Hasta hace no mucho tiempo, la crítica de cine estaba delegada a cineastas y expertos en cine que comentaban las últimas producciones en medios masivos de comunicación como radio, prensa y televisión. Aunque esto todavía pasa, es mucho el poder que la crítica de cine ha perdido por causa de la tecnología, pues si antes no tenía peso la recomendación de un don nadie hablando de una serie más allá de su círculo social, hoy el voz a voz gracias a blogs y redes sociales hace que miles de recomendaciones del mismo tipo den a conocer una nueva serie o película. Y, así el espectador común no sea ningún experto, un crítico de cine compite contra esto.
En 2015 la serie de la que más se habló fue Narcos. Ahora a todos les interesaba la vida de Pablo Escobar y la historia de Colombia en los años 80. Sin embargo, la primera temporada de Narcos no fue un éxito únicamente gracias a millones de usuarios de Netflix hablando de la serie (como efectivamente sucedió), sino a que además la serie llevaba el sello de Netflix encima. Digamos que cualquier serie con este sello y con un poco de trabajo de relaciones públicas tiene un éxito asegurado, como pasó también con House of Cards, Orange is the New Black, Bojack Horseman y Lilyhammer.
Pero además de esos dos elementos —el voz a voz y el sello Netflix— hay un tercer elemento del que poco se ha hablado, y es el propio algoritmo con el que funciona Netflix, que de alguna forma les da fuerza a los dos primeros elementos. La verdad, incluso abriendo por primera vez el servicio, uno ya tiene más de 100 sugerencias para que ver después, y así uno vea una a una esas 100 recomendaciones, va a tener más y más para ver, pues cada cosa que uno vea le va dando información al algoritmo sobre qué tipo de contenidos a uno le podrían interesar. Podríamos hasta decir que sin haber visto nada, pero conectando Netflix con Facebook, ya habría elementos suficientes para hacernos recomendaciones basadas en lo que han visto nuestros amigos.
De ahí que salgan categorías tipo «Programas de Estados Unidos», «Películas Disparatadas», «Películas con Mujeres Protagonistas», etc. Si en la era de los medios masivos era necesaria una crítica de un experto en un periódico impreso, hoy todo nuestro histórico de qué hemos visto está a disposición de un algoritmo que nos conoce incluso mejor que nosotros mismos para recomendarnos qué ver. Lo mismo pasa con Amazon o Spotify: compren un libro en Amazon y la próxima vez que entren al sitio van a tener 10 recomendaciones de libros parecidos. Por su parte, Spotify tiene un apartado de recomendaciones semanales que cumple la misma función.
De esta forma, el triángulo creado por el algoritmo, el voz a voz y la marca Netflix —que por sí sola vende— tienen el poder de cambiar a toda la industria del cine y la televisión (al menos en el mundo occidental). Piensen en el hecho de que Netflix tiene más información sobre qué tipo de producción les va a gustar a sus espectadores, que cualquier canal de televisión. Mientras Netflix puede lanzar 10 series diferentes —cada una orientada a un público con intereses distintos—, un canal de televisión no se puede arriesgar a que su única telenovela de las 9 fracase, así que utilizan un formato que en algún momento en el pasado haya funcionado. De ahí que todas las telenovelas mexicanas sea iguales y a que las colombianas sean basadas en la vida de artistas de música popular de los años 80 y 90 (o en narcotraficantes).
Piensen también en un elemento del que se ha hablado mucho y es el factor publicidad, en el sentido de que a los actores y productores de esa telenovela de las 9 les pagan porque hay anunciantes a los que les interesa ser vistos en ese horario. A Netflix eso no le importa porque ni anuncios tiene, así que todo se paga con el dinero de sus suscriptores. Y como todavía hay muchas personas que no han contratado el servicio, Netflix tiene todavía mucho espacio para dónde crecer. Por eso que hace poco hayan comenzado a ofrecer tarjetas prepago en América Latina. Por otro lado, un canal de televisión no tiene más hacia dónde crecer: todos los grandes anunciantes ya están allí y de hecho poco a poco se intensificará la tendencia hacia que inviertan cada vez menos en medios offline y más en medios online.
Tal vez no alcancemos a ver el fin de la televisión de la forma en que estamos viendo el de los medios impresos, pero seguramente sí vamos a ver un declive de la calidad de las producciones televisivas, pues lo único en lo que aún la Internet no puede competir es en la transmisión de grandes eventos deportivos (y, claro, en producir series basadas en los intereses de los espectadores).
Ya para cerrar, hace unas semanas Netflix estrenó la primera temporada de dos series de las que se ha hablado poco: F is for Family y Real Rob. La primera es una serie animada de humor acerca de una familia norteamericana en los años 70. La segunda es una comedia sobre la vida de Rob Schneider (Este Cuerpo no es Mío y Gigoló por Accidente). Si utilizamos estos dos ejemplos sobre todo lo que acabamos de decir, vamos a encontrar que estas series serán vistas sí o sí solo porque tienen la etiqueta de Netflix encima, porque fueron producidas con base en el histórico de lo que los usuarios habían visto (+ el algoritmo) y porque de esas series va haber conversaciones entre personas normales (voz a voz), como pasó con este post. ¿Será que la televisión puede competir contra todo eso junto? No, como dije en el título, Netflix lo está haciendo.
Imagen: Austen Squarepants