Imagen de una persona depositando un voto en una urna
Desde la segunda guerra mundial el mundo no se movilizaba contra un mismo enemigo en común. Si para entonces el nazismo y el fascismo eran una amenaza global, esta vez el peligro es un virus que ni siquiera podemos ver o tocar. Al momento de escribir este post, con más de 320.000 víctimas mortales, en Brasil ya murió más gente por COVID-19, que décadas de guerra en Colombia, Sierra Leona, Siria, Yemen o los balcanes. Ya lo preguntaba en un post anterior: ¿acaso estamos en guerra?

En el mes de marzo de 2021, Brasil llegaba a la penosa marca de 3.000 muertos en un solo día. Tragedias recientes como el accidente aéreo de TAM en el año 2007 habían dejado 199 víctimas; o el incendio dentro de una discoteca en la ciudad de Porto Alegre en el año 2013 dejó un saldo de 241 fallecidos. En este último, la propia presidenta Dilma Rouseff se solidarizó y lloró por las víctimas. Tratándose de la tragedia más marcante de la historia reciente, antes del año 2020 nos sensibilizaban la muerte y el dolor. Ya no.

Lo que hoy conocemos como antigua normalidad no era el hecho de ir a lugares públicos y aglomerarnos sin uso de cubrebocas, sino el hecho de que no muriera tanta gente de forma simultánea por una misma enfermedad. Hoy, al igual que en tiempos de guerra, la muerte no es más que un número para describir cómo estamos frente al enemigo, similar a cuando el Ejército comparte el número de bajas en combate después de una operación. Con más de 3.000 víctimas, Brasil representaba en marzo de 2021 del 20 a 25% de las muertes por día en todo el mundo.

El propio Ejército de Brasil, que cuenta con 700.000 personas bajo sus cuidados, entendió desde el comienzo la amenaza que representaba el COVID-19, y hoy tiene una tasa de mortalidad de 0,13% contra el 2,5% del resto del país. Es decir que en Brasil mueren más de 2 personas por cada 100 infectados, mientras que en el Ejército, dentro del mismo territorio, ese número es cercano a cero. La diferencia es que el Ejército actuó desde el comienzo con mentalidad de guerra. Hubo inclusive un pronunciamiento del Comandante del Ejército de Brasil en marzo de 2020 (vídeo en portugués abajo) en el que les advertía a sus hombres sobre la seriedad del asunto: «quizás sea la batalla más importante de nuestra generación».

Un juicio para la historia

En una invitación que fue abierta para todos los países, hoy 25 líderes mundiales están discutiendo un tratado internacional de cooperación sobre cómo preparar a la humanidad de cara a futuras pandemias. Así, desde el comienzo habrá acceso a vacunas, tratamientos e intercambio de información entre países. De la misma forma en que la ONU reformuló el derecho internacional tras el fin de la segunda guerra mundial para evitar nuevos conflictos de escala global, nuestros líderes han de hacer algo equivalente para controlar futuros brotes de nuevos virus.

Algo más que también sucedió tan pronto la segunda guerra mundial terminó fue que los altos mandos de la Alemania Nazi fueron llevados a juicio. Uno de los casos más emblemáticos fue el de Adolf Eichmann, condenado a muerte por el Estado de Israel, tras ser secuestrado por la Mosad en Argentina, donde vivía bajo otra identidad con otro nombre. De allí fue llevado a escondidas a Israel en un vuelo secreto. De estos hechos Netflix produjo la película de Operación Final (trailer abajo). Eichmann era un alto oficial de la SS que arquitectó la logística de cómo debía ser exterminado el pueblo judío en campos de concentración en toda Europa.

Ahora que estamos a medio siglo de estos acontecimientos, es bueno que nos detengamos a pensar si, cuando vuelva todo a la normalidad, nos vamos a hacer los de la vista gorda de quienes estuvieron del lado del virus y propagaron teorías de la conspiración que llevaron a miles de muertes, o si vamos a hacer algún tipo de juicio contra quienes actuaron con dolo como aliados del virus y enemigos de la ciencia.

Al comienzo de la pandemia, en Brasil había empresarios que decían que el país no podía parar por 5.000 o 7.000 muertos. Calculaban que ese iba a ser el número total de víctimas, y que la pandemia no era tan grave como la pintaban. Ósmar Terra, ex ministro y diputado bolsonarista, decía que el AH1N1 había sido más grave y que no había sido necesaria una cuarentena en su momento. En 1 año de pandemia, Terra ha venido adaptando su discurso semana tras semana, siempre con nuevos datos y pronósticos que con el tiempo resultan estar lejos de la realidad (vídeo de abajo en portugués con todas sus falsas declaraciones).

Será la primera vez en la historia en que nos enfrentemos al dilema sobre cómo castigar a los culpables de miles de muertes, no en circunstancias de guerra, sino de pandemia. En casos anteriores era más fácil que un juez declarara si un criminal de guerra estaba relacionado con el exterminio de un pueblo o un genocidio. Esta vez es más difícil porque un virus de estas proporciones es algo de una vez a cada 100 años. Una guerra, en cambio, estalla en cualquier momento. Si el Estado de Israel fue creativo para poder llevar a Eichmann ante un juez, lo mismo deberíamos hacer nosotros como sociedad cuando podamos ver claramente quién estuvo al lado de la ciencia y quién, del lado del virus.
 
