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La derrota de Donald Trump en las elecciones de 2020 en Estados Unidos es más importante que la propia victoria de Joe Biden. 4 Años después de que la extrema derecha se declarase vencedora en elecciones de Estados Unidos, Reino Unido, Colombia y Brasil, el mundo no estuvo tan cerca de caer en manos del fascismo desde la segunda guerra mundial en los años 40 del siglo pasado.

Solo que esta vez no bastó un conflicto bélico de escala mundial para darnos cuenta a tiempo del error que como sociedad habíamos cometido. Fue el sentido común el que, durante 4 años, nos llevó a preguntarnos cómo evitar que la extrema derecha ganara más poder que el que ya tenía.

Ya en 2017 Emmanuel Macron le ganaba a Marine Le Pen en Francia, y en 2020 Chile y Bolivia harían lo suyo en Latinoamérica. Mientras Chile ponía fin a la misma constitución que utilizó Pinochet durante la dictadura, Bolivia se reponía de un golpe de estado a Evo Morales un año atrás.

Pero así como el fascismo estuvo dormido durante más de medio siglo, es nuestro deber como sociedad civil mantener los ojos abiertos ante los residuos que la derrota de Trump va a dejar, similar a como pasó tras el fin de la segunda guerra mundial, que el fascismo no desapareció del todo y solo se adaptó a las nuevas circunstancias de la post-guerra, tema del que hablé en un post pasado.

Desinformación y #FakeNews, las vulnerabilidades de la democracia

Una de las vulnerabilidades que mejor fue explotada por la extrema derecha en la última década fue usar a su favor la forma como circula la información hoy en día. Si a un periodista le toma al menos 4 años de formación universitaria para tener un título que lo acredite como profesional de la comunicación, a las audiencias nadie las educa. Se espera de ellas que sepan diferenciar una noticia falsa de una real en un grupo de WhatsApp, y se espera también que sepan como votar de forma responsable (!). Quizás les estemos exigiendo demasiado.

Es como ser bombardeado por la industria de la publicidad y esperar que tomemos decisiones responsables frente a nuestra alimentación, teniendo que escoger entre McDonald’s y la comida casera.

Más allá de las propuestas, había muchos cabos sueltos que hicieron posible la elección de Trump en 2016 desde un punto de vista tecnológico. Por ejemplo, el botón de compartir en Facebook, los Retweets en Twitter, los grupos de hasta 256 personas en WhatsApp, el sistema de monetización de Google Adsense y los vídeos recomendados de YouTube, etc.

Los engranajes de la máquina del odio

Todos los cabos sueltos pertenecían a empresas de tecnología independientes, y cada una se lavaba las manos cuando le estallaba un escándalo relacionado con su papel en elecciones. Todos juntos eran engranajes de la máquina del odio, una máquina de hacer dinero, desinformación y destrucción de reputaciones, utilizada por la extrema derecha para divulgar teorías de la conspiración y hechos totalmente fuera de la realidad. A ese tema de la máquina del odio le dedicamos un post pasado, si quieren saber más sobre cómo funciona.

Por increíble que parezca, la máquina del odio es un sistema financiado en parte con publicidad del propio Google, que inserta anuncios programáticos de forma automática en sitios que utilicen la tecnología de Google Adsense, sean medios periodísticos, blogs o de noticias falsas. La calidad del contenido es lo que menos importa. A Google lo que le interesa es meter anuncios y facturar de manera rápida, siguiendo la lógica del libre mercado, en que todos tienen igualdad de condiciones para competir.

Bajo este sistema, Google les da las mismas oportunidades a todos los generadores de contenido, en un sistema de pujas y subastas en tiempo real en el que compiten todos los anunciantes. Google les paga ya sea por click o por impresión, o sea cada vez que un anuncio es mostrado. No importa que una investigación periodística requiera de meses de preparación. De cualquier forma va a tener que competir con memes y noticias falsas.

Al otro lado tenemos al anunciante, que le paga a Google con la promesa de que sus anuncios podrían mostrarse en su red de miles de sitios que utilizan la tecnología de Google Adsense. Google sabe con precisión a quién mostrarle cada anuncio. Al final, el que usemos su sistema operativo, navegador, correo electrónico, mapas, YouTube, etc. son suficientes para construir un perfil nuestro que le permita saber qué anuncio mostrarnos.

Por eso es que estos contenidos tienen que circular y maximizar su número de clicks e impresiones. Esto significa aumentar las probabilidades de que más anuncios sean mostrados y de facturar más dinero, bajo una lógica que ni siquiera los anunciantes entienden. Los anunciantes no saben en qué sitios web un anuncio suyo podría aparecer. Esta responsabilidad se la delegan a sus agencias de compra de pauta, que así como Google, están más preocupadas por facturar que por cualquier otra cosa.

Sleeping Giants, la respuesta a un sistema que funciona mal

De ahí que haya aparecido un movimiento como Sleeping Giants, que busca cuáles son los mayores portales responsables por divulgar noticias falsas y teorías de la conspiración. Hacen una curaduría de los anuncios que Google automáticamente está mostrando y exponen públicamente en Twitter a cada anunciante, pidiéndole que tome alguna acción. Esto viene acompañado de la presión de los consumidores, que amenazan con dejar de adquirir los productos en caso de que no haya un compromiso en retirar los anuncios. De eso habló el más reciente episodio de Greg News (vídeo arriba en portugués).

