La primera vez que abordé el tema de una Internet paralela aquí en el blog fue en 2017, cuando escribí un post titulado afuera de Facebook, en el que hablé sobre mi decisión de desinstalar Facebook. En su momento, la opinión pública especializada advertía sobre los peligros de darle a un algoritmo el poder de escoger el contenido que debíamos consumir. A diferencia de la Internet de antes de las redes sociales, en que nosotros mismos buscábamos información, o de Twitter, donde la información era entregada cronológicamente, Facebook estaba tomando toda la información que tenía sobre nosotros (amigos, páginas, grupos, intereses, etc.) para personalizar la experiencia de lo que veíamos.

El problema era que todas las mejoras hechas sobre Facebook desde sus inicios estaban pensadas con el único fin de aumentar el tiempo que pasábamos dentro de la aplicación. Lo malo era que la calidad del contenido nunca fue una prioridad. Esto dejó algunos vacíos que fueron aprovechados en su momento por políticos populistas como Donald Trump o Jair Bolsonaro, entre otros, cuyos estrategas de campaña aprovecharon para divulgar desinformación y noticias falsas contra sus opositores en campaña.

No eran solo #FakeNews las que ganaron relevancia en el Feed de Noticias de Facebook. Fueron también memes, fotos, vídeos subidos de forma nativa, etc. Todo lo que se pudiera consumir de forma rápida y sin ningún esfuerzo para el usuario. Y todo lo que pidiera algún esfuerzo del usuario como leer más o dar click, como el link de una noticia o un vídeo en YouTube perdería prioridad y no sería visto por nadie. En mi caso recuerdo que antes de Spotify conocí mucha música nueva porque mis amigos compartían links de YouTube. Con el tiempo quienes hacían esto lo dejaron de hacer porque fueron despriorizados por el algoritmo y pasaron a recibir cada vez menos likes.

Esto dio pie al surgimiento de otros formatos más pasivos o en que las interacciones tenían menos peso. Aparecieron Snapchat, Instagram Stories, Pinterest y TikTok, plataformas en las que el contenido se consume de forma más rápida, y en que se prioriza el tiempo en segundos que se dedica a consumir cada pieza de contenido.

Facebook, una Internet paralela

Todo este escenario fue el que nos llevó a hablar de una internet paralela en 2016. Mientras iban apareciendo otras plataformas y formatos, Facebook creció tanto en los años anteriores, que seguía siendo el centro de atención a todo lo demás que ocurría en Internet. Su algoritmo había ganado tanto poder, que Gobiernos de todo el mundo entraron a discutir el papel de Facebook en nuestras democracias en lo que tiene que ver con elecciones, privacidad, monopolios y divulgación de noticias falsas.

Al final, mucho del contenido que consumíamos en ese momento pasaba por alguna de las propiedades de la compañía: Facebook, Instagram y WhatsApp.

Antes de las elecciones de Estados Unidos de 2016, Facebook era visto solo como una red social más, como también lo era Twitter o YouTube. Fue el año de 2016 el que acabó por desmarcar y distanciar a Facebook como la única entre todas estas plataformas que se podría considerar a sí misma como una Internet paralela.

A propósito, para mucha gente Facebook  es sinónimo de Internet, porque es lo único que conocen cuando compran un celular. De esto hablan Sheera Frenkel y Cecilia Kang en el libro An Ugly Truth: Inside Facebook’s Battle for Domination cuando se refieren al caso de Myanmar, donde hubo un genocidio promovido por las autoridades de ese país porque las personas compraban un celular y lo único que usaban era Facebook. Y como Facebook no moderaba el contenido, ni tenía una sola persona que hablara el idioma, la plataforma fue usada para perseguir minorías musulmanas por medio de la divulgación de noticias falsas que nunca nadie iba a dar de baja.

La Dark Web y las demás Internet paralelas

5 años después el escenario es un poco más complejo, pues desde antes de Facebook se han venido configurando otras Internet paralelas, comenzando por la Dark Web, donde se comercializan todo tipo de productos ilegales, como drogas o tarjetas de crédito, entre otros que no se encontrarían en Amazon o MercadoLibre.

Si a Facebook los Gobiernos lo podían poner contra las cuerdas por tratarse de una empresa pública que cotiza en la bolsa, todo lo que sucede en la Dark Web es tierra de nadie, pues de hecho son necesarias otras tecnologías como Tor e inclusive una VPN para que la navegación de los delincuentes y sus clientes sea completamente anónima. Ya allí dentro nadie usa su nombre real y es imposible saber quién está detrás de un nombre de usuario o un producto puesto a la venta, pues su funcionamiento difiere completamente al de la Internet que todos usamos, que es rastreable por las autoridades y los proveedores de Internet.

La película llamada Silk Road (trailer abajo) muestra como las autoridades de Estados Unidos dieron con el creador de un sitio en la Dark Web donde se vendían drogas de forma anónima.

