Imagen: Miran Rijavec

No quiero escribir un post aburrido, así que no traeré una definición académica ni muy formal sobre el tema de hoy: el consumo colaborativo, también conocido como Sharing Economy, que consiste básicamente, y esto son palabras mías, en un tipo de producción de productos y servicios que son consumidos por el cliente final con pocos o ningún intermediario, lo que Hernán Casciari llamó de matar al intermediario (vídeo abajo), refiriéndose a las editoriales de libros, que se interponen entre lectores y escritores. Se trata de un concepto relativamente nuevo, o del que al menos se viene hablando más en los últimos años:  es mucho más fácil entender de qué se trata al traer ejemplos de compañías recientes como TransferWise, Airbnb, IndieGoGo o Uber, cada una ofreciendo un producto X con menos intermediarios que toda su competencia:

  • Transferwise, haciendo olvidar los caros y burocráticos procesos de los bancos para enviar dinero a otro país.
  • Airbnb, conectando a dueños de casas y apartamentos con espacio disponible para alquilar a personas viajando.
  • IndieGogo, uniendo a inversionistas con propuestas de proyectos que necesitan financiación.
  • Tripda, ofreciendo aventones paseos compartidos entre gente que no quiere viajar sola y compartiendo gastos.
  • Amazon, abriendo la posibilidad de que cualquiera publique sus libros en formato digital en la plataforma Kindle.
En realidad son muchas más compañías. De hecho, Cristian Van Der de Platzi ya lo advertía con la propia Google:

Uber y Airbnb son el nuevo Adsense.
— Christian Van Der H. (@cvander) April 15, 2015
Hasta Google es un ejemplo de ello con Google Adsense, uno de sus servicios más importantes, considerando que los ingresos de Google solo por publicidad son superiores al 90% del total. Adsense lo que hace es quitarle el monopolio de la venta de publicidad a los periódicos (de ese tema hubo una investigación gigante de la que hablé aquí). Mientras hace unos 20 años solo las revistas y diarios vendían espacios de publicidad, hoy cualquier persona con un blog puede empezar a recibir cheques por debajo de la puerta si en su sitio hay un banner corriendo una campaña de Google Adsense, lo que claramente transfirió un poder que antes estaba concentrado en pocos actores para distribuirlo entre millones.

Y ese es básicamente el secreto del consumo colaborativo: el empoderamiento de personas comunes, pero siempre respaldadas por compañías que eliminan los intermediarios. De ahí que la crítica hacia estos servicios por el hecho de que «nadie sabe quién está detrás» sean exageradas. Aunque no lo parezca, siempre hay alguien dando la cara. Un ejemplo de esto fue durante la Copa en Brasil, época en la que la industria hotelera abusó de los turistas con precios ridículamente altos (el costo-Brasil no era suficiente), Airbnb apareció como una alternativa a precios razonables. Una empresa que a pesar de en ese momento ya tener varios años dentro del mercado y tener muy claras en su sitio unas políticas de responsabilidad y seguridad, había gente que preguntaba «si ese sitio sí era confiable».

Ahora pasó lo mismo con TransferWise, pero con los banqueros aterrorizando a quien quiera saltarse los altos costos de los servicios de los bancos. El vicepresidente de Asobancaria en Colombia le decía al diario El Tiempo: “Una cosa es la libre competencia y otra que se permita que entren actores o intermediarios sin ningún tipo de requisito, sin seguridad jurídica, sin supervisión ni control estatal. ¿Cómo se garantiza que una vez debitados los recursos de una cuenta llegan a la otra? ¿Qué pasa si nunca se hace la transferencia? ¿Quién responde?”.

Será que los banqueros les habrán respondido al 100% de clientes que pierden su dinero con alguna modalidad de estafa, pero donde al mismo tiempo hubo una responsabilidad por omisión del mismo banco. Bien, esa es otra discusión, pero sirve para ver cómo los sectores más conservadores de la sociedad se oponen cuando alguien entra en su mercado. Pasó con Uberpasó con Airbnb y seguirá sucediendo, incluso en modelos económicos de países basados en el libre mercado, pero donde por extrañas circunstancias se limita o se prohibe la libre competencia. 

Pero mientras esos monopolios pierden poder, hay una crítica que les cabe a estos nuevos modelos. Tal vez ni siquiera sea una crítica sino una evolución (¿o retroceso?), y me refiero a que si desde la revolución industrial hasta hoy las personas siempre trabajaron 40 horas a la semana, 8 horas diarias, 5 días por semana, lo que está empezando a pasar es que se están empezando a acabar las fronteras entre el tiempo destinado al trabajo, y el tiempo destinado al descanso. Si usted está metido dentro de esto del consumo colaborativo ofreciendo servicios, va a ser normal que reciba correos de Google a altas horas de la noche para que arregle una campaña, de Amazon para que actualice su información de declaración de impuestos o de Airbnb para aceptar o rechazar una solicitud de alguien que quiere hospedarse en su casa. O sea, usted disponible para trabajar las 24 horas del día así esté de vacaciones.

Fíjense en esto: mientras el conductor de Uber se gana un par de dólares extra en su tiempo libre, la empresa, que, a propósito, es socia de Google Ventures, está avaluada hoy en 50 billones de dólares, lo que apunta hacia un capitalismo que se ha venido adaptando a los tiempos de hoy. ¿Cómo lo hace? Eliminando intermediarios y empoderando personas comunes y corrientes, consiguiendo que los costos operativos se reduzcan y dejando más dinero para los que están más arriba. Lo que en otras palabras significa que en el fondo no mucho ha cambiado tampoco.

Y a lo que quería llegar con esa no-distinción mezcla entre tiempo de trabajo y tiempo libre es a que en los últimos 200 años desde la revolución francesa ha habido varios triunfos de la clase trabajadora por sus derechos: 5 días de trabajo y 2 de descanso, derecho a una pensión, vacaciones, salud, sindicato, negociación de salarios, etc. Esto lo que significa es que en la medida en que más gente opte por el camino de la economía colaborativa, pretendiendo eliminar intermediarios, esos derechos adquiridos de poco o nada servirán si todo el mundo un día decide trabajar por su cuenta.

Solo es mirar el número de personas queriendo trabajar como freelance o como autónomos. En Colombia ni siquiera es porque quieran sino porque les toca: según la OIT, el 62% de las personas no tiene un contrato a término indefinido, les meten cualquier contrato para tercerizar su trabajo (lo que sirve para decir que los índices de desempleo bajaron a un dígito). Así pues, la ecuación queda así: en la medida en la que haya más personas dispuestas a ceder algunos de sus derechos laborales, el grueso de la población se va a exponer más a perder los que ya tienen. Y es un dilema, porque mientras esto reduce los costos de producción y hoy se encuentran productos más baratos en el mercado, gracias a lo cual podemos hablar de una economía colaborativa, por otro lado somos todos más vulnerables a las nuevas condiciones del mercado.

Ya para terminar, solo un llamado de atención para no confundir lo que acabo de decir con una interpretación de que yo esté en contra del consumo colaborativo o de que yo esté proponiendo algo en su contra. De hecho soy cliente, consumo y ofrezco algunos de los servicios que desde estas plataformas están disponibles. De hecho tampoco estoy en contra del libre mercado, pero soy consciente tanto de las bondades, como de los perjuicios de lo que la economía colaborativa representa. El consumo colaborativo es algo tan reciente, que vale la pena verlo desde todos los ángulos posibles. Este era solo uno de tantos.