
La idea de este post vino tras la lectura de 10 years in the Bay Area de Andrew Chen, post en el que Chen se refería a algunas lecciones que aprendió tras mudarse de Seattle a San Francisco en 2007, cuando el iPhone ni siquiera existía, y el modelo de negocio de Facebook estaba en duda.
Chen, quien trabaja para Uber Inc., escribe uno de los mejores blogs y Newsletters sobre lo que está pasando hoy en Silicon Valley, y es de los pocos blogs que he podido encontrar con un punto de vista tan personal, como los primeros blogs de hace más de una década.
El motivo por el que el ensayo de Chen me inspiró fue nada más porque en enero de 2018 cumplí 4 años viviendo en Sao Paulo. Cuando llegué a Brasil escribí un post con mis primeras impresiones, y cuando cumplí 3 años escribí otro post.
Además, en estos últimos años he escrito un par de posts menos personales sobre temas como el costo Brasil, la salida de Xiaomi del mercado brasilero o sobre el fenómeno de Nubank. Ha sido mucho lo que he podido aprender en estos últimos años, y siempre he procurado compartir mis aprendizajes con quienes leen este blog.
Dicho esto, este post no pretende repetir cosas que ya hayan sido dichas, sino explorar algunas de las cosas que a nivel personal aprendí desde que salí de Colombia, y que me han hecho crecer como persona.
En tiempos de globalización es cada vez más fácil ser un inmigrante. Ya desde la industrialización, las grandes ciudades fueron siendo pobladas por personas que venían de todo el país en busca de nuevas oportunidades. O en tiempos de crisis políticas y sociales, hay quienes van de un lado al otro de la frontera, como en años recientes sucedió con ciudadanos venezolanos yendo hacia Brasil y Colombia, o ciudadanos sirios huyendo del confilicto hacia Europa.
Por suerte mi salida del país no tuvo un toque dramático. Me fui porque en su momento apareció una oportunidad por la que me había preparado y que no iba a dejar pasar. Me acuerdo de mí mismo el día en que Colombia clasificó a Brasil 2014. Yo estaba en mi última clase de portugués mientras se jugaba el partido entre Colombia y Chile en Barranquilla. Había sido un curso intensivo de 1 año: 4 veces por semana, 2 horas por clase, y sabía que no ver ese partido completo sería mi último esfuerzo.
Al comienzo, cuando comencé el curso en 2013, no sabía ni decir «Olá», pero al final estaba en condiciones de presentar un examen de admisión en una universidad y aplicar para una beca. Mi certificado Celpe-Bras de dominio de la lengua portuguesa arrojó un nivel avanzado al final de ese año.
Sin embargo, no podríamos decir que esto fue solo gracias al curso. Fue también porque yo mismo me dediqué, ya fuera leyendo libros, escuchando radio, viendo películas y estudiando para los exámenes. Al final, podríamos decir que hubo un esfuerzo adicional de mi parte para a comunicarme en portugués.
Hago mucho énfasis en el tema de la lengua porque al final es lo que me abrió las puertas en este país. Creo que haber pagado ese curso ha sido la mejor inversión que he hecho. Al final hubo una retribución en oportunidades que fueron apareciendo hasta el día de hoy. Y seguirán apareciendo
Como inmigrante de un país con una historia, una cultura y una lengua diferente, sería muy fácil ser aislado en una ciudad tan grande como Sao Paulo. Sao Paulo tiene 12 millones de habitantes. Su área metropolitana tiene 21 millones y el Estado más de 40. Es una ciudad que recibe inmigrantes de todo Brasil e incluso de todo el mundo, así como en el pasado recibió a italianos y japoneses.
Históricamente, la economía de Sao Paulo creció mucho desde hace más de un siglo gracias a las plantaciones de café. Siempre que alguien mencione el café de Brasil como «el mejor del mundo», lo más seguro es que se refiera a alguna variedad que se dé en el Estado de Sao Paulo. Esto fue lo que en su momento atrajo a la mano de obra de todos lados, y fue lo que impulsó a la economía de ahí en adelante, convirtiéndola en una potencia económica continental.
