuro, integrando lo que habíamos aprendido en los últimos meses en un curso que básicamente consistía en convertir una simple idea en todo un plan de negocio, para lo cual semana tras semana íbamos agrandando y volviendo más grande esa idea que al comienzo era simple y no tenía ninguna base. 

Por otra parte, las clases eran videos colgados en YouTube y algunas veces había lecturas; además, cada semana nos debíamos reunir en un grupo que habíamos formado al comienzo para asignarnos tareas entre todos. Para esto último encontré muy útil los Hangouts de Google, pues mi grupo se encontraba distribuido entre Bogotá, Maryland y Boston. De esta manera podíamos hablar como si estuviéramos sentados todos en una misma mesa, cara a cara. 

Lo más exigente de todo era que todos debíamos hablar bien inglés y teníamos que estar igual de comprometidos. De la misma forma, tampoco le podíamos restar importancia a los horarios, no nos podíamos dar el lujo de aceptar a alguien de Asia o Europa, donde las diferencias en el horario son de más de 7 horas respecto a donde nosotros estábamos. De lo contrario, el grupo se hubiera caído en cualquier momento.

Este fue uno de los videos más valiosos de todo el curso. En menos de 4 minutos explica todos los puntos que hay que tener en cuenta al momento de convertir una simple idea en un plan de negocios.



Más allá de cualquier conocimiento teórico que pude haber adquirido en estos últimos meses, he llegado también a diferentes conclusiones sobre la educación y la globalización en pleno siglo XXI. Lo primero es que el modelo educativo cambia permanentemente. Así, como hace 25 años era el profesor en la parte de arriba el que tenía el conocimiento, y abajo estaban todos sus estudiantes; hoy el modelo tiende a ser más horizontal, aún en un salón de clases, pero con profesores dispuestos a aprender de sus propios alumnos, y cada vez son menos los profesores vieja escuela que no lo ven así. Y lo digo yo que hace poco pasé por una universidad. Es probable que dentro de unos años ni siquiera tengamos a ir a un salón de clases, ya que la estructura actual y la tecnología lo permiten. De hecho, me atrevería a decir que a veces uno puede aprender más viendo una conferencia en TED, que leyendo un libro. O ustedes qué dicen.

Por otro lado, este nuevo modelo educativo que ha ido apareciendo supone un progreso de la globalización, como lo demuestra el hecho de estudiar, sin salir de casa, con el horario que mejor se adapte a uno, con personas de todo el mundo y con los únicos requisitos de tener una conexión a Internet y de saber el idioma en el que se den las clases. De hecho, en Colombia, gracias al Sena, más de 3 millones de personas se han beneficiado de este tipo de educación. Ya en mi caso, las clases y las entregas eran en inglés, mientras que las reuniones las hacíamos en inglés o en español, dependiendo de quiénes estuviéramos presentes.

De esto último se desprende otro punto igual de importante: el trabajo en equipo. Para personas que trabajan, estudian o tienen una familia es imposible sacar adelante un curso de no ser gracias al trabajo en equipo, entre otras cosas porque el trabajo en conjunto se acerca más a lo que exigen la vida real y el mundo laboral de hoy, lo que finalmente es posible gracias a aplicaciones como Whatsapp, Viber o Gtalk, entre otras, para la coordinación del trabajo entre varias personas, y a diferentes dispositivos como tabletas, smartphones y computadores para las videoconferencias y la edición de documentos entre varias personas. Solo por comparar: ¿cuánto costaba una llamada internacional hace 15 años y cuánto vale si la hacemos hoy por Viber o por Skype? Les dejo esa duda.

Lo anterior, en últimas, es lo que yo llamaría como un nuevo paradigma en la educación del siglo XXI, un modelo que integra globalización, tecnología y trabajo en equipo. Y quizás también quepa el tema de educación gratuita, que después de todo es lo contrario a la educación como la conocemos hoy, en la que hay que pagar por adquirir un conocimiento y adquirir un cartón que lo certifique. En contraparte, hoy por hoy es posible tener acceso al cuerpo docente y al conocimiento de algunas de las instituciones más prestigiosas del mundo sin pagar nada. 

Ricardo Llano, profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Sabana, asegura que es parte de dejar atrás esa cultura de no compartir el conocimiento, pero que el problema hoy es que muchos centros educativos no cuentan con los soportes tecnológicos para facilitarlo. La pregunta sería: ¿acaso estaremos viendo un cambio finalmente? El cambio ya empezó, aunque habrá que esperar cuál será su real alcance.

De este tema hablé con Juan Bernal, quien trabajó conmigo durante este proceso, y a quien conozco desde la universidad. Me comentó que este curso de emprendimiento en tecnología le sirvió para proyectar con innovación una simple idea, el MarketApp, una aplicación móvil para adquirir productos de supermercado desde el celular, pudiendo estructurarla para que se pueda vender y que llame la atención de posibles inversionistas, así como también le aportó para afianzar sus conocimientos en temas relacionados con marketing, tecnología y ejecución de proyectos. 

Por otra parte, Jorge Ochoa, de Ecuador y hoy viviendo en Estados Unidos, me aseguró,  la clase le sirvió para motivarse a empezar un nuevo negocio, aparte del que ya tiene, pues teniendo a Stanford y a Silicon Valley como filosofía de emprendimiento e innovación lo ha inspirado a ser más creativo, a tomar más riesgos y a creer en sí mismo. Su idea ahora es emprender un negocio sobre algún producto o servicio en el campo de la tecnología.


Por último, quiero invitarlos a que vean el video de arriba, que profundiza un poco más en lo que propone este nuevo modelo de educación gratuita de la mano de las mejores universidades del mundo, de dónde viene y hacia dónde va. Y si todavía les llama la atención el asunto, échenle una mirada a estos 54 cursos que inician este semestre.
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