Hace un año fue mi última semana de lo que hoy conocemos como antigua normalidad. Recuerdo que el viernes fui a trabajar común y corriente y en los días anteriores me había empezado a generar mucha ansiedad los primeros casos de COVID-19 en Brasil, luego la primera muerte y después los números se empezaron a salir de control. Le había hecho seguimiento al tema a lo lejos cuando solo se sabía que había gente muriendo en China. No se sabía de qué.

Yo seguía el tema en Twitter y por televisión, pero en realidad había muy poca información todavía (el vídeo de abajo es un ejemplo). Ni siquiera China o la Organización Mundial de la Salud (OMS) sabían cómo lidiar con el problema y al comienzo no era una pandemia. Sabíamos que China y el Partido Comunista Chino no iban a dejar salir información, si no era por sus canales oficiales, lo que generaba un retraso respecto al tipo de información que recibíamos al otro lado del mundo. Por eso la preocupación, porque era la primera vez que mi generación se enfrentaba a algo totalmente desconocido con un alcance global.

Lo más impactante que había visto la generación nacida en los 90 había sido quizás el ataque a las torres gemelas el 11 de septiembre de 2001, acontecimientos que darían inicio a la guerra contra el terrorismo y a la segunda guerra del golfo. O recuerdo en 2009 la pandemia del virus AH1N1. Ese virus también fue conocido como la gripe porcina, y llegó a matar a 18.000 personas en un año de pandemia. La diferencia entre ese virus y el COVID-19 eran varias: era menos transmisible, menos letal y ya existían medicamentos para tratarlo. Por eso no llegó a haber una movilización tan grande como la que veríamos en 2020.

Fuera de eso, no recuerdo otras veces en que mi generación haya sido visto de frente una amenaza global. Pasamos por la crisis de 2008 y la desintegración de la Unión Soviética, aunque esos episodios no pusieron nuestras vidas en peligro. Quizás desde la segunda guerra mundial no se veía algo de tales proporciones a lo que veíamos en 2020. Si casi 5 años de bombardeos sobre Alemania dejaron cerca de 500.000 muertos en la segunda guerra mundial, solo Brasil había acumulado 270.000 en 1 año de pandemia. ¿Estábamos en una guerra?

Ahora piensen por un segundo en el sentimiento de felicidad del día en que los aliados ganaron la segunda guerra mundial. Cuando la OMS declare el fin de la pandemia , nuestra generación tendrá un sentimiento parecido.

Los últimos días de la antigua normalidad, los primeros días de nueva normalidad con el COVID-19

Hace 1 año viví mis últimos días de normalidad. Era marzo de 2020. Siguiendo las recomendaciones del Gobierno local, el viernes en el trabajo nos dijeron que a partir de la semana siguiente íbamos a trabajar desde la casa. En esa época las medidas eran por 15 días y al día 15 las volvían a ampliar. Como era viernes, había muy poca información y la orden era de trabajar desde casa a partir del lunes. Al día siguiente, un sábado, yo fui a un asado con unas 30 personas. El organizador me contó hace poco que ese día hubo gente recriminándole por qué no cancelaba el evento. Él les decía que al día siguiente iba a haber un concierto de los Backstreet Boys, entonces que su asado no iba a hacer ninguna diferencia. Ese concierto se canceló el día anterior, y el asado se hizo de todas formas. Seguro todos nos acordamos de cómo fue nuestro último fin de semana antes de que nos encerraran.

Había pasado 1 mes de estar en casa, y fue cuando retomé el blog. Antes de eso escribía solo cuando se me ocurría algo. Pasaba meses sin dar señales de vida. Tenía otras prioridades. Ya en abril, después de escribir un post con un tono optimista sobre cómo el COVID-19 nos iba a volver una mejor sociedad, empecé a escribir de una a dos veces por mes. Ese fue uno de los cambios positivos que la pandemia me trajo: la disciplina con este blog.

Habiendo pasado 1 año de todo esto, leí nuevamente ese post que escribí en abril de 2020 y el sabor que me quedó es que nada cambió. El tiempo se congeló hace 1 año. Esta semana (marzo de 2021) el Gobernador del Estado de Sao Paulo decretó alerta roja en todo el Estado y solo debería funcionar lo esencial: supermercados, farmacias y los restaurantes solo pueden vender comida para llevar. Esto porque las unidades de cuidado intensivo no tenían más espacio y en la primera semana de marzo había muerto más gente que en cualquier otra semana de toda la pandemia: 10.000 personas en una semana, cerca de 2.000 por día. Parecía marzo de 2020.

