Estadio Mané Garrinha de Brasilia previo a partido de Colombia en el mundial de Brasil 2014.
Habíamos llegado el día anterior a Brasilia y ahora estábamos esperando el segundo juego de la Selección Colombia por la fase de grupos del mundial ante Costa de Marfil, después de haber ganado el primer juego frente a Grecia. Aunque yo ya había estado en el mundial de Alemania 2006, esta iba a ser la primera vez en que iba a ir a un partido de un mundial, así que mi emoción era la misma de los miles de colombianos que habían invadido la capital de Brasil durante esa semana. Ese día el diario Correio Braziliense de Brasilia publicaba en primera página: a capital da Colômbia é aqui.
 
Y de hecho sí parecía la capital. Antes de tomar el bus que nos llevara al estadio por la mañana, paramos en una panadería y nos llevamos la sorpresa de que había al menos 15 colombianos más desayunando en ese lugar. Ninguno se había puesto de acuerdo. Por el contrario, nos habíamos acabado de conocer. De ahí en adelante, cuadra tras cuadra estaría llena de colombianos con camisetas amarillas, banderas y sombreros. Ya donde está el estadio, en diagonal la torre de televisión parecía estar sostenida sobre una superficie amarilla. Eran ríos de gente acercándose para entrar al estadio, mientras que los africanos y otros pocos curiosos de otras nacionalidades apenas se pudieron ver tras haber iniciado el juego dentro del escenario.
 
La entrada al estadio era tranquila. Había 2 anillos de seguridad a los que se ingresaba solo mostrando la boleta, y uno tercero en el que un lector digital verificaba si el ingreso era original. Si resultaba falso, su portador podía ser capturado como sucedió con no pocos extranjeros a lo largo del torneo. Sin embargo, aunque las entradas tuvieran impreso el nombre de su portador, fue algo a lo que los organizadores del evento nunca le prestaron atención, lo que seguramente incentivó la reventa: ingresos de $200 USD vendiéndose en $1.000 dólares, se escuchaba a las afueras del estadio.
 

El Estadio Nacional Mané Garrincha de Brasilia es algo curioso. Aunque no fue construido desde ceros como el de Manaos o el de Cuiabá, estas 3 ciudades van a tener, como explicaba John Oliver de Last Week Tonight, unos nidos de pájaros gigantes después de la copa, pues no hay equipos de primera o segunda división del Brasileirao que sean de estas ciudades. Para el caso de Brasilia, hay 3 equipos profesionales: Brasilia, Brasiliense y Gama. Los 3 juegan en la primera división regional del Distrito Federal. Por eso es fácil entrar a una tienda deportiva en Brasilia y encontrarte con la camiseta del Goiás, representativo del estado que rodea a Brasilia, y nunca de alguno de estos 3 equipos.
 
Una lástima, la verdad, pues el estadio de Brasilia es un templo arquitectónico del fútbol, que después de esta copa llevará máximo 1.000 personas en sus mejores días. El día del juego entre Colombia y Costa de Marfil hubo en cambio más de 67.000 espectadores en las gradas, que cantaron el himno tan fuerte, como si se tratara del mismo Estadio Metropolitano de Barranquilla.
 
90 minutos después, Colombia había marcado 2 goles y se clasificaba después de 24 años a octavos de final de una Copa del Mundo a los ojos de un estadio lleno y una audiencia de televisión que en sus picos más altos ha llegado a ser de 3 mil millones de personas. Después de ese día seguramente no se iban a reunir tantos colombianos en un mismo lugar por fuera de su país: el siguiente partido era en Cuiabá, a más de 1.000 kilómetros de distancia.
 
 
Escribo este post la noche anterior al partido más importante de la historia de la Selección Colombia frente a Brasil por cuartos de final de una Copa del Mundo. Fue un gusto haber seguido a este equipo desde el primer partido contra Bolivia por televisión, y seguir de cerca su mejor participación hasta ahora. Pasarán por lo menos otros 4 años antes de repetir esta hazaña.