Al mismo tiempo, la mayoría de esos anunciantes no tiene la más mínima idea de que su anuncio estaba siendo mostrado ahí. A diferencia de los medios tradicioales de comunicación, en que un departamento traía un número reducido de anunciantes y se podía controlar la calidad de cada uno de ellos de forma manual, con los anuncios de Google y Facebook son millones de anuncios en tiempo real que ni siquiera son revisados por seres humanos, sino por algoritmos e inteligencia artificial, que no van a saber si tal u otro sitio divulgan noticias falsas.

En Estados Unidos, Breitbart News, un sitio que suele publicar contenido misógino, xenófobo y racista, fue desmonetizado de esta forma. En 2018 más de 800 anunciantes habían retirado sus anuncios cuando fueron advertidos de que estaban apareciendo al lado de teorías de la conspiración y discursos supremacistas.
Por increíble que parezca, Google no los expulsó del programa de monetización, a pesar de que las propias políticas advierten que no están permitidos los discursos de odio. En 2019, Breitbart no solo continuaba dentro de la plataforma, sino que hacía parte del programa de Facebook News, y Zuckerberg no sabía por qué.

Ya lo más lejos que alguien se atrevió a llegar fue Twitter después de la elección de 2020 en Estados Unidos, que expulsó a Steve Bannon de su plataforma tras glorificar la violencia al sugerir que las cabezas del Dr. Anthony Fauci y el Director del FBI Christopher Wray debían ser cortadas. Bannon había sido director ejecutivo de la campaña de Donald Trump y de Breitbart News.

Siguiendo el rastro del dinero: las leyes anti monopolio

Aquí debemos tener muy claro por qué Google y Facebook actúan como actuán. No nos olvidemos de que ambas empresas están en la mira de los órganos regulatorios de Estados Unidos y la Unión Europea por sus prácticas de monopolio. El buscador de Google prácticamente no tiene competencia y junto con Facebook dominan la inversión publicitaria en Internet, que antiguamente daba de comer a los medios tradicionales de comunicación.

Microsoft enfrentó un caso similar en los años 90 porque Internet Explorer era la única alternativa y ya venía instalada por defecto con Windows. Esto permitió que años más tarde otros actores entraran en el mercado. Gracias a ello hoy tenemos a Firefox y a Google Chrome y por eso Microsoft dejó que entre Apple y Google se disputaran el mercado de telefonía móvil con iOS y Android.

Si quieren saber más sobre los casos contra Google y Facebook, pueden ver este vídeo:

Algunas de las propuestas que están sobre la mesa es romper a Google y a Facebook. Es decir que por ejemplo Instagram opere de forma separada a Facebook o que Google Chrome sea otra compañía. Cuando Google y Facebook dejan quieto a un sitio como Breitbart News no es solo porque consideren que su contenido está dentro de las políticas. Es también porque sus lobbistas tienen que tener una relación saludable con legisladores, tanto demócratas como republicanos, y estos últimos no van a querer que portales de noticias afines con su línea de pensamiento pierdan fuerza. De lo contrario, van a decir que los están censurando.

Extrema derecha, ¿censura o libertad de expresión?

Y aquí llegamos a un punto muy delicado porque hablamos por primera vez de censura. ¿Es censura asediar a todos los anunciantes de un medio de extrema derecha para desfinanciarlo?, ¿no tiene la extrema derecha derecho a fundar medios de comunicación? Esas preguntas son ridículas porque estaríamos metiendo dentro de un mismo paquete contenido periodístico producido de forma profesional con noticias falsas, hechas para sembrar discordia y destruir reputaciones. Aquí por ejemplo nadie atacó a Fox News y sí a Breitbart News. Como explicábamos en un post pasado sobre el derecho al alcance, todos estos pueden seguir diciendo lo que se les antoje, pero no se les debería permitir saltarse las reglas, términos y condiciones que uno acepta cuando empieza a usar un servicio.

La extrema derecha suele victimizarse. Dicen que los valores tradicionales están siendo destruidos, que la ideología de género amenaza a los niños y que los extranjeros solo causan problemas. Pero no lo fundamentan con hechos ni con datos. Lanzan acusaciones de forma irresponsable y estas se acaban convirtiendo en memes o noticias falsas que ponen a circular para pescar en río revuelto. Llevan años diciendo que la tierra es plana, dudando del calentamiento global y oponiéndose a la vacunación en masa.

Un texto publicado por Jacobin Brasil sobre QAnon explica que todas estas teorías de la conspiración, pánicos morales y slogans vacíos que se suelen poner en circulación ni siquiera tienen un mismo origen en una misma fuente, sino que están todas sueltas y quien quiere creer en todo esto va y le da forma a una historia en la que los judíos, los comunistas y George Soros son los culpables de todos los problemas que el propio sistema neoliberal causó de forma orgánica. Y en seguida lo divulgan de forma irresponsable en WhatsApp, Facebook, Twitter, etc., sin siquiera tomarse el trabajo de consultar medios de comunicación confiables o a la propia ciencia.

Ya decía yo en Twitter que comunicación social y periodismo es la carrera más fácil de todas, pero uno va y mira y las personas comunes y corrientes no saben diferenciar una noticia real de una falsa. Dan un Retweet sin verificar la información, pensando en la gratificación instantánea de recibir Likes o reenvían lo que sea que reciban por WhatsApp que confirme su visión de mundo.

Las personas comunes y corrientes son vulnerables a la idea de que la libertad de expresión no tiene límites, ni siquiera en la honra o buen nombre de los otros. Esta es la lógica usada por la extrema derecha para poner en duda hechos históricos, inclusive el holocausto nazi: los hechos no son verdaderos o falsos. Son «alternativos»