Así pues, Sao Paulo tiene una mezcla de personas de todo el mundo. Personas que vienen para quedarse, y personas que vienen y se van al cabo de un tiempo. Es una ciudad con bastante movilidad. Los vuelos internacionales hacen escala en Guarulhos, uno de los aeropuertos internacionales del Estado, y continúan por su camino. Esa sería la metáfora perfecta para describir a las personas que vienen de afuera para vivir en Sao Paulo. Probablemente no se queden a vivir para siempre (o quizás sí).
Conociendo a las personas
Cuando llegué a Sao Paulo, no conocía a nadie. Mis primeros amigos eran amigos de una amiga mía. Luego conocí a quienes estudiarían conmigo en la universidad, y de a poco fueron apareciendo conocidos de personas que ya habían vivido aquí. Con el tiempo fueron apareciendo más personas.
Llegué solo, pero siempre intentando rodearme de buenas personas. El problema, muchas veces, era que de esas personas que fui conociendo, la mayoría ya tenía una vida, un trabajo o una familia. Era normal acabar siendo solo un conocido más para muchas personas. Allí me di cuenta cómo eran diferentes las relaciones sociales en Colombia y en Brasil. Si en Colombia era normal tener un único grupo de amigos, en Brasil las personas tienen varios grupos de amigos y las relaciones pueden ser más superficiales.
Ser un inmigrante, con toda mi familia a por lo menos 6 horas de avión, hizo con que durante el primer año pasara mucho tiempo solo. El año en que llegué, yo no trabajaba. Estaba dedicado 100% a mis estudios. Incluso el día antes de la inauguración del mundial en 2014, yo estaba terminando de escribir un trabajo final para la universidad (escribí un post ese día, incluso).
Fue un período de adaptación muy duro. Ni siquiera porque mi familia o mis amigos estuvieran lejos, sino porque el ritmo de la vida académica, hacer una maestría, era muy pesado y yo no estaba acostumbrado, especialmente tratándose de un curso con lecturas y trabajos en una lengua que había acabado de aprender. También me acuerdo de mí leyendo a Foucault por primera vez en portugués. Literalmente no entendí nada. Al final mi tesis de maestría estaría basada en conceptos suyos sobre análisis del discurso.
Haber hecho una maestría ha sido una de las mayores pruebas de resistencia a las que me he enfrentado. Para mí era normal en esa época estar viernes, sábado y domingo, leyendo sobre teorías de la comunicación o historia del conocimiento. Leí mucho en esa época, y aprendí cosas que intelectualmente me hicieron entender el mundo en el que vivimos.
Hoy yo le preguntaría a alguien que quiera ir a otro país a estudiar una maestría académica si realmente está preparada para vivir en soledad y enfrentarse a una vida académica exigente.
Pensar a largo plazo
El estar solo en otro país me ha hecho cuestionar más de una vez si la posición en la que estoy hoy se parece en algo a lo que yo me imaginé que sería mi estilo de vida en Brasil.
Si bien no soy pobre, sí debo tener mucho cuidado con cómo gasto mi dinero. Brasil tiene quizás los intereses de tarjeta de crédito más altos del mundo, y deberle a un banco parece ser peor que matar a una persona, así que para evitar gastos innecesarios he debido ser extremamente organizado con mi dinero.
Estos últimos años he llevado una vida de austeridad, tanto cuando fui estudiando, como cuando empecé a trabajar. No lo digo porque yo sea tacaño, sino porque es lo mínimo que debo hacer para mantener el estilo de vida que llevo. Por otro lado, no me lo pienso dos veces si debo gastar dinero para tomarme una cerveza con mis amigos, salir a comer o comprarme una camiseta. Solo procuro recordar que todo lo que se me ocurra comprar lo más seguro es que no lo pueda llevar conmigo si algún día me voy.