En mi caso particular, después de varios meses en que fuimos una vez por semana a trabajar de forma presencial desde finales del año pasado, nuevamente nos mandaron a trabajar desde la casa esta semana en que escribo este post. La única diferencia entre marzo de 2020 y marzo de 2021 es que, si bien ahora hay vacunas, también hay muchos más infectados, más muertos y más variantes del virus. En ese post que les comentaba yo estimaba que en no menos de 18 meses todo volvería a la normalidad, de acuerdo con lo que leía para la época. Hoy creo que 2021 será igual a 2020, pero con vacunas y algunos países retomando la normalidad.

En 1 año se aprenden muchas cosas. Si al comienzo yo tenía miedo hasta de ir al supermercado, con el tiempo aprendí a cuidarme. Empecé a ir a restaurantes que estuvieran vacíos. Fui a visitar amigos a sus casas. Retomé el contacto por teléfono o hice videollamadas con gente con la que no hablaba con frecuencia. Tuve también el privilegio de viajar a Colombia y encontrarme con mucha gente que no veía hace años. Y todas esas fueron experiencias nuevas de las que todos aprendimos. Lo más seguro es que las personas que salgan de todo esto cuando hayamos superado la pandemia serán personas totalmente nuevas comparadas con las que entraron hace 1 año, personas más resilientes.

«Mi especialidad es matar»: Jair Bolsonaro, Presidente de Brasil

Brasil, el país en el que vivo desde 2014, fue de los peores en todo el mundo en lidiar con la pandemia. Un investigador de la Universidad de Harvard describía que Brasil tomó una decisión suicida cuando se pensó que a finales de 2020 los números estaban empezando a caer, no se vio venir una segunda ola y no se preparó el terreno para adquirir vacunas a tiempo. Si bien Brasil hoy está vacunando más rápido que muchos países, tiene producción propia de vacunas y está desarrollando su propia vacuna, hubo desde el comienzo problemas de logística, como no saber de dónde iban a salir las jeringas para las vacunas. Brasil, que tenía el potencial para ser ejemplo a nivel mundial de cómo lidiar con la pandemia, se comportaba a la altura de un gobierno oscurantista, cuando unos años antes llegó a vacunar 80 millones de personas en 3 meses.

Ahora con Bolsonaro lo habíamos visto todo: negacionismo científico, movimientos antivacunas, falta de medidas de contención, rechazo al uso de tapabocas, aglomeraciones, promoción de medicamentos que no tenían comprobación científica y rechazo a lo que decía la ciencia. Todo eso tenía nombre y apellido: Jair Bolsonaro, de quien escribí a mediados del año pasado cuando recién empezaba a mostrar su verdadero rostro. En algún momento, cuando todavía no era presidente, llegó a afirmar que su especialidad era matar. Ahora como presidente hacía todos los méritos para cumplirlo al pie de la letra.


Para quien no sigue de cerca la situación de Brasil, vale la pena recapitular cómo llegamos a más de 250.000 muertos al momento de escribir este post. Cuando ante los primeros casos el propio Gobierno Central no tomó la iniciativa para contener la pandemia, los gobernadores de los estados tuvieron que entrar en acción. Una de las primeras medidas drásticas vino de João Doria, el Gobernador del Estado de São Paulo, que decretó estado de calamidad pública y la suspensión del comercio físico. São Paulo, que responde por 1/3 del PIB de Brasil y tiene una población de más de 40 millones de habitantes, daba inicio a una pelea entre un presidente negacionista y un gobernador con mucho poder.

Si bien el presidente desautorizó estas medidas en un primer momento, la Corte Suprema dijo que esas medidas en efecto recaían sobre los gobernadores y le dio la razón al Gobierno del Estado de São Paulo. Desde ese momento Bolsonaro empezaría a usar una estrategia que hasta hoy utiliza, de repetir a los 4 vientos que la justicia no lo dejó hacer nada y que estaba de manos atadas, con lo cual transmite a sus seguidores que la responsabilidad por lo que pasa en Brasil nunca ha sido suya y sí de sus enemigos políticos. Y es una estrategia repetida hasta la saciedad, la de nunca asumir ninguna responsabilidad y atribuírsela a un tercero. Aquí entraban en acción esas similitudes entre el bolsonarismo y el fascismo, de apuntar que todos los problemas de un país son causados por alguien al que hace falta sacar del camino para retomar el camino hacia una patria grande, un Brasil por encima de todo. Sobre ese tema de fascismo y bolsonarismo escribí un post que pueden leer aquí.

