En los dos últimos posts vimos cómo estaba cambiando la economía en estos momentos. Para resumirlo, podríamos decir que cada día se infla más el número de personas poco o no cualificadas para hacer trabajos muy especializados, mientras que el número de personas en capacidad de trabajar en desarrollo o venta de productos es muy pequeño. Básicamente lo que pasó fue que muchos trabajos fueron reemplazados con tecnología. ¿Qué se va a poner a hacer alguien que trabajó durante 40 años de cajero en un banco y un día pierde su trabajo porque un cajero electrónico podía desempeñar sus mismas funciones? La máquina como mucho tendrá costos de mantenimiento, mas no de pensión, salud y subsidios como sí los tiene una persona real, y por supuesto el empresario siempre estará pensando en cómo hacer más barata su operación.

Puedes leer los dos posts anteriores aquí: parte I y parte II.

Esto implica que sí bien gracias a la tecnología hoy tenemos mejores servicios para el consumidor/usuario final, lo cual en muchos casos reduce los costos de los productos, como sucede con Uber o Airbnb, entre miles de empresas más cuyo modelo de negocio está basado en la economía colaborativa, esto tiene su lado malo desde el punto de vista de las personas que siempre trabajaron en estas industrias y hacían bien su trabajo. Estas son las personas que —por haberse dedicado siempre ha hacer una misma función dentro de una empresa no tuvieron la oportunidad de adquirir las competencias que hoy los niños aprenden naturalmente inflan las tazas de desempleo y empleo informal: menos trabajo, peor pagado.

Usted puede ver este problema de dos formas: cómo son afectadas las personas que siempre trabajaron en lo mismo y tienen todo en contra para aprender nuevas cosas y reacomodarse al mercado de trabajo y —por otro lado— los más jóvenes que aún están a tiempo de hacer algo. Caio Tulio Costa decía que «Individuos y organizaciones jóvenes tienen ventaja sobre los más viejos, no porque sepan más, sino por saber poco o nada acerca de cosas que justamente ya no funcionan», lo que me mueve hacia proponer una solución que de momento beneficiaría a los más jóvenes.

Hay que partir de un detalle importante: antes que cualquier cosa, usted tiene que entender cómo funciona el mundo y la economía, que como ya vimos en los dos posts anteriores funciona hoy con base en trabajos precarios para la mayoría de las personas. En ese sentido, el objetivo sería escapar de la precarización y del empleo informal, lo cual es conseguible adquiriendo habilidades que ayuden a solucionar problemas. Como ya dije, a uno le pagan porque es entre aceptable y excelente solucionando un problema X. A usted no le pagan porque le guste escribir o viajar. De hecho, hoy circulan muchos discursos en los que se basan las frases motivacionales y los libros de superación personal, según los cuales usted debería hacer lo que le guste. Si todo el mundo hiciera lo que le gusta, ¿quién haría el 99% de los trabajos? Si a uno le gustara lo que hace, uno debería ser el que pague por hacer eso, no al revés. 

No quiero decir que todo el mundo debería odiar su trabajo ni hacerlo de mala gana. A lo que voy es a deconstruir la falsa idea de hacer lo que a uno le gusta. Eso quizás exista, pero no es para todo el mundo. Lo que sí aplica para todo el mundo es el hacer algo para lo que uno es bueno, que es diferente y es un consejo más realista. Pensar en lo que a uno le gusta es un buen punto de partida, pero no debería ser el objetivo final. ¿Cómo usted pretende hacer lo que le gusta si hay mil más dispuestos a hacer aquellas cosas por las que sí dan trabajos por salarios que dan lástima?

De ahí sale el discurso emprendedor: hacer una empresa o idea de negocio alrededor de algo que a usted le guste hacer. No obstante, ahí se está quedando por fuera otra parte importante: al hacer eso usted está obligado a hacer cosas que no son divertidas para todo el mundo: enviar propuestas, atender clientes y pagar salarios. Todo lo anterior para, de nuevo, decir que es absurda la idea de hacer lo que a uno le gusta.

Descartada esa idea, pensemos en que todo el mundo debería pensar más bien en para qué cada uno es bueno y (quizás) en qué A UNO NO le gustaría trabajar. Esas preguntas solo se pueden responder trabajando, en lo que sea. Si a usted a los 17 años le ofrecen trabajar de mensajero, no significa que lo va a tener que hacer para toda la vida y además le va a servir para encontrar y adquirir habilidades que le servirán más adelante. Mas si se gradúa de la universidad y lo único que hizo a la edad de 24 años fue una práctica que hizo porque le tocaba, amigo, usted está destinado a inflar los números de desempleo.

La decisión de qué estudiar en la universidad sirve para que desde un campo en específico usted descubra para qué es bueno, pero hasta allá solo se llega trabajando en lo que sea mientras se pueda. Ahora bien, en el post pasado dijimos que en tiempos de crisis la educación tendía hacia la privatización y hacia los recortes de gastos en educación pública, lo que quiere decir que no todo el mundo tiene ese empujón inicial al ir a la universidad, lo cual es también una oportunidad. Si a los 17 años usted no tiene responsabilidades de cuidar a una familia y no pudo ir a la universidad, póngase a hacer algo, lo que sea. Lo más seguro es que para el siguiente trabajo las cosas sean un poco mejor. Dicho esto, si de mí dependiera contratar a alguien que empezó a trabajar a los 17 años y no a alguien de 24 que nunca en su vida trabajó pero que fue a la universidad, la respuesta es obvia de a quién preferiría contratar.

El tema es complicado cuando es un punto medio: alguien que fue a la universidad y trabajó desde joven. Se trata de mano de obra altamente cualificada, que es más difícil de ubicarse laboralmente, pero que una vez adentro es difícil de que salga o de que se quede sin trabajo. El reto una vez adentro es no quedarse quieto ni desactualizarse respecto a qué está pasando en la industria para la que uno trabaja. Pero ojo que esto es una promesa de la educación reglada en forma de posgrados que se cumple difícilmente.

Desde un punto de vista macroeconómico, el desempleo y la informalidad son cifras frente a las cuales nos chocamos todos los días y a las que el Gobierno responde recortando gastos. Esos números en parte suben o bajan por la nueva oferta de productos y servicios, y de si son o no consumidos. Muchos de esos servicios son basados en tecnologías en las que cada vez va a ser más normal que solo trabajen personas altamente cualificadas mientras otros serán reemplazados por tecnología. Desde un punto de vista microeconómico, lo que dije en este y en los dos anteriores posts es práctico aunque sea solo una noción de lo que alguien que no quiera inflar las cifras de desempleo debería saber para poder escapar del desempleo y la informalidad.

Imagen: Vincent Li