Brasil históricamente ha tenido una inflación mayor que otros países de la región. En 2015 la inflación fue de más del 10%. Luego bajó en los dos últimos años hasta 2% en 2017. Pero mi punto aquí es que con un histórico de inestabilidad en la moneda, no tiene mucho sentido guardar el dinero en el banco. Se lo come la inflación. Es decir, hay que ser extremamente creativo para no gastar en cosas estúpidas, pero tampoco dejarlo guardado para que se desvalorice.
Últimamente he querido dedicar mi tiempo y mi dinero a cosas que me lleven a aprender cosas nuevas. Procuro siempre estar leyendo un libro , o recientemente he tomado cursos en Platzi. El año pasado tomé uno de Google Analytics, y ahora estoy por acabar uno de programación básica. Y en lo posible siempre estaré en una carrera interminable por no dejar de aprender. Eso es lo que me pondrá por encima del profesional promedio, y lo que me asegurará siempre un trabajo.
En últimas, puede que leer un libro o tomar un curso más no me cambie de la noche a la mañana, pero haber leído 24 libros en un año, como me lo propuse para 2018, es algo que al final del día me hará una mejor persona.
Tiempo y dinero
En estos últimos años he comenzado a ser más consciente sobre la relación tiempo y dinero. Nos pagan por dedicar al menos 8 horas al día a hacer algo en una oficina. Y eso está bien. Es como se mueve el mundo, pero ¿qué tal si tuviéramos que hacer tantas cosas que 8 horas no fueran suficientes?
Allí es cuando empezamos a ser conscientes de que estamos rodeados de distractores que nos impiden completar cada una de nuestras tareas en nuestro día a día. Notificaciones, redes sociales y smartphones. ¿Cuánto tiempo y esfuerzo les dedicamos a cada uno aun cuando sabemos que no nos traerán nuestro tiempo de vuelta?
Hemos perdido cientos de horas de nuestras vidas, mirando la pantalla de un celular. Si hubiéramos dedicado la mitad del tiempo solamente, lo más seguro es que seríamos las mismas personas. Sin embargo, hubiéramos usado mejor nuestro tiempo. Y esto es algo de lo que comencé a ser consciente solo cuando me vi abrumado de trabajo. Si podía cortar algo era el tiempo que dedicaba al celular.
Desinstalé Facebook y desactivé las notificaciones de Instagram porque no estaba dispuesto a negociar tiempo que dedico en mi vida personal a correr en las mañanas o a dormir bien, y de la misma forma en que más arriba hablaba del cuidado que tengo con mi dinero, hoy tengo el mismo cuidado con cómo distribuyo las 24 horas que tiene mi día.
Lo más seguro es que alguna vez no alcance a hacer todo lo que tengo que hacer. Y no va a pasar nada si lo dejo para el día siguiente. Siempre y cuando sea consciente de que en ningún momento me dediqué a perder el tiempo, podré dormir tranquilo.
Al final del día, todo se traduce en una ecuación según la cual todos los seres humanos tenemos energía, y esa energía se puede transformar en trabajo, que al mismo tiempo puede ser remunerado. O si hacemos algo para nosotros mismos, quizás consigamos satisfacción en nuestras vidas. El punto es que cuando dedicamos tiempo o esfuerzo a algo que no nos va a traer nada de vuelta, ya sea satisfacción, felicidad o dinero, no estamos yendo para ningún lado ni creciendo como personas.
Creo que independiente de cuáles sean nuestras metas, siempre debemos procurar ser mejores seres humanos, y cómo le podemos retribuir en algo a la sociedad en la que vivimos y a los que nos rodean.
En últimas, no estamos hablando solo de conseguir y guardar dinero porque sí, sino de cómo podemos usar de la mejor forma el único recurso que todos tenemos: cómo usar el tiempo de la mejor manera, para que nos lleve a un lugar mejor que en el que ya estamos.
En mi caso, esto fue lo que me trajo a Sao Paulo, y me tomó 4 años entender realmente esta ecuación.
Y ya que leyeron hasta aquí, los invito a seguirme en Twitter (@daniel_afanador), en Instagram (@daniel_afanador), a escribirme desde el formulario de contacto o a comentar aquí abajo. Saber que los contenidos de este blog ayudaron a alguien son el combustible para seguir escribiendo.