Edificios de Copacabana en Rio de Janeiro, Brasil.

Casi que acabo de llegar de Río de Janeiro. Es jueves en la noche, pero llegué ayer miércoles a las 4 de la mañana en un viaje de 6 horas en autobús hacia Sao Paulo. Un viaje agotador, pues son un par de horas en las que lo máximo que uno puede hacer es pararse para caminar en un pasillo. O si no, quedarse sentado y ver lo que pasa por la ventana hasta quedar dormido. Antes de eso, mientras uno sale de la ciudad son kilómetros y kilómetros de una autopista con favelas a los lados, pues Río de Janeiro cuenta con algo más de 6 millones de habitantes y 760 favelas donde vive cerca del 20% de la población.

Si bien es recomendable no entrar bajo ninguna circunstancia a una favela en Río de Janeiro (dicen que es similar a ir a la selva. Allá nadie te va a defender), el simple hecho de conocer y caminar por la ciudad lo lleva a uno a descubrir la otra ciudad, la que a pesar de estar a pocas cuadras de Copacabana e Ipanema, es hogar de miles de familias que llegan del todo el país en busca de una oportunidad, y al mismo tiempo refugio de algunos de los grupos criminales más peligrosos de todo Brasil. En otras palabras, son zonas en las que ni el Estado ni la policía muchas veces tienen el control, un fenómeno que nosotros mismos tenemos en Colombia tanto dentro como fuera de las ciudades, donde guerrilla, paramilitares y grupos criminales controlan sus propios territorios.

Así pues, estuve en Rió de Janeiro con mis padres, que vinieron a visitarme a Brasil. Estábamos ubicados en un apartamento que encontramos en Airbnb localizado en Copacabana, una de las zonas más turísticas y al mismo tiempo más caras no solo de la ciudad, ni de Brasil, sino del mundo en cuanto a costo de vida. Lo bueno de Airbnb (y CouchSurfing también) es que uno escapa de los absurdos costos de los hoteles, donde una noche en el Copacabana Palace puede costar $900 dólares. Y además de esto, como ya lo mencioné una vez, buscar este tipo de alojamientos le permite a uno ver el lado de la ciudad que sus habitantes experimentan todos los días, y hace que uno salga de las burbujas en las que muchas veces la industria del turismo lo mantiene a uno dentro de un hotel sin que uno interactúe con ningún extraño.

Gracias a esto, uno puede ir a sitios turísticos como el Cristo Redentor, el Maracaná o las escaleras de Selarón por cuenta propia, o enterarse de que Flamengo y Botafogo, más que equipos de fútbol, son zonas de la ciudad. Ir al centro, donde se mueve un comerio de productos baratos, y en donde hasta los vendedores en la calle aceptan tarjeta de crédito, o ir a correr por la playa, o a simplemente tomar el sol. Todos estos, planes gratuitos o al menos muy baratos, permiten que uno se pueda dar uno que otro gusto y pagar más por alguna comida que valga la pena. Yo recomiendo la feijoada, un plato de fríjoles y carne de cerdo muy popular en todo Brasil.

 

Siempre que voy a una nueva ciudad me pregunto: ¿yo podría vivir aquí? En Washington yo pensaba que sí, Nueva York me parecía muy congestionada y en Sao Paulo llevo 10 meses haciéndome esa pregunta y todavía no lo sé. En cuanto a Río, es el total contrario de lo que estoy acostumbrado con Bogotá o Sao Paulo: ciudades caóticas en donde todo el mundo está estresado y sin tiempo para hacer nada. Y aunque 4 días no son nada para conocer una ciudad y saber si uno quisiera vivir allí, al menos sí se siente un ambiente más relajado. El hecho de poder ir a la playa cuando uno quiera (después del trabajo todos los días, por ejemplo), dan ganas de vivir en un lugar así, ¿no? Bueno, al menos en la zona sur donde es más tranquilo y los criminales están a raya para que no espanten a los turistas. No creo que nadie quiera vivir en la zona norte de Río de Janeiro, con la que empecé este artículo.

Hasta antes de ir a Río, era muy poco lo que sabía de esta ciudad. Sabía que uno de mis equipos favoritos, Fluminense, era de allá. Sabía mucho de lo que acontece detrás de las favelas gracias a Tropa de Élite (una de mis películas favoritas). Sabía que Copacabana e Ipanema eran unas playas, que había un Cristo gigante. Sabía que en Río estaba la primera tienda Apple de Latinoamérica, y que tenían un sistema de metro que da pena no es muy grande como el de otras ciudades. Hay muchas cosas más que llegué a conocer, pero que en un artículo tan pequeño como este no conseguiría abordar.

Recuerdo que cuando me propuse estudiar en Brasil a finales de 2012 me imaginé a mí mismo en algún momento al frente de la playa contemplando el mar el Río. Había recién leído un post de mi amigo Milton en el que hablaba del año nuevo en Río. Y sabía que ese momento llegaría. Conocer Río pasó de ser una idea a convertirse en un recuerdo.

Nota: estoy muy decepcionado con todas las fotos que utilicé en este post. Aunque ya ando de nuevo con celular después de haber sido robado, tengo un Samsung Galaxy S2 al que no sé qué le pasa y está tomando fotos terribles.