Y existe un punto intermedio. Sitios no tan grandes como Facebook, pero que tienen el poder de aglomerar opiniones radicales sin que se tengan que hospedar en la Dark Web. Al final, ya están lejos de los ojos del gran público. Aquí es adonde van a parar los anti vacuna o los supremacistas blancos después de que Facebook se da cuenta de que este tipo de contenido no debería existir dentro de su plataforma y decide expulsarlos.

Y van a parar a Telegram, que a diferencia de WhatsApp permite que se creen canales con más de 200.000 usuarios (en WhatsApp el límite son 256). Es decir que Telegram tiene un potencial de hacer daño mucho mayor que WhatsApp, pues es un canal perfecto para divulgar noticias falsas, teorías de la conspiración o destrucción de reputaciones. Mientras tanto, Telegram es una empresa de la que nadie sabe nada y su naturaleza de encriptar todas las comunicaciones hace que sea casi imposible para las autoridades tomar alguna acción o siquiera investigar en caso de que se esté haciendo algo ilegal.

El juego del gato y el ratón

Una vez que una plataforma del tamaño de Facebook acepta que se equivocó y se pone a trabajar con las autoridades para enmendar su error y «limpiarse» un poco, los usuarios afectados por las nuevas medidas se van a una plataforma donde puedan encontrar más personas con intereses similares y donde puedan manejar un perfil más bajo sin llamar mucho la atención. Van a parar a grupos secretos de Facebook que nadie sabe que existen, a grupos privados de WhatsApp, a Telegram o acaban montando sus propias plataformas como fue el caso de Parler en su momento, que se presentó como una alternativa a Twitter, pero donde se respetaba el «derecho a la libertad de expresión», no sin antes Google, Apple y Amazon expulsarlos de sus servicios.

Todos estos movimientos son parecidos a lo que pasó tras el fin de la segunda guerra mundial con los nazis y fascistas que, a pesar de haber perdido la guerra, seguían con sus ideas intactas. No todos eran altos mandos militares y políticos que habían hecho parte de la guerra. Había también gente común y corriente que seguían siendo fieles a sus idelaes. Estos tuvieron que manejar un bajo perfil dentro de otros grupos de derecha más moderados, entre ellos conservadores y cristianos, cuyos discursos no llegaban a ser violentos y se enmarcaban dentro de la legalidad.

Fue hasta que Internet se popularizó en los años 90 y 2000 que empezaron a surgir comunidades con gente de todo el mundo donde toda esta gente se empezó a organizar y empezaron a revivir teorías que en su momento habían llevado a Hitler al poder. Internet les permitió creer entre ellos que eran más de los que creían ser. Todas estas plataformas como Facebook, Telegram y la Dark Web permitieron la creación de espacios donde se sintieron legitimados.

El miedo a la exposición

En el libro Culture Warlords, Talia Levin cuenta su experiencia como infiltrándose en grupos de supremacistas blancos y neonazis. Talia Levin es judía, por lo que tiene serios motivos para desmantelar estos grupos. En el libro, en efecto, Telegram tiene un peso muy importante, pues todos los extremistas pueden hablar entre sí bajo una identidad anónima y revelar poca información, a diferencia de Facebook, donde es necesario usar un nombre real.

En un momento del libro, Levin creó un personaje de una mujer blanca antisemita y se inflitró en varias comunidades de supremacistas blancos. Luego descubrió que esa gente tenía su propio Tinder. Fue como un choque de realidades cuando descubrió que los racistas también tienen sentimientos.

En otro momento cuenta cómo logró llamar la atención de un líder de un grupo neonazi en Telegram en Ucrania, con quien duró hablando varios meses, sacándole información que después sería usada para exponerlo públicamente. Ya que todo lo que ocurría en estos grupos aparenta ser anónimo, uno de los pocos remedios que existe es exponer públicamente a quienes están detrás. Sus vecinos, familia y colegas de trabajo deberían saber que están cerca de un sujeto peligroso. Esta gente no está haciendo uso de su libertad de expresión, sino haciendo apología a un genocidio. La historia completa fue contada por el portal Belling Cat: The Ukrainian Man Who Runs A Neo-Nazi Terrorist Telegram Channel.

A propósito del crecimiento de estas comunidades, de 2015 para acá el número de células neonazis creció en Brasil de 75 para 530, mientras que el de denuncias fue de 1.282 para 9.004. Todo esto no se dio solo en un momento en el que el bolsonarismo legitimó discursos y símbolos de extrema derecha, sino también en que las plataformas de tecnología fueron ganando cada vez más penetración en un grupo significativo de la población que antes tenía miedo de exponer este tipo de ideas radicales. Quien ya tenía una tendencia a creer en teorías de la conspiración encontró un espacio con más personas que pensaban de la misma forma y que legitimaban su forma de pensar.

Estamos a tiempo de entender cómo funcionan estos grupos y ver que usan las mismas herramientas que nosotros para comunicarse entre ellos y divulgar sus ideas radicales. Ellos saben usar la Internet paralela para pasar desapercibidos, mientras que en la vida real viven con miedo de ser reconocidos por pensar de esta forma.

Imagen: Ivan Radic