En su momento se pensó que ante una pandemia solo había dos opciones: o salvagaurdar la salud de todos o salvar la economía. A los Bolsonaro no se les ocurrió buscar puntos de equilibrio ni abrir espacios de diálogo con nadie. Sus propios ministros de salud dejaron el cargo al ver que el presidente saboteaba cualquier intento por conciliar esos dos extremos. Era salvar la economía o nada, independiente de cuántos tuvieran que morir. Y esto le ayudaba a reforzar al bolsonarismo el discurso que mantenía viva a su base más fiel de seguidores, de que el virus era una creación del Partido Comunista Chino para acabar con los valores tradicionales de occidente y cuanta teoría de la conspiración quisieran introducir (!).

El canal de Porta dos Fundos (en portugués) ironizó los diferentes cambios que llegó a haber en el Ministerio de Salud durante la pandemia, llegando a haber 3 ministros diferentes en cuestión de semanas. Vídeo a continuación.

De esta forma, el virus tuvo la mayor parte de su tiempo a un aliado en Brasil, que lo ayudaba a propagarse con mayor velocidad.

Después del COVID-19: la luz al final del túnel

Cuando se vio una luz al final del túnel, con las primeras vacunas a la vuelta de la esquina, Bolsonaro siguió con sus actos de sabotaje, diciendo que no iba a comprar ninguna vacuna, que no iba a obligar a nadie a tomarla, que uno se podía convertir en cocodrilo de solo tomarla y miles de barbaridades que su base de seguidores creía. Bolsonaro con el tiempo empezó a darse cuenta del error que había cometido cuando advirtió que la foto del primer vacunado iba a ser su enemigo político y gobernador de São Paulo João Doria. Aquí empezó a contradecirse con el Bolsonaro de un año atrás. Al final del día se dio cuenta de que para que la economía volviera a funcionar dependía de que la mayoría de la población fuera vacunada y no de la inmunidad de rebaño, según la cual la inmunidad se adquiere con un alto porcentaje de la población contagiado, aunque para que eso pase mucha gente también tendría que morir en un país de más de 200 millones de personas, lo que haría colapsar los servicios de salud.

En la segunda semana de marzo fue anulada la condena contra el ex presidente Lula debido a varios vicios de trámite que no voy a entrar a discutir aquí (dejo abajo un vídeo de Gabriela Prioli [en portugués] que lo analiza desde un punto de vista jurídico). Cuando esto pasó, Lula dio un discurso de 3 horas que puso a Bolsonaro a temblar, pues le aparecía un rival más con el que iba a tener que lidiar a un año de las próximas elecciones. El discurso de Lula, alineado con la ciencia, la vacunación y una idea clara de cómo retomar la economía con base en su propia experiencia, hizo que Bolsonaro 2021 se convirtiera en cuestión de horas en el defensor número 1 de la vacunación, empezó a usar tapabocas y ya está sobre la mesa cambiar a su actual Ministro de Salud, que no es un médico, sino un militar. Una buena señal, aunque hayan tenido que morir más de 250.000 personas para que Brasil esté al lado correcto de esta guerra.

Al momento de escribir este post, no estamos más en los primeros días de la pandemia. Recuerdo mucho que entre marzo y junio de 2020 nadie sabía lo que estaba pasando. Naomi Klein, en su libro de la doctrina del shock, utiliza una expresión para referirse a momentos como estos, en que como sociedad estamos literalmente en estado de shock (vídeo abajo). La conclusión a la que Klein llega es que en momentos como estos lo mejor que uno puede hacer es intentar entender lo que está pasando, ya que el estado de shock se va desgastando.

La fase de shock más severa ya la superamos y nos empezamos a volver resistentes, pues hoy contamos con muchísima información. Vimos que hay una vacuna, vimos que el virus va y viene por olas, que gran parte de que el virus no se propague depende de medidas que nosotros podemos adoptar, como usar tapabocas, hacer distanciamiento y permanecer en casa. Es claro que esto no lo puede hacer todo el mundo. Hay gente que depende de salir a la calle para poner comida sobre la mesa. Todos los demás que no dependemos de ello tenemos que poner de nuestra parte para que esta guerra la ganemos más rápido. Los líderes que sacan provecho político para volver permanente el estado de shock se ven derrotados cuando la ciencia y los hechos los confrontan. Fue el caso de Trump en Estados Unidos y está siendo el de Bolsonaro en Brasil un año después.