Si Ratko Mladic (Serbia) fue condenado por el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia por crímenes de lesa humanidad por la muerte de al menos 17.000 personas entre el asedio de Sarajevo y la masacre de Srebrenica, ¿podríamos esperar juicios similares a quienes con negligencia y omisión fueron nuestros «líderes», dejando morir cientos de miles de personas?

En julio pasado, Jair Bolsonaro fue denunciado en la Haya por genocidio y crímenes de lesa humanidad por sus fallas graves y mortales en la conducción de la pandemia, pero dificilmente esto vaya para algún lado en tanto no sepamos los números finales de la tragedia en todo el mundo.

Un antes y un después

Antes de 2020 el mundo se estaba empezando a descarrilar. De la crisis financiera en 2008 nunca nos recuperamos. Luego vinieron el colapso de las economías de Grecia y Argentina, el Brexit, la victoria de Donald Trump y el renacer de una extrema derecha cercana al fascismo en Estados Unidos, Brasil, Turquía, Hungría e India.


2020 con el virus lo empeoró todo. Ya veníamos en caída y de repente empezamos a caer en picada.

Un momento clave que marcó un antes y un después en medio de esa caída estuvo en la elección de Joe Biden como presidente de Estados Unidos. No es que las cosas empezaron a mejorar de la noche a la mañana solo por su elección, pero pararon de empeorar a la velocidad que vimos a lo largo de 2020. Sin Trump, la extrema derecha perdía un líder que la legitimaba y el mundo recuperaba una voz de liderazgo y coherencia con Estados Unidos a la cabeza: perdieron las #FakeNews, los antivacunas y el fascismo. Ganaron el discurso científico y la democracia.

Ante la crisis de liderazgo en el mundo en la última década, necesitábamos de por lo menos un líder para comenzar a reconstruirlo todo. Y Biden venía con una vacuna debajo del brazo.

Aún con el fin de la era Trump, las cosas siguen un poco tensas en el resto del mundo, y hay líderes buscando pescar en río revuelto para poner la democracia en peligro. Antes de su salida por la puerta de atrás, Donald Trump puso en duda los resultados de las elecciones de los Estados Unidos, que es quizás de lo que más se enorguellecen los norteamericanos. Trump le hizo más daño a la democracia norteamericana que lo que Corea del Norte, Rusia o Irán serían capaces de hacer. En enero sus seguidores intentaron tomarse el Capitolio y dar un golpe de Estado que al final no terminó en nada.

Bajo las actuales circunstancias, poner en tela de juicio la legitimidad de las elecciones presidenciales de la mayor democracia de occidente es un daño que podría ser replicado por líderes en otros países. En Brasil, el presidente Bolsonaro ha dicho que las elecciones que él mismo ganó fueron fraudadas, y que estaría dispuesto a no reconocer los resultados de las próximas elecciones si no se cambia del actual sistema electrónico a uno de voto en papel, que dicho sea de paso fue con el que él mismo ganó en 2018. En Colombia la clase dirigente llegó a proponer que el mandato del Presidente y del Congreso fuera por una única vez de 6 y no de 4 años (¿golpe a la constitución?).

Una luz al final del túnel

Mientras tocábamos fondo como sociedad en 2020, dejando morir cientos de miles de personas por negligencia u omisión de nuestros líderes, ya en 2021 empezamos a ver una luz al final del túnel con la llegada de las primeras vacunas. Encontrábamos también algo de esperanza ya en 2020 con el pueblo chileno decidiendo escribir una nueva constitución que enterrara la que usó Pinochet durante la dictadura; Bolivia logró darle la vuelta a un golpe de Estado que desterró a Evo Morales; y en Brasil el bolsonarismo perdió las elecciones regionales de Gobernadores y Alcaldes de todos los candidatos a los que Bolsonaro apoyó en su momento. Todo esto se dio en un contexto de tragedia y desolación en que la democracia nos podría haber sido arrebatada sin que pudiéramos hacer nada.

Y ya tras tocar fondo como humanidad y medio siglo después del fin de la segunda guerra mundial, tenemos dos opciones mientras volvemos al 100% a lo que solíamos conocer como normalidad: o dejar la democracia al acecho de los buitres o rescatar lo que queda de ella, prepararnos desde ya para futuras crisis y condenar a los que no movieron un dedo para que las cosas no empeoraran. Ahora mismo estamos en medio de esa lucha, pero con la esperanza siendo recuperada.

El camino que habremos de recorrer como sociedad seguirá siendo muy difícil, y quizás pasen años o décadas. Pero, como decía en un post anterior, parece que hemos salido del estado de shock que nos tomó por sorpresa en 2020, el año en que la pandemia puso a la democracia en peligro. Peor que lo que vimos en 2020 y 2021 no se puede poner.